Cultura

Enrique García Máiquez: «Reírnos de las bromas de la Providencia ya es rezar»

El poeta y ensayista abre en Jaén, el viernes 17 de noviembre, la undécima edición del Simposio san Josemaría con una ponencia sobre "San Josemaría, testigo del poder de la amistad".

Maria José Atienza·17 de noviembre de 2023·Tiempo de lectura: 3 minutos

Foto: Enrique García Máiquez ©Fito Carreto

Enrique García Máiquez es natural de Murcia, donde nació en 1969, pero es en el Puerto de Santa María (Cádiz) desde donde pone letras a la vida. Recientemente galardonado con el I Premio de Ensayo Sapientia Cordis, de CEU Ediciones, casado y padre de dos hijos, García Máiquez es el encargado de pronunciar la conferencia inaugural del XI simposio San Josemaría que, durante los días 17 y 18 de noviembre, tiene lugar en el Palacio de Congresos de Jaén.

Bajo el título «El poder de la amistad», este simposio reflexionará, durante estas jornadas sobre la naturaleza de la amistad, su necesidad para la vida o las diferentes amistades de las personas, y las personas con Dios.

García Máiquez, reconocido poeta y ensayista, es además colaborador en diversos medios de comunicación y, en sus escritos, el dominio del lenguaje y el fino humor se entrelazan con elegancia. La amistad en san Josemaría, para él, resulta una de las características clave del fundador del Opus Dei.

Su ponencia hablará de san Josemaría como testigo de la amistad. ¿Qué episodios de la vida de san Josemaría destaca como claves de su relación con sus amigos? 

–Impresiona mucho la diversidad y la variedad de sus amigos. A algunos de los más íntimos jamás les invitó a pertenecer a la Obra, porque una cosa era su paternidad y otra su amistad. Por todos se preocupaba profundamente.

Llama la atención que sus amigos hablaban del tiempo que les dedicaba, aunque fue, naturalmente, un hombre con muy poco tiempo y mucha urgencia de almas. También es muy bonito y natural que algunas amistades lo fueron familiares como con los Cremades o los Giménez Arnau. Los hijos, como suele ocurrir, heredaban la amistad de sus padres con el Padre.

San Josemaría animaba a hablar de Dios a los amigos y hablar a Dios de los amigos, ¿nos olvidamos con demasiada frecuencia de mantener el equilibrio sobre estas dos patas en alguna razón? Es decir, ¿somos o los plastas que sólo te dan consejitos espirituales o los «callados» que rezan mucho y hablan poco?

–¡Por supuesto! El equilibrio siempre es lo más difícil de mantener, en buena medida porque sólo hay una postura equilibrada mientras los ángulos de desviación son muy numerosos y nos cercan por todos lados.

En este caso en concreto, consuela que, como Dios nos oye siempre, también participa (dos que se reúnen en su nombre) de las conversaciones con los amigos.

«Ni plasta ni mudo» es un lema estupendo, muchas gracias.

En su libro, La Gracia de Cristo muestra el humor, las bromas de Cristo a sus amigos. ¿Hay que bromear más con Dios, como se hace con los amigos? ¿Nos cuesta dar este paso del humor – amor?  

–Isabel Sánchez Romero, que clausurará el simposio, ha visto esto muy bien. Decía en una reciente entrevista que la forma de ser de san Josemaría era como la de Jesucristo: “amiguero y disfrutón”. 

Cuando leí los Evangelios buscando las huellas del humor de Jesús me sorprendió lo que le gustaba embromar a sus discípulos: hace como que pasa de largo, se ríe en la tormenta, los manda a hacer encargos un poco estrafalarios, les dice que saquen la moneda de la boca del primer pez que pesquen, etc.

También en la oración les pregunta con mucha guasa «¿quién dicen que soy yo?», para echar unas risas con los disparates. Es continuo. Del mismo modo la Providencia, a poco atentos que estemos, juega con nosotros. Reírnos de sus bromas es ya rezar.

La sociedad de hoy, ¿adolece de falta de amistad (bene – volentis) verdadera? 

–Diré en mi conferencia en el simposio que la amistad tal y como nos la propone san Josemaría es muy contracultural, muy contra mundum, precisamente porque es la verdadera, que exige tiempo, atención, excederse en la entrega y en el sacrificio. 

Como en todas las demás dimensiones de la vida postmoderna, estamos acostumbrados al amigo de usar y tirar, al consumismo también de la amistad, al “amigo” de Facebook o similares. Y eso —que está bien en lo suyo—  amistad no es.

La historia está llena de amigos «santos»:  desde Felipe y Bartolomé, pasando por san Igancio de Loyola y san Francisco Javier, santa Clara y san Francisco o san Josemaría y el beato Álvaro. La verdadera amistad, ¿es camino de santificación?

San Josemaría Escrivá y el beato Álvaro del Portillo

–Preciosa observación. La verdadera amistad, como vieron Aristóteles y Platón, también amigos, exige personas virtuosas que quieran el bien de su amigo por encima incluso del propio. 

El cristianismo no ha venido a cambiar esto, sino a elevarlo, como hace siempre con las cosas naturales. Por una doble vía. De ida: es lógico que quienes comparten el amor a Dios tengan más que compartir juntos que quien no le ama. Y de vuelta: los amigos disfrutamos presentándonos unos a los otros. Un amigo nuestro que es un amigo de Dios no tardará en presentárnoslo con la ilusión viva de que pronto seamos íntimos.

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