Tal como escribiera Arnord Bennett a propósito de William Butler Yeats: “Es uno de los grandes poetas de nuestra era porque media docena de lectores sabemos que lo es”. De ese linaje es Marcela Duque, una mujer a quien el don de la poesía no le ha sido negado.
A diferencia de nuestro autor español más celebérrimo, Cervantes, la creación poética es para esta colombiana la gracia que le ha dado el cielo, como se deja ver en los dos poemarios que, hasta el día de hoy, ha publicado: Bello es el riesgo y Un enigma ante tus ojos, ambos de base libresca.
El primero, resuelto como un homenaje a Sócrates, maestro de la existencia, cuyos últimos días se ven reflejados en el diálogo platónico Fedón, donde la poeta se inspira para dar título a su libro y para cantar el gozo y aliciente de saberse viva; el segundo, motivado por las Confesiones de san Agustín, merecido tributo al escritor y teólogo africano, en quien se recrea para referir episodios concretos autobiográficos.
Aprender a amar
En su breve trayectoria poética, Marcela Duque tiene muy clara qué la impulsa tanto a la filosofía como a la poesía: “En ambas actividades, por caminos distintos, no deseo otra cosa que afinar la mirada y acoger la alegría y la belleza -que no son ajenas al dolor- de la vida ordinaria y de los encuentros con circunstancias y personas. La poesía es una manera de estar atenta, de saber mirar y, en esta medida, de aprender a amar: ‘Ubi amor, ibi oculus’, escribió hace siglos un filósofo y místico medieval: ‘Donde hay amor, allí hay visión’. No es sólo la expresión de un hecho verdadero, sino un programa para toda la vida: aprender a mirar y aprender a amar, con la poesía como una radiante compañera de camino”.
Como resultado de esa manera de entender la creación literaria, el lector advierte que su obra lírica es deslumbrantemente conmovedora, por momentos de raíces culturalistas y clásicas, ligada a lecturas filosóficas y a algunos poetas contemporáneos por los que siente cierta preferencia, pero, sobre todo, de gran poderío intimista, que le da ese aire fresco, de línea clara, arrollador, muy proclive a la música. Viene marcada por una búsqueda de sentido, de ahí que esté llena de inquietudes, de afán de belleza, de lirismo y, como ella misma expresa, de atención a la realidad, tanto exterior como interior.
Bello es el riesgo
El jurado del Adonáis en su 72 convocatoria le otorgó por unanimidad el premio a su primer poemario, Bello es el riesgo, “por la facilidad aparente de convertir una sólida formación filosófica clásica en una poesía emocionante y fresca, gracias a un constante instinto del lenguaje y a un infalible oído poético”, lo cual deja muy clara que la suya es una poesía donde tradición y voz personal se aúnan dando pie, en la primera de las tres secciones del libro, a diversas consideraciones sobre el asombro y disfrute de la naturaleza, marcadas por el paso del tiempo, y a las relaciones, llenas de gratitud, con la abuela, los padres o los profesores; en la segunda, a modo de engarce entre los otros dos apartados, a Dios, dador de sentido a la existencia y a la creación; y en la tercera, a movimientos o anhelos del alma, tales como el descubrimiento del amor, de la poesía, o la dicha de poder recordar el paraíso de la infancia. En ese entrelazamiento temático, la poeta es consciente de que su actividad poética es un “mientras tanto”, a la vez que una búsqueda, esto es, un modo de afrontar la existencia hasta que se produzca el añorado y crucial paso a su patria definitiva cualquiera que esta sea.
Su poema Y también la poesía (poética) expresa excelentemente este razonamiento, muy en la órbita del mito alegórico de la caverna de Platón, donde se percibe el entramado entre el mundo sensible, captado a través de los sentidos, y el de las ideas, experimentado mediante el conocimiento, la realidad y el sentido de la vida: “Y me encuentro en tierra extraña, nuevamente. / No es casa ningún sitio, siempre es búsqueda, / no sé bien qué es casa, mas no es esto, / pero sé que es verdad porque la extraño, / y que aún no está aquí, porque aún duele. / Quiero volver a casa algún día. / Por eso -mientras tanto- la poesía”.
Un enigma ante tus ojos
Como apunté más arriba, su segundo poemario tiene las Confesiones de san Agustín de telón de fondo. De hecho, Marcela Duque ha afirmado en alguna entrevista: “Agustín es algo así como un primer amor y un Maestro. Incluso mi acercamiento a Platón es muy agustiniano, y mi ‘hogar’ en la historia de la filosofía es la tradición agustiniana del corazón inquieto: Platón, Pascal, Kierkegaard, Simone Weil”. Dicho lo cual, es fácil descubrir con bastante frecuencia un vivo diálogo de la poeta con el santo. Párrafos agustinianos como el conocido: “¡Tarde os amé, hermosura tan antigua, y tan nueva, tarde os amé! Y he aquí que estabais Vos dentro de mí, y yo fuera, y fuera os buscaba yo y sobre esas hermosuras que Vos creasteis me arrojaba deforme” (cfr. Confesiones, 10, 27, 38) se dejan ver fácilmente en la autora colombiana a través de estos endecasílabos blancos: “Yo te buscaba fuera y te perdía, / no te encontraba a ti ni a mí me hallaba. / Vacío de belleza me lanzaba / a toda otra belleza, solo un eco / de esa belleza antigua y siempre nueva / que ha conquistado todos mis sentidos […]. ¡Y yo te he amado tarde! Ven, corramos” (cfr. el poema Tardo gozo mío).
No obstante, presentar Un enigma ante tus ojos desde esta ligera consideración sería tanto como afirmar, por ejemplo, que la Tierra baldía de T. S. Eliot es una relación inconexa de citas de diversos autores.
En el caso de nuestra poeta, la riqueza lírica y tensional de sus composiciones, más allá de una ocurrente aproximación a los distintos episodios de vida que revelan las Confesiones, son un punto de partida para que ella dé rienda suelta a profundas reflexiones centradas, primero, en el conocimiento del Amor divino y, desde esa perspectiva, en el de sí misma y de su entorno. A partir de ahí, el volumen vale la pena descubrirlo como un poemario escrutador, indagatorio, muy en la línea de aquellos en los que se emplea el recurso literario del distanciamiento y en los que se parte de un personaje poemático concreto sobre el que, esta vez, la poeta, seducida por el hallazgo y encuentro con Dios -teniendo en cuenta, insisto, la vida de san Agustín como fuente de inspiración- vuelca su propia experiencia.
La atención, puerta del asombro
Como joven autora a la que no se debería perder de vista, Marcela Duque invita, pues, con su poesía a dar curso a la trascendencia, al sentido último del ser humano. Para ello, recuerda que para llegar “a lo íntimo / del alma” (cfr. el poema El puerto de Ostia, en Un enigma ante tus ojos), “la atención es la puerta del asombro” (cfr. el poema Conversación con el misterio, ibidem) y que esta, la atención, encierra: “Una pregunta / a la que le responde la belleza” (cfr. el poema Conversación con el misterio, ibidem), haciendo ver así, de manera progresiva, que su obra poética, aún en línea de salida de la que se espera mucho más, constituye una fascinante aventura introspectiva ante el riesgo apasionante que implica el enigma de la belleza.
Cualquier lector que se adentre en su poesía lo comprobará con facilidad, a la vez que apreciará su pericia lírica, reflejada en la mirada de asombro que despliega en cada una de sus composiciones, tan llenas de viveza y aciertos literarios.