Juan Vicente Boo es un veterano vaticanista. Fue corresponsal de ABC en Bruselas, Nueva York y Roma a lo largo de casi cuarenta años. Desde su llegada a Roma en 1998, testigo cotidiano de los últimos siete años de Juan Pablo II, el pontificado de Benedicto XVI y los nueve primeros años del Papa Francisco. Ha acompañado como periodista a estos tres papas a bordo de su avión en más de 60 viajes internacionales. Ha sido enviado especial en 77 países.
Boo ha sido promotor y consejero delegado de la agencia televisiva internacional Rome Reports, especializada en el Vaticano. Sobre cuestiones religiosas ha escrito El Papa de la alegría (2016), 33 claves del papa Francisco (2019) y Descifrando el Vaticano (2021).
¿Qué debe tener presente un lector a la hora de valorar la información que se genera en el periodo de sede vacante?
Sugiero seguir a vaticanistas veteranos, pues los periodistas que acuden como enviados especiales —típicamente más de tres mil— no tienen, lógicamente, capacidad de análisis o de separar lo esencial de lo secundario. Como antiguo corresponsal en Bruselas o Nueva York puedo asegurar que informar sobre la Unión Europea, la OTAN o Naciones Unidas es mucho más sencillo que hacerlo sobre el Vaticano, la institución más compleja del mundo por su historia y la variedad de facetas, desde las espirituales a las artísticas.
Además, hay que tener cuidado de no confundir con “fumata blanca” una “fumata gris”. En 2005 el cardenal decano se llevó un teléfono especial para informar al portavoz del Vaticano en cuanto el cardenal elegido hubiese aceptado. Pero se olvidó, sencillamente porque… le eligieron a él. Es importante no dejarse engañar por las felicitaciones oficiales a un cardenal supuestamente recién elegido —como sucedió en 2013— antes de que el nombre verdadero se anuncie en el balcón de la basílica de San Pedro.
De entre quienes cubren el cónclave como periodistas, ¿crees que conocen la Iglesia o gran parte de los problemas interpretativos surgen de un acercamiento superficial?
Muchos de los que llegan como enviados especiales conocen la Iglesia pero, incluso entre esos, pocos conocen el Vaticano. El problema de la superficialidad tiene dos frentes: el periodista con poca experiencia que informa desde Roma y los responsables de las redacciones, que conocen el terreno todavía menos, seleccionan temas vistosos pero secundarios, y se orientan a favor de “clicks” o titulares sensacionalistas. He visto a muchos periodistas pasarlo mal al ver que sus jefes echan a perder su trabajo.
¿Cuáles son los mayores desafíos para un periodista que informa sobre un cónclave?
Para los vaticanistas, el primer desafío es dejar de lado las preferencias personales sobre candidatos. Muchas veces hay que presentar selecciones de cinco o diez “papables” y ahí es necesario tener en cuenta las posibilidades de que los cardenales les voten.
El segundo desafío es separar la paja del grano. Antes se prestaba demasiada atención a los vaticanistas italianos. Siempre ha habido demasiado “ruido” mediático en esos días, pero la omnipresencia actual de medios digitales, blogueros e influencers lo han vuelto ensordecedor. Buena parte de lo que se presenta como “noticias” —sobre todo las instantáneas— carece de valor, aunque los algoritmos de las redes lo conviertan en trending topic o “viral”.
Usted que ya ha cubierto varios ¿qué ideas o situaciones se repiten y qué novedades ha vivido de uno a otro?
Tuve la suerte de cubrir el cónclave de 2005, para elegir al sucesor de Juan Pablo II, y el de 2013, para elegir al de Benedicto XVI. Fueron muy distintos. En el 2005 muy pocos cardenales tenían experiencia de un cónclave pues habían pasado 26 años desde el anterior. Además, san Juan Pablo II era un personaje de tal magnitud que casi nadie se atrevía a intervenir en profundidad en las reuniones de cardenales previas al cónclave, o a proponer candidatos para calzar los zapatos de un gigante.
En cambio, la humilde renuncia de Benedicto XVI y su modo sereno de estudiar cada tema facilitó un interesantísimo debate en 2013 sobre los problemas y las prioridades de la Iglesia. Ese ejercicio produce siempre un “retrato robot” del candidato necesario, y eligieron a Jorge Bergoglio.
¿Qué estrategias utilizan los periodistas para obtener información confiable en un evento tan hermético?
Los vaticanistas veteranos y discretos logran, con los años, la confianza y amistad de los cardenales más valiosos, y pueden cambiar breves impresiones con ellos durante los días del pre-cónclave. Pero tanto veteranos como recién llegados pueden escuchar cada día al portavoz del Papa, que resume el contenido de los debates pero sin identificar al autor de cada intervención. Joaquín Navarro-Valls en 2005 y Federico Lombardi en 2013 lo hicieron excepcionalmente bien.
¿Ha visto intentos de manipular la opinión pública antes o durante un cónclave a través de los medios?
Los intentos —a veces brutales— de manipular la opinión pública han sido constantes en todo el pontificado de Francisco, y han aumentado en los últimos años. La mayoría provienen de intereses económicos y políticos de Estados Unidos. En los días previos al cónclave las noticias falsas sobre “papales” superan a veces a las verdaderas.
¿Cuál ha sido la filtración más sorprendente que ha visto sobre un cónclave?
En los cónclaves de 2005 y 2013 no hubo ninguna filtración verdadera de lo que sucedía en la Capilla Sixtina, todo eran falsas especulaciones. Todas eran falsas. Quizá la “filtración” más divertida a toro pasado la hizo san Juan XXIII cuando reveló varios escrutinios muy reñidos con el cardenal armenio Agagianian: “En el cónclave, nuestros dos nombres subían y bajaban en las votaciones como garbanzos en agua hirviendo”.
El libro mejor y más documentado que ha reunido comentarios posteriores de los cardenales participantes es “The Election of Pope Francis: An Inside Account of the Conclave That Changed History”, del vaticanista Gerard O´Connell, publicado en 2020.