“¿El primer gran fruto? La misma práctica sinodal que se inició en las comunidades y parroquias con la escucha del Espíritu Santo que habla a través del Pueblo de Dios” apunta el padre Pedro Brassesco.
Brassesco es secretario general adjunto del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), el organismo eclesial que agrupa a los obispos de América Latina y el Caribe, y elabora un balance del camino sinodal en marcha que conducirá a la fase universal prevista para 2023.
“La fase continental latinoamericana comenzará el próximo mes de noviembre, cuando la Secretaría del Sínodo publicará el Instrumentum Laboris que recoge la síntesis del trabajo realizado por cada país. Mientras tanto, el CELAM está animando a las Conferencias Episcopales locales a continuar en esta fase diocesana y nacional”, dice el padre Brassesco.
¿Con qué herramientas está ayudando el CELAM a las Conferencias Episcopales?
– Hemos creado una comisión llamada ‘CELAM camino al Sínodo’ con la que organizaremos también la etapa continental, obviamente en coordinación con la Secretaría del Sínodo. Creemos que esta etapa debe caracterizarse por un encuentro continental y estamos analizando las diversas posibilidades de desarrollo: presencial o híbrido; regional o por país. Es un camino que debemos recorrer para que los aportes del continente reflejen sus particularidades y diversidades.
¿Cuáles son los frutos generados hasta ahora por este camino sinodal?
– Uno de los frutos más importantes es la escucha de los miembros del Pueblo de Dios, porque cada miembro tiene voz y es reconocido como sujeto dentro de la Iglesia. No se trata de abordar un tema concreto para sacar conclusiones sino de hacer un ejercicio sinodal.
¿Cuáles son las dificultades?
– Cierta resistencia a la idea misma de sinodalidad, especialmente por parte de algunos sectores clericalizados. También a varios sacerdotes les ha costado entusiasmarse, quizás por el cansancio, abrumados por las pesadas tareas pastorales o debilitados por la decepción por los resultados que no alcanzaron sus expectativas.
Otra dificultad está ligada a las distancias, tanto geográficas como existenciales. Todos deberían poder escuchar, pero la consulta, a menudo, se limita únicamente a las actividades comunitarias y litúrgicas. A pesar de ello, sin embargo, muchas diócesis han puesto en marcha iniciativas muy interesantes para entrar en contacto con sectores cuyas voces no siempre son escuchadas.
¿Qué representa la sinodalidad para el continente latinoamericano?
– El continente latinoamericano tiene una historia propia marcada por la sinodalidad como estilo eclesial.
En este territorio, desde finales del siglo XVI, los sínodos y concilios fueron muy frecuentes.
Las creaciones del CELAM y de las cinco Conferencias Episcopales Generales del Episcopado fueron el signo concreto de este ‘caminar juntos’ de la Iglesia latinoamericana. También muchas diócesis, en los últimos años, han retomado la práctica de organizar asambleas o sínodos en los que se perfilan los horizontes y la acción pastoral de la Iglesia particular.
El proceso de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe representó una instancia inédita de participación y comunión para discernir juntos sobre los desafíos pastorales de los próximos años.
¿Afectará la sinodalidad a la comunión y la misión?
– Sí. Una cosa es cierta: la sinodalidad pone en acto la comunión, la hace real y palpable en situaciones y procesos concretos. Posteriormente, transforma la comunión en un estilo, en un modo de ser Iglesia marcado por relaciones de escucha y respeto. Y luego la sinodalidad fortalece la misión porque hace más atractiva a la Iglesia, la transforma en testimonio vivo de la unidad en la diversidad. Una Iglesia sinodal no derrocha energías obsesionada por cuidar los espacios de poder o la conservación de las estructuras, sino que se deja animar por la novedad del Espíritu Santo que abre nuevos espacios de encuentro y de evangelización.
El CELAM realizó recientemente una semana de reuniones virtuales sobre el Sínodo. ¿Cuáles eran los objetivos de estas reuniones?
– Los encuentros se realizaron para facilitar la escucha y el diálogo y contaron con la participación de los diversos equipos de animación del Sínodo de las Conferencias Episcopales. El trabajo fue muy fructífero y notamos que el proceso sinodal fue bien recibido en casi todas las diócesis.
En su opinión, ¿cómo cambiará el Sínodo a la Iglesia en América Latina y el Caribe?
– Creo que el Sínodo es una etapa de un proceso más largo. No se pueden esperar cambios inmediatos porque la sinodalidad está íntimamente ligada a una conversión pastoral que no se puede imponer.
El Sínodo, como práctica, nos hace perder el miedo a escuchar a todo el Pueblo de Dios, cuya participación debe ser valorada.
Estoy seguro de que el Sínodo confirmará nuestro compromiso de transformar las estructuras eclesiales, pero esto no es suficiente: ciertamente será necesario seguir dando pasos nuevos y fructíferos.
En la Amazonía, en cambio, ¿cómo se está desarrollando el camino sinodal?
– Las conferencias episcopales, en los encuentros con los equipos de animación, nos han hecho saber que en la Amazonía estamos participando con entusiasmo en el camino sinodal.
También se destacó que la experiencia de escucha realizada en el Sínodo por la Amazonía fue un punto de partida fundamental.
A pesar de todo, existen obstáculos que impiden una mayor inclusión en el proceso sinodal: las grandes distancias, la dificultad para llegar a las comunidades y la falta de conectividad. Aún así, se han realizado experiencias muy significativas y creativas para lograr una mayor participación.
La Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA) fue invitada a realizar un camino propio de acompañamiento al Sínodo y decidió incentivar y promover la participación en las respectivas diócesis para no generar un proceso de doble escucha. Posteriormente, en la fase continental, se ofrecerán aportaciones concretas, necesarias para que podamos reflexionar sobre realidades concretas.