«Todo está al servicio del Pontífice y de la Iglesia»: así comenta el arzobispo español Fernando Vérgez Alzaga, L. C., presidente del Governatorato de la Ciudad del Vaticano, que será creado cardenal por el Papa Francisco el próximo 27 de agosto, su servicio en la Curia Romana durante más de cincuenta años.
Su Excelencia, lleva cincuenta años sirviendo en la Curia Romana, habiendo entrado como funcionario en la Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares. ¿Cómo ha vivido esta trayectoria que ha recorrido en paralelo a su vocación de Legionario de Cristo?
–En nuestro servicio a la Curia Romana no debemos perder nunca de vista la razón por la que hemos sido llamados al cargo. Ser colaboradores más estrechos del Papa para permitirle ejercer su ministerio universal sobre la Iglesia.
Trabajar diariamente en la Curia Romana significa, por tanto, ser el intérprete de las peticiones que llegan de las Iglesias locales de todo el mundo.
He experimentado la responsabilidad como una llamada a la misión, viviendo así mi consagración religiosa.
Mi campo de apostolado ha sido, en parte, dentro de la Curia Romana. Al trabajar en los distintos Dicasterios no perdemos nuestra identidad de obispo, sacerdote, religioso, laico, sino que todo se pone al servicio del Pontífice y de la Iglesia.
Entre sus diversos cometidos, ha dirigido varios sectores del Estado Vaticano, desde la APSA hasta las telecomunicaciones, pasando por la actual presidencia del Governatorato. ¿Qué aspecto destacaría del servicio que ha prestado y sigue prestando?
–Trabajar con pasión es, sin duda, una de las características que debe caracterizar a quienes participan en los distintos órganos de la Curia Romana. Sin embargo, es natural que haya tareas para las que seamos más aptos según nuestras capacidades personales.
A veces, se nos pide que dirijamos determinadas oficinas u organismos, como la gran estructura de la Gobernación o simplemente la Dirección de Telecomunicaciones y Sistemas de Información. Debo decir que trabajar en esta última dirección en un momento de profunda transición tecnológica e informática ha sido emocionante y atractivo. Todavía hay muchos retos que afrontar, pero es precisamente en ellos donde uno crece y madura desde el punto de vista humano y profesional. Basta con pensar en la defensa contra los ataques de los hackers, cada vez más arteros y organizados.
Visto desde fuera, a menudo es difícil entender cómo se organiza esta pequeña ciudad-estado. ¿Podría ilustrar, aunque sea con símiles, el papel que desempeña y cómo funciona el Vaticano?
–Para entender el Estado de la Ciudad del Vaticano hay que considerar su naturaleza: ha sido funcional a la misión del Sucesor de Pedro desde el principio. Si se olvida esto, se piensa en el Estado como una entidad de récord, debido a su extensión geográfica, o como un país de postal, que debe incluirse en la gira por Europa.
El Vaticano, como se llama simplemente, es el reflejo de una realidad enraizada en la comunión eclesial, en la universalidad de la Iglesia.
Si se quiere comparar mi papel con una estructura externa en la esfera internacional, debemos pensar en un gobernador de un Estado. Una figura que tiene poderes, por delegación del Papa, para desempeñar la función de guía y gestión de una serie de realidades diversificadas que dependen de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano, que también promulga el reglamento general. Quisiera recordar que las disposiciones legislativas son emitidas por el Papa, o en su nombre, por la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano.
El ejercicio del poder ejecutivo se delega precisamente en el Presidente de la Comisión Pontificia, que toma el nombre de Presidente de la Gobernación
Al consagrarle obispo, el 15 de noviembre de 2013, el Papa Francisco le encomendó también la atención espiritual de los empleados del Estado. ¿En qué consiste este acompañamiento paternal en una comunidad formada por muchas almas y diferentes condiciones de vida?
Es natural que la Ciudad del Vaticano refleje la realidad de la Iglesia universal, de modo que todas las instancias que la componen están representadas en ella. Cuidar la atención espiritual de los empleados significa acompañarlos en su camino de unión y fidelidad a Cristo.
Esta porción del Pueblo de Dios necesita pastores al igual que todas las partes que componen la Iglesia, por lo que no hay que descuidar la promoción de la pastoral y la formación para motivar a las personas a imitar el ejemplo del Maestro.
Recientemente se ha anunciado también su creación como cardenal, que tendrá lugar el próximo 27 de agosto. ¿Con qué sentimientos ha acogido esta decisión del Papa Francisco?
Con gran gratitud a Dios y al Papa por haberme llamado a servirle aún más de cerca. Recibí la noticia con sorpresa y gratitud por un regalo que me llegó tan repentinamente. Sin embargo, soy consciente de que conlleva una mayor responsabilidad y una dedicación cada vez mayor al bien de la Iglesia universal.
En cuanto a los que trabajan al servicio de la Sede Apostólica, ¿qué importancia tiene el reconocimiento de su contribución a la evangelización?
Los colaboradores y los que forman parte de la comunidad de trabajo del Vaticano deben ser, por su propia naturaleza, misioneros. Así lo exige la naturaleza de la estructura de la que forman parte, por lo que no cabe duda de que todos deben compartir sus talentos para ponerlos al servicio de la misión del Pontífice.
La nueva Constitución Apostólica «Praedicate Evangelium», ya desde su título, subraya el aspecto ad gentes de la Curia Romana, por lo que es en la propia naturaleza misionera de la Iglesia donde la reciente reforma encuentra también su realización. Por ello, es importante no perder nunca de vista la tensión evangelizadora que supone la propia petición de Cristo a sus discípulos.
Hemos atravesado dos años de pandemia muy dolorosos y, sin embargo, es difícil considerar que haya terminado. ¿Qué consecuencias ha tenido en el Vaticano y cómo ha gestionado el desarrollo de Covid-19?
Ciertamente, la pandemia de Covid-19 no fue un reto fácil, tanto por su gravedad como porque nos cogió a todos por sorpresa.
Tuvimos que hacer frente a una emergencia que pasó de ser sanitaria a social y económica, con considerables repercusiones también desde el punto de vista humano.
El recrudecimiento de las distintas oleadas del virus aún no se ha extinguido del todo, y hay que contar con los daños que ha dejado.
Los últimos años han sido especialmente difíciles no sólo para el personal sanitario y los enfermos de Covid-19 y sus familias, sino también para los trabajadores y las personas en situación socioeconómica desfavorecida.
Numerosos estudios demuestran que la pérdida de productividad laboral, uno de los efectos de Covid, se encuentra entre las principales causas de una mala salud mental. Y
a el 31 de diciembre de 2021, el Papa Francisco, durante el Te Deum de Acción de Gracias de fin de año, subrayó: «Este tiempo de pandemia ha aumentado el sentimiento de desconcierto en todo el mundo. Tras una primera fase de reacción, en la que nos sentimos solidarios en el mismo barco, se ha extendido la tentación del «sálvese quien pueda». Pero gracias a Dios hemos vuelto a reaccionar, con sentido de la responsabilidad».
La pandemia es una prueba para demostrar nuestra responsabilidad hacia los demás, para dar testimonio de nuestra coherencia con los valores del Evangelio y para ejercer la caridad hacia nuestros hermanos.
El mundo vive actualmente una «tercera guerra mundial» de facto, como también ha dicho el Papa Francisco. ¿Qué se puede hacer para poner fin a los conflictos y restablecer la paz?
El Papa Francisco no deja de hacer un llamamiento a la paz y de pedir a los gobernantes que tomen decisiones para restablecer la paz en los países donde hay conflictos.
Desgraciadamente, no sólo existe la guerra en Ucrania. Hay muchos focos dispersos en diversas zonas geográficas, donde no se busca otra solución que el uso de las armas.
El Papa Francisco en cada uno de sus discursos o encuentros siempre intenta llamar la atención sobre la guerra que asola Ucrania. Ya sea para lograr la paz o una tregua que silencie las armas, o para promover la acogida de los refugiados y los que sufren bajo las bombas. En las audiencias generales de los miércoles, el Pontífice no deja de recordar la dramática situación de las poblaciones agotadas por las consecuencias de los conflictos. Incluso en la del miércoles 15 de junio, el Papa pidió no olvidar al atormentado pueblo de Ucrania y no acostumbrarse a vivir como si la guerra fuera algo lejano.
Uno de los temas también cercanos al Papa Francisco es la ecología, bien desarrollada en la Encíclica Laudato si’. ¿Cómo se declina esto en la «gestión» y administración del Estado Vaticano?
El Estado de la Ciudad del Vaticano, desde los últimos pontificados, siempre ha estado atento a la implantación de energías alternativas y a la protección del medio ambiente.
Con el pontificado del Papa Francisco y la publicación de la Encíclica Laudato sì‘, el compromiso se ha vuelto aún más importante. Recuerdo la colocación de paneles fotovoltaicos en el techo del Salón Pablo VI para producir electricidad a partir del sol y también en el comedor de servicio de la Gobernación. También la construcción de sistemas de agua en los Jardines Vaticanos para optimizar los recursos y eliminar los residuos y la creación de la isla ecológica que ha permitido la recogida selectiva de residuos que, de ser un coste, se ha convertido en un recurso.
También subrayo que, como Estado, estamos por delante de los puntos de referencia fijados para lograr una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero de al menos el 55%, en comparación con 1990, tal y como establecen los objetivos europeos del Green Deal. También hemos optado por el plástico cero en todo el Vaticano.
Hace unas semanas entró en vigor la nueva Constitución Apostólica sobre el Praedicate Evangelium de la Curia Romana. ¿Por qué es importante esta nueva reforma del Papa Francisco y qué perspectivas abre?
Como dije antes, uno de los elementos que caracterizan a la Constitución Apostólica es el misionero. Esto significa que es necesario ser misionero tanto en los países donde el Evangelio fue proclamado hace siglos y donde corre el riesgo de desaparecer a causa de la secularización, como en aquellas tierras que aún no lo han aceptado.
El otro elemento fundamental de la Constitución es la sinodalidad, es decir, cada uno, según su tarea, está llamado a participar en la misión de la Iglesia. De ahí la necesidad de una atención pastoral para las personas que trabajan en la Curia. Es una llamada a la conversión, especialmente para los que trabajan más estrechamente con el Papa. En la Constitución también se ha intentado eliminar cierta actitud arribista para fomentar una mentalidad de servicio que no exija ser recompensada con ascensos.
Como próximo cardenal, ¿cómo ve el futuro de la Iglesia?
El futuro de la Iglesia está en manos de Dios, así que no tenemos nada que temer. Sólo somos cooperadores de la Providencia, debemos actuar como discípulos que mantienen la mirada fija en el Maestro.
El futuro próximo depara grandes retos para la Iglesia, pero no debemos olvidar que toda la historia se ha caracterizado por períodos dramáticos y complejos. Se trata de no perder nunca de vista la naturaleza misionera de la Iglesia.
Cada vez serán más necesarios los heraldos testigos del Evangelio que sacudan las conciencias y llamen a Dios a las personas inmersas en sociedades secularizadas en las que ciertos valores se olvidan, están ausentes o se niegan.