Los desafíos que experimentan las sociedades contemporáneas en el ámbito de la libertad de religión y las creencias son cada vez más numerosos. Por ejemplo, se suceden los conflictos entre el ejercicio de la libertad de conciencia e intereses públicos materializados en leyes; se producen aparentes tensiones entre la libertad religiosa y otros derechos humanos; la relación entre las competencias estatales en materia de educación y la libertad de enseñanza no es siempre pacífica; los derechos de las minorías en entornos sociales que pueden resultar hostiles no gozan en ocasiones de protección eficaz., y así podríamos seguir enumerando cuestiones.
Son asuntos en los que se aprecia una creciente tendencia a la polarización y la división social, un fenómeno que afecta particularmente a las opciones religiosas y éticas de los ciudadanos, y que en ocasiones llega a la intolerancia hacia el discrepante, incluso a la estigmatización y a la agresividad.
En este contexto tuvo lugar en Córdoba hace unas semanas el VI Congreso del ICLARS (“International Consortium for Law and Religious Studies”), organización con sede en Milán. Bajo el título general de “Dignidad humana, derecho, y diversidad religiosa: diseñando el futuro de sociedades interculturales”, casi quinientos congresistas de todo el mundo ―catedráticos, académicos, intelectuales, senadores y ex políticos, periodistas, profesores de distintos ámbitos― exploraron respuestas a estas cuestiones.
La organización del congreso de Córdoba fue confiada a LIRCE (“Instituto para el Análisis de la Libertad y la Identidad Religiosa, Cultural y Ética”), que actuó en colaboración y con el patrocinio del proyecto “Consciencia, Espiritualidad y Libertad Religiosa” de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España; la Universidad de Córdoba; la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA); el grupo de investigación REDESOC de la Universidad Complutense; y otras instituciones locales y regionales, públicas y privadas. El presidente del comité organizador del congreso ha sido el profesor Javier Martínez-Torrón, catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, y Presidente del Comité Directivo del ICLARS y de LIRCE.
Silvio Ferrari, fundador y ex presidente del ICLARS, profesor de Derecho en la Università degli Studi di Milano, intervino en una de las sesiones plenarias con un epílogo sobre las perspectivas de futuro de la libertad religiosa en nuestras sociedades, junto a otros expertos. Con él conversamos, una vez retornado a Milán.
Usted ha participado en septiembre en el VI Congreso de ICLARS, celebrado en Córdoba. ¿Podría comentar brevemente el objetivo del congreso?
― La diversidad cultural y religiosa ha llegado a Europa, pero aún no sabemos cómo gestionarla. En otras partes del mundo, creyentes de diferentes religiones han convivido durante siglos. No siempre es una convivencia pacífica, pero hay algo que los europeos podemos aprender del diálogo con África y Asia: el valor de la diversidad que, bien entendida, es un enriquecimiento para todos. Y también hay algo que podemos enseñar: la necesidad de una plataforma de principios y normas compartidas sobre la que pueda desarrollarse la diversidad religiosa sin crear conflictos.
En el tramo final, tuvo usted una intervención relevante en torno a las perspectivas de futuro de la libertad religiosa en estas sociedades interculturales. ¿Puede señalar algo al respecto?
― En mi discurso intenté identificar lo que los europeos pueden aportar a un diálogo intercultural: en primer lugar, la primacía de la conciencia individual, y luego la existencia de un núcleo de derechos civiles y políticos que deben garantizarse a todos sin distinción de religión. No se debe poner a nadie en la alternativa de cambiar de religión o ser asesinado o exiliado, como ocurrió no hace muchos años en los países bajo el califato islámico, y se debe conceder a todos, independientemente de la religión que profesen, el derecho a casarse y formar una familia, educar a sus hijos, participar en la vida política de su país, etc.
En Europa hemos tardado siglos en aprender estas cosas, y ahora estos principios forman parte de la identidad europea y constituyen la contribución que Europa puede hacer al diálogo intercultural: sin pretender imponerlos a todos los pueblos del mundo, pero también sabiendo que representan valores universales.
¿Está amenazada la libertad religiosa, no sólo en el ámbito de las leyes, sino en actitudes de intolerancia hacia los disidentes, en el ámbito ético y religioso, con todo lo que ello conlleva?
― En los últimos cincuenta años, el radicalismo religioso ha crecido, de la mano del nuevo significado político de las religiones. Por un lado, algunas religiones (afortunadamente no todas) se han vuelto más intolerantes, no sólo con los fieles de otras religiones, sino también dentro de ellas mismas.
Por otro lado, los Estados han aumentado su control sobre las religiones, temiendo que los conflictos entre ellas puedan socavar la estabilidad política y la paz social de un país. Juntos, estos dos elementos han reducido el espacio para la libertad religiosa. Sin embargo, no hay que exagerar: hace cien años, tanto en España como en Italia, había mucha menos libertad religiosa que hoy.
Parece que se van dando formulaciones antagónicas de los derechos humanos. ¿Han visto posible la posibilidad de crear espacios de entendimiento común?
― Nociones como la dignidad humana y los derechos humanos deben manejarse con cuidado. En primer lugar, hay que aceptar que son construcciones históricas: hace siglos la esclavitud estaba generalmente aceptada, hoy (afortunadamente) ya no lo está. La dialéctica e incluso el antagonismo de los derechos humanos forman parte de este proceso de construcción histórica. Si se acepta este punto de partida, uno se da cuenta de que los derechos humanos también deben ser contextualizados en cierta medida.
El nivel de respeto de los derechos humanos alcanzado en una parte del mundo no puede imponerse sin más a otras partes del mundo donde el proceso histórico de construcción de los derechos humanos ha tenido ritmos y modalidades diferentes. Es más sabio madurar este respeto desde el interior de cada tradición cultural y religiosa, fomentando el desarrollo de todo el potencial que encierra.
Hablan ustedes de contribuir a crear una cultura de respeto por la diversidad. ¿Puede ampliar esta reflexión? ¿A qué organismos del Estado, y estamentos de la sociedad civil, se dirigiría principalmente?
― La cultura del respeto a la diversidad debe partir de las religiones. Se construye a través del diálogo entre las religiones y la construcción de espacios donde sus fieles puedan convivir sin tener miedo a su diversidad. En este punto, todas las religiones se quedan atrás porque se esfuerzan por comprender que la afirmación de la verdad -la que cada religión tiene derecho a afirmar- no implica la supresión de la libertad -la libertad de afirmar verdades diferentes-.
Los Estados deben garantizar este espacio de libertad en el que se puedan proponer a todos diferentes verdades y se puedan construir experiencias de vida basadas en estas diferentes verdades. Cuando esto sucede, la sociedad civil (de la que forman parte las comunidades religiosas) se convierte en el lugar donde cada uno puede expresar su identidad respetando la de los demás.