Mirando al tema de los abusos en la Iglesia en los últimos años, es evidente que todos los Papas han tenido un momento clave en el que han tomado una particular conciencia del problema. Con el Papa Francisco fue al regreso del viaje a Chile, en enero del 2018. Comenzó a recibir víctimas y después escribió dos cartas: la Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile (31 mayo 2018), en la que abre la reflexión sobre el “ejercicio de la autoridad” y “la higiene de las relaciones interpersonales” en la Iglesia. Y la Carta al Pueblo de Dios (20 agosto 2018), donde pone al mismo nivel el abuso de poder, de conciencia y el abuso sexual, usando la expresión de una “cultura del abuso”.
“El hecho de que la Iglesia sea jerárquica no es un problema” explica a OMNES el sacerdote Jordi Pujol –profesor de Derecho y Ética de la Comunicación en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz–, en Roma. “El derecho común de la Iglesia, así como el derecho particular de sus instituciones, con sus Estatutos, Reglas y consejos a los que los superiores deben someterse, son un freno natural al autoritarismo o al personalismo. El problema es el descuido de la dimensión de servicio que tiene el ejercicio de la autoridad”, destaca. En este sentido, “el abuso de autoridad es difícil que sea constitutivo de delito, pero el hecho de que no sea formalmente relevante desde el punto de vista penal, no significa que sea jurídica o moralmente indiferente”, añade Pujol.
Recientemente, Pujol ha publicado un libro junto a un sacerdote de la diócesis de Camagüey en Cuba, Rolando Montes de Oca, titulado: Trasparenza e segreto nella Chiesa Cattolica (Transparencia y secreto en la Iglesia Católica) editado en italiano por Marcianum Pres. En un contexto marcado por la realidad de los abusos, los autores subrayan un conjunto de desafíos para la Iglesia, como ganar en apertura y a su vez tutelar la confidencialidad, luchar contra el encubrimiento y proteger la presunción de inocencia.
“Es interesante la lección que hemos aprendido desde el caso McCarrick. Parecía que si uno obtenía favores de tipo sexual con mayores de edad (en ese caso seminaristas) no pasaba nada. Ahora ya no: se ha incluido la categoría adulto vulnerable y eso afecta también a los laicos que ejercen funciones de autoridad en la Iglesia 一reflexiona el profesor一. Uno de los retos que plantea el Papa en esas cartas de 2018 es la cultura del cuidado, que nos llama a fomentar, como dice Jordi Bertomeu, relaciones eclesiales asimétricas sanas, que generan libertad y paz interior”.
El tema de los abusos, ¿se discute a menudo desde un punto de vista emocional, señalando a los acusados y olvidándose, con frecuencia, de las soluciones?
Por un lado, la institución se siente a menudo “señalada públicamente”, asediada ante estos casos que se denuncian en el espacio público. La reacción de los dirigentes suele ser defensiva, ante lo que se considera una amenaza o un ataque. Por otro lado, hablar en público de tus errores te hace vulnerable y atacable como institución. Es una humillación dolorosa por la que hay que pasar. Es una herida abierta, un proceso que no se debe cerrar en falso. La vía de la comunicación fluida y la responsabilidad que proponemos en el libro nos parecen el camino adecuado para una institución como la Iglesia, en la que confían millones de personas.
La reacción de los dirigentes suele ser defensiva, ante lo que se considera una amenaza o un ataque. Por otro lado, hablar en público de tus errores te hace vulnerable y atacable como institución.
Jordi Pujol. Profesor de Ética de las Comunicaciones
¿Cómo se debería intervenir?
Tal y como ha establecido el Papa Francisco, las diócesis e instituciones de la Iglesia deben abrir canales de denuncia y escucha adecuados, deben crear equipos de acogida que faciliten el descubrimiento de las conductas abusivas y establecer protocolos de actuación. La escucha activa y abierta a las víctimas llevará a asumir las responsabilidades jurídicas y morales que corresponda.
Los obispos y superiores están llamados a asumir una actitud proactiva, de vigilancia y de responsabilidad. Tras las últimas reformas, el liderazgo de la Iglesia no sólo tiene que rendir cuentas a Dios, sino también está vinculado al Derecho Canónico. Ninguna autoridad está por encima de la ley. La negligencia, el encubrimiento y la falta de responsabilidad de quienes gobiernan son punibles. Pienso que no hay marcha atrás a esta forma de gobierno más transparente y responsable.
¿Qué se desprende del estudio que habéis realizado?
Nuestro libro destaca que es necesario seguir avanzando en este cambio cultural que determina un estilo de gobernar la Iglesia. En los principios estamos todos de acuerdo: queremos una Iglesia abierta, que escuche, que no vea a las víctimas como una amenaza o un problema, que valore a los laicos y a la mujer, que no sea elitista sino corresponsable…
De hecho, estos principios, que contribuyen a una Iglesia más proclive a dar información, a rendir cuentas también a los fieles, etc., están todos incluidos en el Magisterio, pero en ocasiones se quedan ahí. Algunos de ellos se han convertido en obligaciones legales, pero sólo con las leyes no se cambian realmente las relaciones en la Iglesia.
En el libro se habla mucho de establecer procesos de comunicación con nuestros públicos (externos e internos), de responsabilidad compartida y no solo “hacia arriba”, pues los líderes deben rendir cuentas también “hacia abajo», hacia su pueblo y la sociedad en general.
¿Usted cree que las autoridades de la Iglesia están bien dispuestas a acoger estos cambios?
No podemos ser ingenuos, en la Iglesia hay una cierta tendencia al inmovilismo, y sin duda hay resistencias. Pero a su vez, se están poniendo en marcha nuevos procesos: la Iglesia está aprendiendo a no ver en las víctimas una amenaza, un problema. En este sentido, los líderes de la Iglesia están llamados a perder el miedo a escuchar los testimonios y experiencias de las víctimas. Es el único modo para poder abrir los ojos y tomar las medidas de sanación y prevención necesarias.
Una estructura de gobierno piramidal probablemente no ayuda, pero usted decía que “ser jerárquica” no es la principal traba. ¿El problema es el modo de ejercer la autoridad?
Así es. En la Iglesia decimos que quien entiende la “autoridad como poder” tiene una actitud equivocada, porque “la autoridad en la Iglesia es servicio”. Pero yo diría que no solamente eso. Los líderes de la Iglesia tienen que demostrar –además de afán de servicio–, verdadero amor por la Iglesia. Un modo de superar el abuso es recordar a quienes asumen estas posiciones de liderazgo que su autoridad está enraizada en Cristo, y debe alimentarse por la unión con Cristo.
Los obispos y superiores no son meros gestores ni políticos. No es fácil, porque les exigimos todo: que tengan conocimientos jurídicos para hacer de jueces en su circunscripción, que tengan competencia en aspectos económicos para administrar los bienes, que tengan dotes de liderazgo y gobierno, que sean pastores empáticos y disponibles, que estén preparados doctrinalmente, que prediquen bien y sean santos… ¡casi nada!
En la Iglesia decimos que quien entiende la “autoridad como poder” tiene una actitud equivocada, porque “la autoridad en la Iglesia es servicio”.
Jordi Pujol. Profesor de Ética de las Comunicaciones
Recientemente, Mons. Scicluna, que desde el principio sigue de cerca el tema de los abusos por parte del Vaticano, habló del acompañamiento no sólo de las víctimas sino también del acusado, e incluso al condenado. ¿Cómo se pueden integrar estos aspectos?
No es fácil porque cuando sacas el tema de la presunción de inocencia puede parecer que estás tomando parte. Benedicto XVI señaló muy claramente la estrategia ya en 2010, primero en la carta a los católicos en Irlanda y, poco después, en el viaje al Reino Unido, insistiendo en tres puntos: que se ponga a las víctimas en primer lugar; segundo, atención al culpable, al que hay que garantizar una pena justa y alejarle del contacto con los jóvenes y, en tercer lugar, la prevención y selección de los candidatos al sacerdocio porque también hay que velar por la fe.
¿Es posible poner a las víctimas primero y defender la presunción de inocencia?
Debería serlo. La presunción de inocencia es un principio del derecho canónico que, en ámbito penal, se ha formalizado en el Can. 1321 del Nuevo Libro VI del Código de Derecho Canónico. Otra cosa es su aplicación de hecho, por ejemplo, el modo en el que se comunican y aplican las medidas cautelares a un sacerdote que es denunciado como potencial abusador (abandono de la parroquia, dejar de oficiar en público o vestir como cura, etc.).
Michael Mazza explicó para Omnes algunos de estos detalles. A algunos sacerdotes les han comunicado estas medidas por WhatsApp, y eso es gravísimo. Nos interesa la justicia y la verdad, pero también el cuidado de todas las personas implicadas durante estos procesos, a menudo penosos y largos.
Finalmente, ¿qué opina del baile de informes sobre abusos en la Iglesia que se han publicado en los distintos países? ¿Y sobre las presiones que está recibiendo la Iglesia en España e Italia en este sentido?
La auditoría externa y las comisiones de investigación independientes son instrumentos útiles para que unos ojos externos te digan verdades que a veces cuesta reconocer, siempre que sean expertos.
En la Iglesia, nos ha costado permitir que otros nos digan lo que ven. La política de que “los secretos de familia no se airean porque no se entenderían”, o de que “los trapos sucios se lavan en casa” ha sido frecuente, no tanto por maldad como por falta de apertura.
El periodismo honesto, como en el caso Spotlight de Boston, ayudó a la Iglesia a reconocer una realidad escandalosa que se resistía a afrontar. Ahora bien, no todas las comisiones de investigación, ni reports ni equipos spotlight son igualmente competentes y bienintencionados. Los informes de la Royal Commission en Australia o el John Jay Report en EE.UU. son dos buenos ejemplos de investigaciones exhaustivas y honestas. La Iglesia hizo caso a más del 90% de las recomendaciones de la Royal Commission australiana.
¿Lo mismo se puede decir de los últimos informes publicados?
La verdad es que no, considero que el informe francés y el alemán no están al mismo nivel. Sería demasiado largo de explicar. El poder que damos a estas comisiones independientes para hablar de nosotros es enorme y, en ese sentido, el valor de la “independencia” es un factor importante, pero no es el único ni se debe dar a cualquier precio. Esta independencia tiene que ir acompañada de una competencia indiscutida, porque de lo contrario las auditorías externas no tienen sentido. Uno de los problemas que pueden presentarse en España o Italia es que estar siempre bajo la presión del foco mediático puede influir en la composición de los equipos, o en la investigación, y no es lo propio. La investigación de la verdad y la justicia requieren serenidad y tiempo, no espectáculo mediático.