Hace pocas semanas el Observatorio de la Intolerancia y Discriminación contra Cristianos en Europa publicaba el informe “Bajo presión. Los derechos humanos de los cristianos en Europa”, su informe correspondiente a los años 2019- 2020 en el que recogen algunos de los principales obstáculos con los que se enfrentan los cristianos en Europa.
Ante esta realidad de la radicalización del laicismo en diversos ambientes, el vienés Martin Kugler, destaca en Omnes la necesidad de los cristianos de “ser más auténticos y estar menos asustados, estar bien informados y manifestarse con argumentos inteligibles y razonables”.
Un punto muy interesante es el fenómeno que este estudio denomina la intolerancia secular. Hay quien se denomina cristiano y defiende esa idea de la religión como «algo privado». ¿Se confunde la dimensión pública de una religión con un estado confesional?
–La dimensión pública de la fe cristiana vivida es evidente y necesaria. Confundirlo con el «catolicismo político» es completamente anacrónico, pero es utilizado deliberadamente por los partidarios del laicismo radical para intimidar a los cristianos que participan activamente en la vida pública. Sin embargo, el asunto es muy sencillo cuando uno lo concreta. Nuestra relación con Dios y la Iglesia es algo muy personal, pero tiene consecuencias que afectan a toda nuestra vida como ciudadanos, trabajadores o empresarios, periodistas o profesores, votantes y políticos, etc.
Lo mismo podría decirse de los ateos o agnósticos, a los que nadie pediría que desecharan su visión del mundo cuando escriben un artículo o se involucran en la política. Sí, incluso cuando toman una decisión judicial, están influenciados por sus creencias, lo que se puede observar, por ejemplo, en decisiones del TEDH.
El truco, muy habitual en las élites laicistas europeas, funciona de forma muy sencilla: presentan el punto de vista agnóstico o incluso anticristiano como la posición neutral por excelencia. En la tradición judía de Viena, esto se llama chutzpah: desvergüenza.
Nuestra relación con Dios y la Iglesia es algo muy personal, pero tiene consecuencias que afectan a toda nuestra vida como ciudadanos.
Martin KuglerObservatorio de la Intolerancia y Discriminación contra Cristianos en Europa
Diálogos y derechos
El informe subraya la ignorancia del hecho religioso en muchos gobiernos que supone un problema a la hora de abordar estos ataques contra los cristianos. ¿Existe alguna solución para ello? ¿Cómo actuar cuando no hay predisposición al diálogo?
–Esa ignorancia también tiene que ver con una pronunciada falta de voluntad para tomar en serio el fenómeno de las personas de fe. Para cruzar este umbral, hay que reducir los prejuicios y ser considerado en el estilo, sobre todo en la comunicación de nuestras preocupaciones y problemas.
Un buen ejemplo es el movimiento pro-vida. La elección de las palabras puede cerrar puertas, pero también abrirlas. Hay una gran diferencia entre hablar del aborto como «asesinato» o señalar que cada aborto acaba con el latido de uno de los miembros más débiles de nuestra sociedad. Y que el aborto es algo irrevocable y queda como una herida para siempre. A menudo también es útil llamar a los prejuicios por su nombre de forma educada y clara, y así despertar a parte del público.
No debemos resignarnos a que los cristianos, especialmente la Iglesia católica, aparezcan siempre como victimarios y nunca como víctimas en el cine y el teatro, en los libros escolares, en las novelas… En general, en los medios de comunicación. Esto parece un dogma, observable en la falta de atención al drama de la creciente persecución de los cristianos en todo el mundo o, regionalmente, al hacer la vista gorda a la discriminación de los cristianos en Europa.
El informe señala a España como uno de los países en los que esta intolerancia es, no sólo permitida, sino casi fomentada desde las instituciones. ¿Cómo combinar esa llamada al diálogo con la defensa de los derechos que son conculcados por un supuesto estado de derecho?
–Al igual que muchos austriacos, soy un forofo de España y, por lo tanto, estoy muy preocupado por algunos acontecimientos. De hecho, la ideología que prevalece en parte del establishment español me recuerda a las actitudes de los adolescentes. Mocitos que, 50 años después de la muerte de Franco, tuvieran que demostrar una rebelión contra los valores conservadores.
En algunas cuestiones como la política de identidad, la educación sexual y de género o la lucha contra la discriminación, parece como si todos los adultos hubieran abandonado la sala (de estar) en Europa Occidental y del Norte. Y no lo digo yo, sino el autor liberal británico Douglas Murray, que como homosexual muestra un gran malestar por este hecho.
Sin embargo, en ciertos temas hay esperanza de una victoria de la razón, porque la izquierda marxista cultural está dividida en su interior. Un ejemplo es el movimiento transgénero, que está lleno de contradicciones y, sin embargo, está acumulando una presión masiva, haciendo obsoletos los logros históricos del movimiento feminista.
En Gran Bretaña, por ejemplo, ahora se abstienen de tratar hormonal y quirúrgicamente a los jóvenes sólo porque expresan este deseo a un psicoterapeuta o a un médico. Se ha detenido un proyecto de ley en este sentido.
Responsabilidad de los cristianos
Uno de los problemas graves que observamos en Europa es la polarización de las posturas e incluso, una cierta «guetización» entre quienes defienden una u otra postura. ¿Cómo superar esta realidad? ¿Hay signos de esperanza en alguna parte?
–En el libro «¿Democracia sin Religión?» publicado en Madrid en 2014. (Stella Maris) ya hemos señalado este peligro. El profesor judío famoso Joseph Weiler escribió en su momento sobre un doble gueto para los cristianos fieles de Europa. Uno en el que se vieron forzados por la intimidación, la presión política o incluso el recorte de ciertos derechos como la libertad de conciencia.
El otro gueto sería en el que muchos cristianos se habrían colocado voluntariamente porque se necesitaría mucho valor, energía y esperanza para permanecer en el lugar asignado, incluso en el lugar principal del discurso social.
En cuestiones como la política de identidad, la educación sexual y de género o la lucha contra la discriminación, parece como si todos los adultos hubieran abandonado la sala.
Martin KuglerObservatorio de la Intolerancia y Discriminación contra Cristianos en Europa
El informe quiere ser una ayuda para el diálogo, sin embargo, hay quien puede tener más miedo aún al ver este retroceso de las libertades religiosas. ¿Cómo superar este temor y conducir, sin extremismos, estas realidades a una normalización de los derechos de los cristianos?
El Papa Benedicto pronunció un importante discurso en el Parlamento alemán en 2011. Describió la ecología del hombre como una realidad que siempre está de nuestro lado, por así decirlo, y en contra de todas las ideologías. Su predecesor, san Juan Pablo II, señaló que el gran «mal» del siglo XX – el nazismo y el marxismo – fue finalmente superado también en este último siglo.
En 1989, en Europa del Este, tras 50 años de dictadura comunista, el pueblo demostró una sorprendente capacidad de resistencia. Y, por último, dialogar también puede significar evitar que ocurran cosas malas, de modo que una situación sea sólo «medio mala». Así que, por favor, nada de posturas de «todo o nada».
El estudio hace una llamada a la implicación en la vida cultural, social, política de los cristianos. ¿Ha habido cierta dejadez de este deber por parte de los cristianos?
–En general, los cristianos de Europa deberían abandonar la posición de una supuesta mayoría enojada y convertirse en una minoría creativa. Como faros de la sociedad, también podríamos conseguir que la mayoría silenciosa hablara y actuara. O al menos dar algo así como un testimonio de esperanza para la siguiente generación y crear las bases para un nuevo comienzo.
Es primordial para los cristianos ser más auténticos y estar menos asustados, estar bien informados y manifestarse con argumentos inteligibles y razonables. En este mundo, se convierten cada vez más en abogados de la libertad y de una vida plena.