Hay una institución en la Iglesia Católica que tiene una misión que nunca ha cambiado a lo largo de los siglos: la de cuidar y apoyar a los cristianos de Tierra Santa. Se trata de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén, cuyos orígenes históricos se remontan a 1336 y a la que san Juan Pablo II concedió personalidad jurídica vaticana.
En la actualidad, la Orden cuenta con 30.000 caballeros y damas laicos en todo el mundo, está organizada en 60 Luogotenencias y una docena de Delegaciones Magistrales, y hace unos dos años renovó su estatuto con la aprobación del Papa Francisco. «Creemos que Tierra Santa no puede considerarse un yacimiento arqueológico de la fe, sino que debe vivir una realidad viva compuesta por las familias cristianas que la habitan y los numerosos peregrinos que la visitan cada año», explica el Cardenal Fernando Filoni, Gran Maestre de la Orden, según el cual la fuerza de la institución que dirige «tiene su origen en el gran entusiasmo que sus miembros ponen en todas las actividades que realizamos».
En el complicado contexto internacional actual, ¿cómo consigue la Orden cumplir su misión principal?
– En primer lugar, debemos decir que debemos amar Tierra Santa: no sólo por lo que representa culturalmente, sino sobre todo por el hecho de que Jesús nació, vivió, predicó y llevó a cabo allí su misión de salvación. Ahora, apoyar a los cristianos significa continuar la presencia de una realidad viva en Tierra Santa. La primera comunidad cristiana estaba formada por los discípulos del Señor y nunca se ha extinguido. Esto significa, sin embargo, que hay que apoyar a esta «Iglesia madre», que luego dio a luz, mediante la evangelización, a muchas otras Iglesias del mundo. Por ello, las Iglesias del mundo sienten que les corresponde apoyar a la Iglesia de Tierra Santa en este momento histórico, porque la presencia de cristianos en esas zonas ha disminuido mucho, y si no hay una contribución financiera, además de emocional, Tierra Santa corre el riesgo de convertirse en un lugar turístico, en un yacimiento arqueológico de la fe. Y no queremos que esto ocurra. El apoyo que la Orden presta a Tierra Santa sirve para ayudar a todos aquellos que tienen una razón para vivir en Tierra Santa: no sólo cristianos, sino también judíos y musulmanes.
Recientemente, la Orden también se está desarrollando en Eslovaquia y ha iniciado proyectos de expansión en África: ¿en qué consiste este gran esfuerzo y cuál es su motivación?
– Nuestra intención es abrir un poco más la Orden, que ya está muy presente en los países europeos y en Norteamérica. La idea es aumentar nuestra presencia en Sudamérica, Centroamérica, pero también iniciar algunos proyectos en África y Asia. Hacemos todo esto porque la Orden está abierta a todos: y la preocupación por Tierra Santa debe llevar también a todas las demás Iglesias del mundo -minoritarias o mayoritarias- a tener a Tierra Santa en el corazón. Si la Iglesia es católica, la catolicidad debe alcanzar también a aquellas realidades continentales menos presentes en este momento, pero que no deben ser excluidas. Nuestros caballeros y damas no son los que se ocupan ocasionalmente de Tierra Santa, sino que lo hacen con una estabilidad de compromiso, y es bonito pensar que también pueden formarse en países donde la Orden está menos presente hoy en día.
Actualmente, ¿qué compromiso se exige a los miembros de la Orden en todo el mundo? ¿Ha cambiado con respecto a los nuevos retos geopolíticos mundiales?
– Siempre digo que el compromiso de los miembros de la Orden se apoya en tres pilares: la formación espiritual, que nace del misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, el amor a Tierra Santa y la dedicación a su Iglesia local. Por lo general, nuestros caballeros y damas son laicos, profesionales muy preparados, que pueden aportar mucho a cada Iglesia local, una contribución verdaderamente cualificada. Su amor por la Iglesia local se extiende a toda Tierra Santa.
¿Cómo está viviendo la Orden el camino sinodal?
– La Orden no es una diócesis, y aunque bromeo diciendo que soy un párroco con 30.000 fieles repartidos por todo el mundo, ni siquiera es una parroquia. Sus miembros forman parte de las Iglesias locales y, como tales, aportan y aportarán su contribución a todo el camino sinodal.