España

Mayte Rodríguez:»Judíos y cristianos hemos de trabajar y dialogar en todo lo que nos une»

Hace pocas semanas, la sala capitular de la catedral de la Almudena en Madrid se convertía en un punto de encuentro interreligioso en la celebración de los 50 años de la erección del Centro de Estudios Judeo–Cristianos. Medio siglo “siendo la institución oficial de la Iglesia para el diálogo con el judaísmo”, como destaca Mayte Rodríguez, directora del Centro.

Maria José Atienza·3 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 5 minutos
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La historia del Centro de Estudios Judeo-Cristianos, dependiente del arzobispado de Madrid, no se entiende sin hablar de la congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de Sión. 

Esta congregación, fundada bajo la inspiración de Theodore y Alphonse Ratisbonne, dos hermanos de origen judío, que se convirtieron al catolicismo y fueron ordenados sacerdotes, tiene como carisma el trabajo y la oración en la Iglesia para revelar el amor fiel de Dios por el pueblo judío y hacer realidad el reino de Dios en la tierra mediante una colaboración fraterna. 

Esta ha sido la línea de estos 50 años de trabajo, como destaca en esta entrevista Mayte Rodríguez, una laica que conoció el carisma de las Hermanas de Sion al poco tiempo de llegar a España y que, desde entonces, ha formado parte de este Centro de Estudios. 

¿Cuándo nace el Centro de Estudios Judeo-Cristianos? 

—En torno a 1960, sor Esperanza y sor Ionel llegaron a España. Lo primero que hicieron fue dirigirse a la comunidad judía, que las recibió con los brazos abiertos. Ahí se gesta la fundación de la Amistad Judeo-Cristiana, aprobada por el arzobispado de Madrid.

Estamos hablando de antes del Concilio Vaticano II. Después del Concilio, el cardenal Tarancón decide erigir un Centro de Estudios Judeo-Cristianos, es decir, lo convierte en una institución oficial de la Iglesia.

De hecho, somos la única institución oficial de la Iglesia para el diálogo con el judaísmo aquí en España. El Centro, como tal se erige el 21 de septiembre de 1972, encomienda su gestión a la Congregación de Nuestra Señora de Sión.

¿Por qué se establece la Congregación en España? 

—Para entender esto hay que remitirse al encuentro de Seelisberg: en el verano de 1947, un grupo grande de judíos y cristianos de 19 países se reunieron en Seelisberg, Suiza. Entre ellos estaban Jacques Maritain o Jules Isaac. Aquella reunión fue clave. Allí se pone de manifiesto, entre otras cosas, cómo cierta parte del horror del holocausto judío reciente habría podido venir de una errónea visión de los cristianos hacia los judíos. Nos referimos a ideas como que los judíos eran “culpables de la muerte de Cristo”. En Seelisberg se promueve lo que conocemos como “amistades judeo-cristianas”. 

Es cierto que, en España, al no ser partícipe de la II guerra mundial, no teníamos quizás la misma percepción con respecto a la persecución de los judíos como podía darse en Francia o Alemania, pero en España había una raíz sefardita, judía evidente. No en vano, los judíos se dividen en sefarditas y askenazis, los primeros de origen español, y el resto, de raíz centroeuropea. 

En esta historia, ¿qué papel juega la declaración Nostra Aetate?

—En los últimos años se han multiplicado los documentos de la Iglesia a este respecto. Hay que reconocer que ha habido siglos de desencuentro y eso ha llevado a incomprensiones, malos entendidos, etc. 

En los últimos años se ha avanzado mucho. En este sentido, la aportación del Concilio Vaticano II y, especialmente, de la declaración Nostra Aetate, ha sido fundamental. Esto se debe, a mi juicio, a tres personas: san Juan XXIII, Jules Isaac y el cardenal Agustín Bea SJ.

Después de este encuentro de Seelisberg, Jules Isaac pidió una entrevista con san Juan XXIII. En aquella entrevista le manifiesta su pena porque, si bien no encontraba en los evangelios ningún punto antisemita, se preguntaba de dónde venía la histórica animadversión al pueblo judío. En esa conversación, Isaac le pregunta al Papa: “Santidad, ¿puedo llevarle esperanza a mi pueblo?”, a lo que Juan XXIII le contestó: “Ustedes tienen derecho a algo más que una esperanza”. Tras aquella entrevista, el Papa encomendó al cardenal Agustín Bea la preparación de lo que luego sería la declaración Nostra Aetate. Esta declaración tuvo muchísima controversia: para algunos sectores de la Iglesia se quedaba corta, y para otros era excesiva. También hubo incomprensiones por parte de las otras confesiones. Al final Nostra Aetate salió adelante y ese fue el comienzo del cambio. No sólo por la parte de los católicos, sino, en el caso de la comunidad judía, de cómo nos veían a los cristianos. 

¿Ha habido también un cambio de mentalidad por parte de la comunidad judía?

—Hay que tener en cuenta que para los judíos, los cristianos hemos sido considerados muchas veces como una especia de secta, una herejía del judaísmo. 

En los últimos años se han dado pasos significativos. Por ejemplo, en los últimos documentos los judíos reconocen que los cristianos somos parte del plan infinito de Dios. No sólo eso, sino que, en cierto modo, seguimos caminos paralelos y que cuando Dios quiera nos encontraremos. Mientas tanto, hemos de trabajar y dialogar en todo lo que nos une. Esto es muy importante. 

Realmente es paradójico, pero lo que más nos une a nuestros hermanos mayores en la fe es también lo que más nos separa: la figura de Cristo. Jesús era judío, su Madre era judía, los apóstoles eran judíos… La gran diferencia es que para nosotros es el Mesías y para ellos es un gran rabino. En este punto, muchas veces me remito al nombre de la revista del centro, El Olivo. Esta revista debe su nombre a esas palabras del capítulo 11 de la carta a los Romanos: “Si la raíz es santa, también lo son las ramas. Por otra parte, si algunas de las ramas fueron desgajadas, mientras que tú, siendo olivo silvestre, fuiste injertado en su lugar y hecho partícipe de la raíz y de la savia del olivo”. Los judíos son el tronco, y si nosotros somos santos es porque ellos son santos también. Muchas veces, dentro de los propios cristianos apreciamos que existe una visión lejana del pueblo judío. Creo que es más una falta de interés que otra cosa. Sin embargo, gracias a Dios vemos que esto va cambiando y hay más apertura. Pero hace falta mucho más. 

Ahora que se han cumplido 50 años, ¿qué perspectiva de futuro tiene el Centro?

—Pienso que este Centro es una cosa que Dios quiere, así que Él sabrá qué hacer para el futuro. Hemos pasado, y pasamos aún, por multitud de peripecias. Todas las mañanas, cuando llego al Centro, voy a la capilla que tenemos aquí y le digo al Señor “Esto es tuyo, ¡a ver qué haces!”. Pienso que es eso, una obra de Dios. Nosotros trabajamos para su pueblo y por su pueblo, y los que sentimos este cariño lo vemos así. 

En el Centro casi todos somos voluntarios, incluso el magnífico cuadro de profesores de nuestras conferencias lo hace de manera voluntaria. Cuando las Hermanas de Sion llegaron a España y reunieron a un grupo de intelectuales, políticos, etc. el punto clave era que amaran a al pueblo judío y quisieran difundir su cultura, y eso es lo que seguimos haciendo. Además de los ciclos de conferencias sobre diversos temas relacionados con el judaísmo y el cristianismo tenemos cursos de hebreo, abiertos a todo el mundo. La mayoría de las personas que vienen aquí son mayores, porque tienen más tiempo y tienen inquietud por conocer cuestiones sobre la historia del pueblo judío o la relación con los cristianos. Nos gustaría que vinieran más personas jóvenes pero, con el tiempo tan justo que tienen, es difícil. Además tenemos una biblioteca muy buena, abierta a estudiosos y profesores, sobre todo lo relacionado con el mundo judío y también cristiano. 

¿Cómo definiría la relación actual con la comunidad judía? 

—Excelente. Gracias a Dios, tenemos una relación de fraternidad. Hay una cooperación constante entre nosotros y hay que destacar que nos ayudan de muy diversas maneras: tanto para mantener este Centro, como para colaborar muchas veces en obras de caridad de la Iglesia, por ejemplo, en campañas de Cáritas o recogidas de alimentos. Algunos de los momentos más entrañables se dan cuando nos acompañamos mutuamente en fiestas señaladas. Celebramos con ellos fiestas como Yom Kipur o Purim y ellos vienen el 20 de enero, que es la fiesta anual de nuestro centro. Hay que tener en cuenta que, además, muchos de los judíos que viven en España han ido a colegios o universidades católicas y nuestras fiestas les son muy cercanas.

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