Cultura

La Eucaristía, eterna fuente de inspiración poética

El culto a la Eucaristía ha quedado reflejado a lo largo de los siglos en numerosas obras literarias y poéticas. Además, algunos referentes culturales, como Chesterton o J. R. R. Tolkien, se han caracterizado por una gran devoción eucarística.

María Caballero·17 de febrero de 2024·Tiempo de lectura: 8 minutos

Adoración del Cordero, Jan van Eyck, altar de Ghent

“Adorote devote, latens deitas…/ Te adoro con devoción Dios escondido”… El himno litúrgico de Sto Tomás de Aquino junto a otros como el reiterado “Pange lingua” sigue resonando en nuestras iglesias tras muchos siglos. No solo él, San Buenaventura, San Juan de Ávila, Santa María Micaela fundadora de las Adoratrices y tantos otros inflamados de amor divino transforman en poesía o ensayo sus estudios teológicos de alto nivel y siguen sustentando la fe de la Iglesia católica en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Hasta llegar a San Juan Pablo II y su Encíclica «Ecclesia de Eucharistia» (2003), seguida por Benedicto XVI quien en su exhortación apostólica «Sacramentum caritatis» (2007) recoge la antorcha para glosar una verdad central en su papado, el don que Cristo hace de sí mismo revelándonos su amor infinito por cada hombre. Un amor que permite a los simples mortales transformarse en lo que reciben, hacerse uno con Dios. Idea esta glosada por Santo Tomás de Aquino, San León Magno o San Francisco de Sales, entre otros. Porque comulgar es “saciar el hambre de Cristo” –decía Santa Teresa de Calcuta; y no hacerlo sería como “morir de sed junto a una fuente” –afirmaba el Santo cura de Ars, otro gran devoto de la Eucaristía. En consecuencia, oraciones, himnos y poemas eucarísticos recorren la historia occidental en torno a la fiesta del Corpus Christi y sus procesiones, que siguen celebrándose con inusitado esplendor en Sevilla, Toledo y muchas otras ciudades. Como atestiguan también los himnos de los Congresos Eucarísticos Internacionales del siglo XX: “De rodillas, Señor, ante el sagrario, / que guarda cuanto queda de amor y de unidad, / (…) Cristo en todas las almas y en el mundo la paz. /” (Pemán y Aramburu, Barcelona 1952). De hecho, Pemán trabajó estos temas en «El divino impaciente» (teatro, 1933) y el «Canto a la Eucaristía» (1967). Siglos atrás, el amor a la Eucaristía llenó la vida de otra laica a quien el papa Francisco declaró venerable: “la loca del Sacramento”, Doña Teresa Enríquez, dama de Isabel la Católica que fundó la primera sede de las cofradías eucarísticas en España.

Huellas de la Eucaristía en la literatura: los autos sacramentales

Pero dejemos a un lado a los santos, a pesar de su capacidad metafórica, para centrarnos en otro aspecto de la cuestión: la Eucaristía, don de Dios y misterio central del cristiano, genera una gran literatura desde la Edad Media hasta hoy. Por la brevedad del espacio solo realizaremos algunas calas en este proceso.

No es extraño que en una sociedad teocéntrica surjan en España los autos sacramentales en los Siglos de Oro (XVI-XVII). Se trata de obras alegóricas de teatro en verso en uno o varios actos con tema eucarístico. Se representaban el día del Corpus con gran aparato escenográfico y glosaban temas bíblicos, filosóficos, morales y sobre todo eucarísticos. Los personajes eran abstracciones, símbolos que encarnaban ideas como el bien y el mal, la fe, la esperanza, la caridad y la Eucaristía. Dada su complejidad teológica y sutilezas doctrinales, no deja de ser paradójico el éxito de los autos sacramentales en un pueblo con un altísimo índice de analfabetismo. Casi todos los grandes autores de la época los escribieron: Timoneda, Lope de Vega, Valdivielso, Tirso de Molina… Pero la cumbre del género la consigue Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), escritor, dramaturgo y sacerdote que escribió más de ochenta autos sacramentales, con una estrecha conexión teológica entre la fiesta y la obra representada cuyo tema eucarístico es siempre esencial. Los define así: “Sermones / puestos en verso, en idea / representable cuestiones / de la Sacra Teología, / que no alcanzan mis razones / a explicar ni comprender, / y al regocijo dispone / en aplauso de este día”.

Algunos títulos: «El gran teatro del mundo», «La cena del rey Baltasar», «El gran mercado del mundo», «El verdadero Dios pan», «La lepra de Constantino», «La protestación de la fe», «Viático cordero»… En el primero, la vida es un teatro donde cada personaje representa su papel y es recibido al final por el Autor en la gran cena eucarística que premia a quienes defendieron valores cristianos. Y así, en todos se glosa un argumento que siempre remite al tema eucarístico utilizando la alegoría, recurso que satisfacía su deseo de jugar con abstracciones y conceptos. En «Lo que va del hombre a Dios», trata de reflejar su técnica e intenciones en este género dramático al decir: “Estaba en estilo puesto / que empiece el Hombre pecando, / que acabe Dios redimiendo / y, en llegando el pan y el vino / subirse con él al Cielo / al son de las chirimías”. Una muestra de su poético hacer es «Manjar de los fuertes»: “El género humano tiene /contra las fieras del mundo, / por las que horribles le cerquen, / su libertad afianzada, /como a sustentarse llegue / de aquel Pan y de aquel Vino /de quien hoy es sombra éste…/ Nadie desconfíe, / nadie desespere. / Que con este Pan y este vino…/ las llamas se apagan, / las fieras se vencen, / las penas se abrevian / y las culpas se absuelven”.

La Eucaristía en la literatura ensayística inglesa del XIX y XX

Por la brevedad del artículo, no puedo tratar pero sí al menos aludir a la literatura de los conversos ingleses que arranca del cardenal Newman y tiene su centro en G. K. Chesterton (1874-1936), tan bien estudiada por Pearce en su libro «Escritores conversos» (1999). Un fenómeno de conversiones en cadena (Belloc, Benson, Knox, Grahan Greene, Waugh, C. S. Lewis, Tolkien…). La mayoría provienen del protestantismo y para ellos el tema eucarístico es prioritario. Lo trabajarán en ensayos, poemas y novelas. Para Chesterton, desde su conversión enamorado de la fiesta del Corpus, creer en la presencia real en el Santísimo Sacramento era la piedra de toque misma de la verdad, hasta el punto de exclamar después de su primera comunión: “Hoy ha sido el día más feliz de mi vida”. Se confesaba asustado ante la tremenda realidad de Cristo en la Eucaristía. Y añadía: “Para aquellos de mi fe solo hay una respuesta: Cristo está hoy en la tierra, vivo en mil altares; y resuelve los problemas de la gente exactamente como lo hacía cuando estaba en el mundo en un sentido más ordinario”.

Los poetas cantan la Eucaristía

Volviendo atrás, en épocas teocéntricas los grandes escritores no olvidaron la Eucaristía, por ejemplo Miguel de Cervantes (1547-1616) en su poema «Alégrate alma mía»: “Si en pan tan soberano, se recibe al que mide cielo y tierra; / si el Verbo, la Verdad, la Luz, la Vida / en este pan se encierra; / si Aquel por cuya mano/ se rige el cielo, es el que convida / con tan dulce comida/ en tan alegre día. / ¡Oh cosa maravillosa! /Convite y quien convida es una cosa, /alégrate, alma mía, / pues tienes en el suelo /tan blanco y tan lindo pan como en el cielo”. O Luis de Góngora (1561-1627): “Oveja perdida, ven / sobre mis hombros, que hoy / no solo tu pastor soy, / sino tu pasto también (…) Pasto, al fin, hoy tuyo hecho / ¿qué dará mayor asombro, / o el traerte yo en el hombro, / o el traerme tú en el pecho? / Prendas son de amor estrecho / que aun los más ciegos las ven (…)».

Ya en el siglo XX sorprende encontrar en Miguel de Unamuno (1864-1936), siempre en busca agónica de Dios, un bello y denso poema titulado «Eucaristía» que se abre así: “Amor de ti nos quema, blanco cuerpo; / amor que es hambre, amor de las entrañas; / hambre de la palabra creadora / que se hizo carne; fiero amor de vida / que no se sacia con abrazos, besos, / ni con enlace conyugal alguno. / Solo comerte nos apaga el ansia, /pan de inmortalidad, carne divina. / (…). Para cerrarse con una petición: “Y tus brazos abriendo como en muestra / de entregarte amoroso nos repites: / «¡Venid, comed, tomad: esto es mi cuerpo!» / ¡Carne de Dios, verbo encarnado, encarna / nuestra divina hambre carnal de Ti!”. Mucho más sorprendente la «Oda al Santísimo Sacramento del Altar» (1928), de Federico García Lorca (1898-1936), que a pesar de lo personal, libre y casi estrambótico de su escritura revela un germen de fe en el poeta granadino. Porque la generación del 27, aunque a su manera, también buscó lo divino que ya los modernistas habían atisbado con cierto exoterismo, como es palpable en las publicaciones de «Adonais» y también recogió Ernestina de Champourcin en su antología «Dios en la poesía actual» (BAC 1976). Como muestra un botón: un fragmento poético de la propia Ernestina: “Porque es tarde, Dios mío / porque anochece ya / y se nubla el camino/ (…). Porque ardo en sed de Ti / y en hambre de tu trigo, / ven, siéntate a mi mesa; / bendice el pan y el vino” (…).

«Dios en la poesía española de posguerra», libro de M. J. Rodríguez (1977) atestigua el repunte religioso tras la guerra española del 36, unido a la angustia de la búsqueda y al anhelo de salvación, si bien no esencialmente eucarística. L. Panero, Dámaso Alonso, Blas de Otero, M. Alcántara, L. Rosales, C. Bousoño, B. Llorens, J. M. Valverde, M. Mantero, L. Felipe, V. Gaos, J. J. Domenchina, A. Serrano Plaja… Algo explicable en un clima de existencialismo y tras las masacres de las sucesivas guerras.

Y siguen cantándola hoy

Lo que quizá no sea tan previsible es el repunte que a finales del XX en un ambiente de laicismo desacralizador, aparece en unos cuantos jóvenes poetas y continúa ahora mismo. Más allá de Murciano y Martín Descalzo, en el sur de España y en torno (aunque no solo) a la sevillana revista y editorial «Númenor», C. Guillén Acosta, J. J. Cabanillas (por cierto, ambos coordinaron una antología, «Dios en la poesía actual», Rialp, 2018), los hermanos Daniel y Jesús Cotta, R. Arana… han tocado con desparpajo y naturalidad desenfadada la poesía religiosa. Quiero cerrar el artículo con una pequeña selección de versos.

Un fragmento de “Eucharistia”, de Guillén Acosta (1955) en su libro «Redenciones» (2017) abre el conjunto: (…). “Y es la necesidad diaria de saberme / virado a algún sagrario, / y desde allí esperar a que llegue el momento / y alcance a descubrir su misterio, el del pan, / el que me hace darme como el grano en la era / y en el que me transformo cada vez que lo ingiero”…

Otro fragmento de “Por tres” en «Mal que bien» (2019), de E. García Máiquez (1969): “Mi más solícita jaculatoria / ha sido siempre: Sangre / de Cristo, embriágame. / (…). Y entono otra jaculatoria: Tu / que me hiciste a tu imagen, / Dios trinitario, multiplícame”…

Apelando al contexto (Sta María del Transtévere) y a la sugerencia, R. Arana (1977) toca el tema en “Hagamos tres tiendas”, poema de «El último minuto» (2020): “Rebañito de ovejas bizantinas / que minuto a minuto yo miré / balar en esa bóveda dorada / en un silencio que también refulge: / a vuestro lado yo me quedaría / si hubiese buen pastor, como lo hay, / al calor del poder mudo y gigante / de aquella diminuta lamparita / y no volver jamás al gris cemento”.

Impresionante “Está sucediendo ahora”, décimas de Daniel Cotta (1974) en «Alumbramiento» (2021) que expresan la fe católica en la presencia real de Cristo en la Eucaristía en el momento de la consagración: (…) “Ahora, sí, en el lugar / donde esas manos al vuelo / acaban de convocar / el Señor de tierra y cielo / sobre el lino del altar! / Esa blancura que aflora / cariñosa y bienhechora / como una luna que sube / es Dios en carne de nube, / es Dios que baja en la aurora (…) / Dios está viniendo al mundo… / y está sucediendo ahora”.

También “Con los ojos cerrados”, de Jesús Cotta (1967) que sorprendentemente se atreve con todo un libro de temática religiosa, «Acogido a sagrado» (2023), y dice así: (…) “Y llueva tu agua, / agua hecha vino, / vino hecho sangre, / sangre hecha gracia”.

Otro poema muy reciente, “Venite adoremus” (Esos tus ojos, 2023), de J. J. Cabanillas (1958) lo certifica: (…) “Han hecho falta noches, soles / la verde llama de una espiga en pie / y hacerte Tu pan blanco y yo adorarte / como aquel rey de nieve te adoraba / a ti, Niño, mi niño, siempre niño”… Ya antes había tocado el tema en Cuatro estaciones (2008): “Las campanas… ¿Oís? Si ya es de día (…). Cuándo he llegado yo a este jueves del Corpus. / Ya el trono bajo el sol está en la calle / (…). La Custodia se acerca com o antorcha de fuego / y la redonda carne se anilla hecha de Amor”…

Para cerrar este bloque, podría decirse que casi todos escriben poemarios ambiciosos, audaces e infrecuentes en el panorama de la poesía española actual y manifiestan su fe jubilosa en la divinidad desde perspectivas cotidianas. Algo sorprendente, como sorprendente ha sido la trayectoria del joven Carlo Acutius, declarado venerable en 2020. Un chico muy actual, y muy enamorado de la Eucarístia, que creó un sitio web sobre la génesis de los milagros eucarísticos del mundo.

El autorMaría Caballero

Catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Sevilla

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