El padre Hans Zollner, jesuita, preside desde 2015 el Centro de Protección de la Infancia del Instituto de Psicología de la Universidad Pontificia Gregoriana, y desde el año anterior es miembro de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores. Omnes le ha entrevistado en relación a la difusión del «Informe McCarrick», para que diera su opinión al respecto, también en vista de sus muchos años de experiencia en el campo de la prevención de abusos en la Iglesia.
P- Padre Zollner, sabemos cuánto se ha trabajado en los últimos años para combatir el triste fenómeno del abuso en la Iglesia, trabajo que lo ha visto como un importante protagonista. ¿Cómo entiende el reciente informe McCarrick y cómo lo ha presentado la Iglesia?
Diría en primer lugar que es una señal en dirección de una transparencia clara y nítida, con una documentación verdaderamente exhaustiva que muestra al mundo entero cuánto trabajo se ha realizado en la redacción de este informe y con qué claridad se presentan los datos. Por lo tanto, lo considero verdaderamente ejemplar y creo que también representa el cumplimiento de la promesa hecha en la Cumbre de 2019 con los Presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo, sobre la conciencia definitiva del fenómeno. No puedo imaginar que sea la última, aunque hay que destacar que en algunas Iglesias locales este tipo de informes ya se transmiten desde hace tiempo. El último en orden de tiempo nos ha llegado por ejemplo de la diócesis de Aquisgrán, que también ha transmitido una impresión muy positiva.
P- En su opinión, considerando toda la experiencia que ha tenido como Presidente del Centro de Protección de Menores, ¿qué nos enseña esta triste historia adicional?
Nos enseña que la fase de control debe ser tomada en serio. Y que puede suceder que un obispo no siempre diga toda la verdad, por varias razones: culturales, ambientales, etc. Por lo tanto, debemos aspirar a tener un sistema de rendición de cuentas que funcione, en el que quede claro a quién deben rendir cuentas los obispos y cómo se les puede sancionar si no comunican la información necesaria en los diversos procesos, perjudicando así su misión para el Pueblo de Dios.
P- El informe destaca algunas responsabilidades personales que, en una lectura superficial, podrían dañar los pontificados en los que se han producido. ¿Cómo se deben colocar estos eventos en la perspectiva correcta y honesta?
Obviamente se habla mucho de la figura de san Juan Pablo II en este asunto, dado que prácticamente ha sucedido mucho durante su pontificado. En primer lugar, hay que decir que ser santo no significa estar sin pecado en la vida: mientras vivamos en esta tierra, todos somos pecadores. El ‘informe McCarrick’, en cualquier caso, no indica con precisión cuál fue la responsabilidad personal de Juan Pablo II; no está claro lo que ocurrió, también porque aquí hay un McCarrick que mintió descaradamente, tres obispos que no dijeron toda la verdad que tenían en su poder las acusaciones contra McCarrick, la experiencia del comunismo que atacó a la Iglesia en Polonia, etc. Después de todo, estos son siempre procesos que vemos desde nuestro punto de vista y sobre la base de las evaluaciones a las que llegamos hoy: eso no fue posible en ese momento, pero ciertamente no reduce la responsabilidad.
P- Nos parece que nos encontramos ante un punto de ‘no retorno’ en comparación con una práctica de transparencia que ya no puede evitarse de ahora en adelante. ¿Se espera que haya más informes de este tipo?
Hay que decir que no es el primer informe que se presenta de esta manera: ha habido otros de carácter nacional, diocesano o de orden religioso. Ciertamente es el primero publicado por la propia Santa Sede, de gran importancia por la relevancia del personaje y para la Iglesia americana. Si cuestiones similares surgieran en relación con otros personajes del mismo calibre, puedo imaginar que se hará lo mismo. La Santa Sede está verdaderamente comprometida con esto, y no lo hace a la ligera: obviamente se han tomado el tiempo necesario para verificar todo a fondo. Por lo tanto, fue un hecho ejemplar tanto en la ejecución como en el mensaje que se envió.
P- Después de años de tratar estos temas, ¿cuál es la evaluación que se está haciendo hoy?
En los últimos 3 o 4 años hemos visto cambios realmente profundos, basta pensar en el motu proprio Como una madre amorosa del Papa Francisco en 2016, el discurso a los participantes del Congreso «Child Dignity in the Digital World» al año siguiente, la Carta al Pueblo de Dios en 2018, la cumbre con los obispos del año pasado, que fue seguida por leyes que desarrollaron las medidas que todos esperábamos: el inicio del proceso de rendición de cuentas, la inclusión de personas vulnerables en las denuncias de abusos sexuales, la abolición del secreto papal y el aumento de la edad de 14 a 18 años para la posesión de pornografía infantil. Se ha publicado un vademécum práctico. Así que, en los últimos 4 años y medio, se han hecho grandes progresos.
No es, por supuesto, el final del camino, porque esto concierne mucho a los países del mundo occidental, pero la onda expansiva del cambio aún no ha llegado a los otros continentes. Muchos en la Iglesia todavía se esfuerzan por comprender que no se habla de un tema que pase rápidamente o de una mancha que se pueda limpiar fácilmente: se habla de una llamada del Señor a nuestra misión y a lo que realmente quiere de nosotros. Esto me da, por un lado, tristeza, porque todavía veo mucha resistencia a comprender el verdadero desafío, y, por otro lado, esperanza, porque estoy convencido de que el Señor insistirá: ¡seguiremos dando pasos!