De la «identidad» del Viejo Continente hasta el 70º aniversario de la Convención Europea de Derechos Humanos, pasando por la contribución de la Santa Sede en el seno de la comunidad internacional. Sin omitir hablar de los límites del individualismo, el acalorado debate sobre el tema de la migración con sugerencias sobre la necesaria colaboración entre los Estados, y finalmente la salvaguarda del culto religioso en tiempos de pandemia, que ha llevado a limitar de alguna manera su ejercicio. El Secretario de Relaciones con los Estados de la Santa Sede, el arzobispo Paul Richard Gallagher, entrevistado por Omnes, ofrece el punto de vista de la Iglesia sobre estos temas de profunda actualidad en Europa.
«La identidad europea»
Excelencia, si se quiere resumir en pocos trazos la «identidad europea», a menudo en el centro de bastantes discusiones, ¿qué elementos habría que destacar?
Creo que el Papa Francisco, que ha dedicado varios discursos a Europa, ha destacado bien los rasgos que caracterizan la identidad europea, basada esencialmente en el principio de la centralidad de la persona. Europa pierde su alma, y por lo tanto su identidad, si se convierte en un conjunto de procedimientos o se limita a consideraciones puramente económicas. Por el contrario, partiendo de la persona, Europa redescubre que es ante todo una comunidad. Esta es, de hecho, la palabra clave en la que se ha centrado el proyecto europeo, inspirado, entre otras cosas, en la Declaración Schuman, cuyo 70º aniversario hemos conmemorado este año.
El redescubrimiento del hecho de ser una comunidad es aún más urgente en el contexto de la actual pandemia, donde la tentación de actuar de manera autónoma es más fuerte, mientras que se hace más evidente que sólo juntos, en un espíritu de solidaridad, podemos enfrentar los desafíos que el momento nos presenta. El respeto mutuo y la capacidad de diálogo también maduran en la vida de una comunidad. Estos son los principios fundamentales, dentro de los cuales, el respeto y la promoción de los derechos humanos, que son el mínimo común denominador de la Europa moderna, no se quedan en un mero concepto abstracto o en una buena intención, sino que adquieren una fisonomía concreta, respetuosa con la identidad y la contribución de cada uno.
En este sentido, ¿qué importancia tiene hoy en día redescubrir el auténtico significado de los «derechos» en una sociedad multicultural?
El Convenio Europeo de Derechos Humanos se firmó dos años después de la Convención Universal de Derechos Humanos y se refiere a lo que son precisamente los derechos universales reconocidos en ella. Es importante recordar la dimensión universal de los derechos humanos, precisamente porque deben garantizarse a toda persona humana, hombre o mujer, en todas las etapas de su existencia y en todos los países. El reconocimiento de los derechos humanos corresponde a una exigencia antropológica de la naturaleza humana que trasciende las culturas individuales. Creo que la celebración del septuagésimo aniversario del Convenio Europeo de Derechos Humanos podría ser una oportunidad para redescubrir esa dimensión de universalidad que subyace en el significado de los derechos humanos.
¿Qué contribución específica ofrece, de hecho, la Santa Sede dentro de la comunidad internacional europea y con qué título lo hace?
La contribución de la Santa Sede dentro de la comunidad internacional, europea y no europea, es siempre la de despertar su conciencia de alguna manera. Lo hace a la luz de su misión espiritual. Como recuerda el Papa Francisco, nosotros, como cristianos, no estamos llamados a ocupar espacios, sino a iniciar procesos. No se trata, por lo tanto, de reclamar espacios de poder, animados por nostalgias del pasado. Por el contrario, la Santa Sede ofrece su contribución para que los que tienen responsabilidades políticas puedan actuar concretamente para promover el bien común, salvaguardando sobre todo la dignidad de la persona humana.
En esta perspectiva, pues, se sitúan los llamamientos del Papa Francisco a favor de los migrantes, así como a favor de los pobres, los desempleados y los marginados en general. Las recientes advertencias del Papa a Europa y al mundo entero en esta época de pandemia deben leerse también en la misma dirección, recordando que no es una época de indiferencia, egoísmo y división, sino una buena oportunidad para reconocerse como parte de una sola familia y, por tanto, para apoyarse mutuamente en un espíritu de solidaridad.
¿Cómo podemos redescubrir la necesidad de anclar el fundamento ético «en la objetividad de la naturaleza» en lugar de hacerlo en «la subjetividad del individuo» o, peor aún, en la corriente dominante?
En las ideologías inspiradas en un humanismo agnóstico y ateo, se insiste en la idea de que el hombre es, en sí mismo, el principio y el fin de todo. La libertad individual se exalta de tal manera que la subjetividad del individuo se apodera a veces de la objetividad de la naturaleza recibida como un regalo. Cuando el hombre de la posmodernidad cree que puede someter la sociedad y las leyes a su propia voluntad y a sus deseos, acaba sometiéndose a la corriente dominante, que puede adoptar diferentes connotaciones, desde la deriva hedonista hasta la negación de la existencia misma de una «naturaleza». Existe, en cambio, una gran necesidad de redescubrir la objetividad de la naturaleza humana también a la luz de la dimensión relacional y social, que es igualmente esencial para nuestra civilización humana y que nos hace «naturalmente conectados» unos con otros.
Inmigración
Otra de las cuestiones en las que el debate es muy acalorado y en las que los enfrentamientos son cada vez más frecuentes es la migración, en la que suele haber una falta deliberada de cooperación entre los Estados Miembros. ¿Cuál es su idea sobre este fenómeno?
Actualmente, hay una presión creciente sobre los países del Mediterráneo oriental y los Balcanes occidentales, donde muchos migrantes tratan de trasladarse de Grecia y Bulgaria a los países de Europa septentrional, después de salir de Turquía. Sin embargo, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) confirma que la mayoría de los migrantes han entrado en Europa por mar. Casi la mitad de todas las llegadas fueron en Grecia a través de Turquía, y luego en Italia y Malta a través de Libia y el norte de África en general. Últimamente, España también ha visto un aumento de más del 1.000% de las llegadas al archipiélago de las Islas Canarias, donde unos 17.000 inmigrantes llegaron este año. En general, no estamos al nivel de 2015, pero con los continuos conflictos y los efectos de la pandemia, las cifras pueden seguir aumentando.
Hasta ahora, la responsabilidad ha recaído en los países «de primera llegada», lo que ha creado una situación que ha resultado insostenible y ha dado lugar a claras violaciones del principio de no devolución y de los derechos humanos, con muertes evitables en el mar y torturas en los campos de detención, especialmente en terceros países como Libia. Se necesitan dos medidas para fomentar la solidaridad entre los Estados de la Unión Europea: 1) un mecanismo común para distribuir equitativamente la carga de la recepción de migrantes o refugiados y la tramitación de las solicitudes de asilo; 2) un acuerdo común sobre search and rescue (SAR) –búsqueda y salvamento- en el mar, así como un mecanismo común para el desembarco y la devolución.
Con este propósito, la Santa Sede espera con interés la negociación del nuevo Pacto de la Unión Europea sobre Migración y Asilo. Sin embargo, hay que decir que las políticas y mecanismos concretos no funcionarán a menos que estén respaldados por la necesaria voluntad política, así como por el compromiso de todas las partes interesadas con la solidaridad genuina y el bien común.
Sin un esfuerzo acordado para poner fin a los conflictos y abordar el desarrollo de los países de origen, ningún sistema será suficiente. Por otra parte, el objetivo de cualquier sistema debe ser siempre hacer que la migración sea más segura, ordenada, regular y voluntaria. Como siempre ha sostenido la Santa Sede, todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona, lo que implica sobre todo la posibilidad de tener una vida digna, en paz y tranquilidad, en su propia patria.
Un camino de paz entre las religiones
En febrero de 2019 se firmó el Documento sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común en Abu Dhabi. ¿Qué ha sucedido con esa iniciativa y qué progresos se han hecho? Alguien dijo que le preocupaba una supuesta pérdida de identidad cristiana en la apertura a otras denominaciones religiosas…
La firma del Documento sobre la Fraternidad Humana no es una invitación a «perder la propia identidad». Por el contrario, es más bien el estímulo para profundizar en la perspectiva de acercarse a los que pertenecen a una religión diferente. Como el Papa Francisco observa en la Encíclica Fratelli tutti: «Entre las religiones es posible un camino de paz. El punto de partida debe ser Dios. Como creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para centrarnos en lo esencial: […] el culto a Dios, sincero y humilde» que lleva al respeto de la sacralidad de la vida, de la dignidad y de la libertad de los demás y al compromiso amoroso por el bienestar de todos (cfr. 282-283).
El Documento sobre la Fraternidad Humana es, por lo tanto, un instrumento fundamental para pasar de la simple tolerancia a una verdadera colaboración entre los fieles de las diferentes religiones comprometidos con la promoción de la coexistencia pacífica. En el fondo se trata del reconocimiento de un cambio de perspectiva, que ha llevado al Santo Padre y al Gran Imán a reflexionar sobre el significado del concepto de «ciudadanía», es decir, que todos somos hermanos y por lo tanto todos somos ciudadanos con iguales derechos y deberes.
Entre sus frutos, el documento inspiró la creación del Comité Superior para alcanzar los objetivos del Documento sobre la Fraternidad Humana. El Comité, que incluye miembros de los Emiratos Árabes Unidos, España, Italia, Egipto, Estados Unidos y Bulgaria, está presidido por el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, Presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Entre las iniciativas del Comité mencionaría especialmente la construcción de la Abrahamic Family House en Abu Dhabi, que incluiría una mezquita, una iglesia católica y una sinagoga, y la creación del Premio de la Fraternidad Humana.
La libertad religiosa en tiempos de pandemia
La emergencia sanitaria vinculada al coronavirus también ha reabierto el debate sobre la religión y la libertad religiosa, ya que algunos gobiernos han suspendido la celebración de Misas con el pueblo como medida de precaución. ¿Qué opina sobre esto?
La emergencia de la pandemia, que lamentablemente sigue en pleno desarrollo en muchos países, ha llevado a los gobiernos a adoptar medidas que restringen las libertades fundamentales, incluida la libertad de culto. Es evidente que esto ha llevado al sufrimiento de los fieles que aún en varios lugares no han podido reunirse en las iglesias para la Eucaristía. La imposibilidad de celebrar funerales ha sido y es sentida con particular dolor.
Los episcopados en general han reaccionado de una manera que considero prudente y responsable, en concreto, invitando a los fieles a acatar las instrucciones del gobierno. En una época en la que todos estaban llamados a sacrificar parte de su libertad, los cristianos querían ser solidarios con sus hermanos y hermanas; para ello renunciaron temporalmente a un aspecto de la libertad religiosa, como es el ejercicio del culto público, pero de esta forma aprovecharon la oportunidad para potenciar otros aspectos de la fe, empezando por la necesidad de la oración personal.
Por lo tanto, fue una renuncia difícil, animada por un espíritu de responsabilidad. Cuando la emergencia sanitaria termine definitivamente, que todos esperamos sea lo antes posible, se podrá evaluar, por parte de las Iglesias de los distintos países, si las restricciones a la libertad de culto comunitario decididas por los poderes públicos para luchar contra la propagación del virus han sido adoptadas en un marco de plena legalidad, o si se han cometido violaciones injustificadas de derechos en nombre de la salud pública.
Observo que la actitud de los episcopados hacia las disposiciones gubernamentales, como se ha descrito anteriormente, también ha sido seguida por las demás iglesias y denominaciones cristianas y las principales confesiones religiosas. Creo que la prevalencia de actitudes de colaboración hacia las instituciones es una prueba de una conciencia madura de su auténtico papel en la sociedad, y no de debilidad. La convergencia de las confesiones religiosas hacia esa actitud solidaria, constructiva y de cercanía a las personas en su forma concreta es probablemente una de las notas más positivas que se pueden encontrar entre los muchos efectos que ha tenido esta epidemia.