El pasado 31 de marzo, los obispos franceses votaron a favor de abrir la causa de beatificación del teólogo Henri de Lubac (1896-1991). Ediciones Encuentro está trabajando actualmente en la publicación en español de su obra completa.
¿Cómo comenzó a interesarse por Henri de Lubac?
A H. de Lubac lo he conocido, sobre todo, elaborando mi tesis doctoral. Me concentré en una de sus últimas obras, según él mismo confiesa, inacabada: La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore. Pude sumergirme en sus archivos y conocer de cerca sus preocupaciones teológicas. Al final, fue como asomarme al conjunto de su pensamiento a través de una pequeña ventana.
De él me admira esa profunda unidad que se da en su biografía entre las ideas que desarrolla y la vocación que vive. O, por decirlo de otra forma, creo que es una verdadera suerte contar con un testimonio como el de Lubac: un gran conocedor de la tradición que, desde ella, nos ayuda a discernir en cada momento qué es lo que Dios pide y lo que Dios nos da, para la Iglesia y para el mundo.
Y desde el ámbito de la teología hay una frase suya que siempre ha resonado en mí de modo especial: «El verdadero teólogo —dice él— tiene el humilde orgullo de su título de creyente, por encima del cual no coloca nada». Para él hacer teología era anunciar la fe en diálogo con el mundo de hoy, y para ello asomarse a la gran tradición, discernir las cuestiones en juego, pero sobre todo ser creyente, abierto a acoger la vida que Dios nos ofrece.
Henri de Lubac es uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX. ¿Qué retos se ha encontrado a la hora de traducirlo?
Había ya bastantes libros traducidos de Henri de Lubac en español. Desde hace bastantes años contamos con muchos de ellos. Pero sí es cierto que Ediciones Encuentro barajaba la posibilidad de hacer una traducción de la edición crítica de las Obras Completas de Henri de Lubac. Una colección emprendida en francés desde el año 1998 que apuesta por reeditar todo lo que Henri de Lubac había ido publicando, pero acompañado de estudios introductorios, notas, explicaciones, índices… El instrumental habitual de la edición crítica de un autor.
Ahora mismo la obra completa está planificada en 50 volúmenes, de los cuales está bastante avanzada la treintena. El proyecto editorial de Encuentro se centra sobre esa nueva edición. Hay un comité científico que avala la colección y que trabaja en los diversos volúmenes, de suerte que se va valorando cada caso: si en algunos títulos la traducción española de la que ya disponíamos es buena, se procura comprar los derechos o revisarla; de lo contrario, se encarga una nueva y se revisa, etc. En ese sentido, quizá sean esos los principales retos.
Hay un trabajo muy esforzado de relectura y de adaptación del aparato crítico, revisando cada referencia —siempre numerosísimas en el caso de un autor como H. de Lubac, fruto de una erudición impresionante—. En el fondo, se trata de ayudar al lector y al investigador hispanohablante. De ahí que sea un trabajo lento. En ese sentido, Ediciones Encuentro ha hecho una apuesta por uno de los grandes teólogos del siglo XX que supone una gran herencia para el XXI.
¿Cuáles de sus obras recomendaría al lector actual? ¿Podría mencionar una en concreto que haya tenido una relevancia especial para usted?
Como he dicho, el panorama de la obra completa suma medio centenar de títulos. Elegir uno entre cincuenta es francamente muy difícil. Aun así —como se trata de arriesgar—, yo me decantaría principalmente por dos. El primero es Catolicismo. Aspectos sociales del dogma. Es su primer gran libro y, para muchos, su gran obra programática, porque ahí se encuentran en germen las grandes intuiciones que Henri de Lubac irá desarrollando a medida que se vaya enfrentando a las diversas circunstancias por las que atraviese su biografía.
Acercarse a Catolicismo es redescubrir en los grandes veneros de la tradición patrística y medieval esas aguas frescas en las que sumergirse y de las que poder beber para seguir adelante. Es adentrarse en esa gran potencialidad que tiene la tradición cristiana, capaz de mostrar —como él dice— los aspectos sociales, que no son nada ficticios, sino que tejen una comunión con Dios y, por ello, con los demás, incesantemente fecunda. A título personal, el segundo libro que destacaría, además de Catolicismo, es su Meditación sobre la Iglesia. Fue concebida originalmente como una serie de conferencias para la formación del clero a finales de la década de 1940. El libro es enviado a imprenta en 1950, aunque por diversas circunstancias no saldrá publicado hasta tres años más tarde.
Si comparamos, por ejemplo, los capítulos, los temas y las expresiones que encontramos en Meditación sobre la Iglesia con la constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia descubrimos una asombrosa armonía. Entre un texto y otro hay más de una década de distancia y, sin embargo, ambos comparten intuiciones y planteamientos realmente similares. Porque nos sitúan ante una comprensión de la Iglesia que hoy en día nos puede sonar ya muy habitual —gracias a Dios—, pero que en la época implicaba un acercamiento novedoso y necesario, para comprender la Iglesia como misterio, como mediación, sacramento… También desde su propia vocación, desde la vocación de saberse una comunidad elegida por un Dios que quiere contar con nosotros, que no quiere ser un Dios sin nosotros.
San Juan XXIII nombró a Lubac miembro de la Comisión preparatoria del Concilio Vaticano II. ¿Cuál es la relación del pensamiento de Lubac con el Concilio?
En verano de 1960, medio de pasada, se entera Lubac de que ha sido nombrado por Juan XXIII como perito asesor de la Comisión preparatoria del Concilio. Su labor es muy difícil de precisar si queremos buscarla en un texto o un pasaje concreto, pero los estudiosos que han analizado esta cuestión sí que han percibido primero una gran sintonía entre las principales intuiciones lubacianas y muchas de las ideas conciliares. Lubac tuvo que trabajar no sólo en la preparación, sino que después Juan XXIII lo nombró asesor del Concilio. Una vez empezado, pertenece a la comisión asesora del Concilio y le toca trabajar en muchos textos.
Por ceñirme a las cuatro grandes constituciones, es fácil percibir su sintonía con el texto de Lumen gentium —como acabo de señalar—, no digamos con Dei Verbum —cuyo comentario es uno de los más valiosos a este texto—, la postura de la Iglesia ante el mundo moderno reflejada en el famoso Esquema XIII —que daría lugar a Gaudium et spes— recoge no pocas de sus preocupaciones teológicas… incluso algunos grandes expertos como J. A. Jungmann, que trabajó en la primera constitución aprobada —Sacrosanctum Concilium—, reconocen la impronta lubaciana en la relación teológica entre la eucaristía y la Iglesia.
Pero también en otros documentos podemos encontrar esa sintonía fundamental entre su teología y el magisterio conciliar: el ateísmo o el diálogo con otras religiones son temas donde la convergencia es total. Por decirlo con una expresión muy elocuente de Joseph Ratzinger, a su juicio quizá H. de Lubac haya sido el teólogo más influyente en la «mentalidad» de los padres conciliares. No era el teólogo de moda, de los que más declaraciones concedían a la prensa y, sin embargo, en la mentalidad que discernía dentro del aula cómo proponer la fe a la altura del tiempo, la influencia de Henri de Lubac fue ciertamente decisiva.
No hay que olvidar que Lubac por edad pasaba de sesenta y cinco años cuando comienza el Concilio y contaba tras de sí con una obra madura. El propio Pablo VI, por ejemplo, se había confesado un gran lector de Henri de Lubac antes de ser Papa. Nunca disimuló su admiración por el testimonio lubaciano. Incluso siendo Papa no le faltaron ocasiones para mencionarlo expresamente. Honestamente creo que, sin el esfuerzo teológico de personas como Henri de Lubac y otros de su generación, no hubiera sido posible contar con una obra tan fecunda como la del Concilio Vaticano II.
Fue amigo de Ratzinger y de san Juan Pablo II. ¿Qué puede comentarnos de esta amistad, tanto a nivel intelectual como personal?
En la elaboración de algunos documentos conciliares, creo que sobre todo con motivo del famoso Esquema XIII, H. de Lubac compartió bastantes sesiones de trabajo con el entonces arzobispo de Cracovia —Karol Wojtyła— y desde ahí se fraguó una rica amistad. Desde aquella época el propio Wojtyła le pidió algunos prólogos a sus libros, y fue un gran impulsor de la traducción de las obras de Lubac al polaco. La relación se fue tejiendo sobre todo en el Concilio.
Cuando mucho años más tarde, en 1983, lo crea cardenal, hay una anécdota pintoresca, que se recoge en el segundo volumen de las Obras publicadas por Encuentro —Paradoja y misterio de la Iglesia—, una anécdota —como digo— de una conversación en torno a la mesa entre Juan Pablo II y Henri de Lubac reconociendo la labor de uno y otro en los textos conciliares. Ciertamente había una amistad teológica, por decirlo así. Eran buenos conocedores de su propio pensamiento y hay una influencia mutua. De su relación con Ratzinger ya he mencionado su elocuente convicción sobre su influencia en la mentalidad de los padres conciliares.
Pero el propio Ratzinger ha confesado en varias ocasiones cómo el libro Catolicismo marcó para él un hito en su elaboración teológica, ya desde sus tiempos de estudiante de teología: el ver que había una forma de pensar la fe que volvía a la gran tradición y que no se enredaba en cuestiones tan áridas a veces por estar desvinculadas de la vertiente más espiritual de la fe… Después del Concilio, formando parte de la Comisión Teológica Internacional y de otros círculos como la revista Communio, por ejemplo, Ratzinger siempre confesó su admiración y su deuda con el pensamiento lubaciano.
¿En qué situación se encuentra su proceso de beatificación y qué pasos hay que esperar ahora?
Ante todo, creo que hay que acogerlo como una buena noticia. Es quizá el único teólogo contemporáneo reciente camino de los altares. Es una labor que había sido iniciada desde hace ya unos años, sobre todo por el entonces arzobispo de Lyon, el cardenal Philippe Barbarin, quien siendo él mismo seminarista en París visitaba con frecuencia a Lubac y de su mano pudo sumergirse en su teología.
Como arzobispo de Lyon creía que emprender este discernimiento sobre la persona de H. de Lubac era una deuda de la diócesis misma, porque fue la gran ciudad en torno a la cual se desarrolló la docencia de Henri de Lubac y los primeros años de su elaboración teológica. Así se inició este proceso. Se fueron recopilando diversos testimonios de personas que conocieron a Henri de Lubac de cerca. Sé que entre ellos se recopiló el testimonio del ya Papa emérito Benedicto XVI y que fue uno de los más elocuentes, si cabe hablar así.
Para poder comenzar la causa, se ha contado con el visto bueno de la Conferencia Episcopal francesa, que hace cuestión de un mes poco más o menos dio luz verde para seguir adelante. De momento, se irá repasando su vida, tratando de detectar sus virtudes heroicas para ver si tanto en su doctrina como en su vida percibimos un camino patente de santidad. Esperemos que esto siga adelante. Sé que desde la Asociación Internacional Cardenal Henri de Lubac estamos trabajando no sólo por la difusión de su obra con rigor científico, sino también por sacar adelante esta buena noticia, como es la eventual beatificación de Henri de Lubac.