Daniel Martín Salvador, musicólogo y organista, es uno de los primeros nombres que surgen cuando pensamos en música sacra. Ha dado conciertos en importantes salas internacionales. Ahora mismo reparte su tiempo entre Madrid y Moscú, y se ha sentado a hablar con Omnes sobre música, liturgia y el arte.
¿Cuál es tu relación con la música sacra?
– No tiene mucho misterio. Todos los organistas estamos relacionados con la música sacra. El órgano es un instrumento que de por sí, por su identidad, está plenamente relacionado con la música sacra y con la liturgia. Si me hubiera dedicado a otro instrumento, quizá no habría tenido esta relación, pero siendo organista es impensable.
El órgano es esencialmente un instrumento de la Iglesia y, por tanto, necesita el organista conocer toda la liturgia. Eso te hace tener una relación muy estrecha con toda esta música, que en el resto de instrumentos no se da.
¿Cómo nace la relación entre la Iglesia, la música y la liturgia?
– La relación entre la música y la liturgia ha existido siempre, desde tiempos inmemoriales. Ya mucho antes del cristianismo la música estaba ligada, primero, a los instintos, y después al más allá, a las cosas intangibles.
Las primeras civilizaciones consideran que, en sus religiones politeístas, la música tiene un papel imprescindible. Los griegos heredan esto de los egipcios; y los romanos de los griegos. Los judíos también tenían esta relación. Luego nace el cristianismo que, al extenderse por toda Europa, une todas esas tradiciones judías y místicas extendidas por todo el Imperio Romano.
La música en la Iglesia surge, principalmente, de los cantos de los salmos judíos. A partir de ahí, se crea todo un sistema de música litúrgica. Lo más interesante es que esa liturgia que se crea es totalmente cantada. El Concilio Vaticano II cambia el panorama, en el sentido de que las Misas son ahora habladas, con momentos de música, pero en el concepto inicial, la liturgia no era así. Inicialmente, absolutamente todo era cantado. De hecho, los ortodoxos, que apenas se diferencian de los católicos, siguen con la manera antigua de celebrar la Misa. Ellos cantan todo, menos la homilía, que es la única parte hablada. Todo esto porque, en realidad, la música y la liturgia nacen como una sola cosa.
¿Qué podemos aprender los católicos del rito litúrgico ortodoxo?
– Lo que tenemos que hacer es desaprender las cosas que hemos aprendido en el Concilio Vaticano II. Los ortodoxos siguen haciendo lo que hacíamos los católicos antes. En realidad, toda la música que tenemos hoy en día viene de la música litúrgica católica. El canto de la Iglesia católica era el canto gregoriano, pero en París en el siglo XII, empezaron a “adornar” el canto gregoriano. Así aparecieron las primeras formas de polifonía. Esas varias voces van evolucionando hasta que, a mediados de la Edad Media, llegamos al Renacimiento.
En el Renacimiento, en el Concilio de Trento, la Iglesia hace un Capítulo muy extenso sobre la música de la liturgia. A partir de ahí, surge una música al mismo tiempo que es muy parecida pero es profana. Desde esa música religiosa, todo empieza a evolucionar. Nacen los madrigales, luego la ópera, el romanticismo, el clasicismo… Y sigue la evolución.
No podemos aprender nada de ese rito ortodoxo porque, hemos evolucionado tanto que hemos terminado por involucionar. Afortunadamente, en los últimos tiempos se está dando una tendencia de volver a las raíces, dentro de lo que marcan las normas del Concilio.
El problema es que muchos se piensan que el Concilio Vaticano II elimina el canto gregoriano y el órgano, pero no es así. El Concilio Vaticano II dice que el idioma oficial de la Iglesia Católica es el latín, y en cuanto a la música, la oficial es el canto gregoriano. Pero en los años 70 se ponen de moda las guitarras y es muy común introducir en la liturgia las canciones con las guitarras, lo cual es un modo de “protestantizar” la liturgia católica.
Hemos estado luchando, diciendo que la música viene del Espíritu Santo, pero ahora estamos cantando canciones versionadas de los Beatles. Esto no se adapta a la liturgia.
Benedicto XVI, que tiene estudios musicales y es un gran entendido de la liturgia, se rodeó de personas que también eran grandes compositores y liturgistas, esto ayuda a que el pueblo se acerque a la música sacra pero conservando las raíces. Poco a poco, se abren las puertas a una reforma en la liturgia.
¿Por qué la música sacra nos acerca a Dios?
– Porque es una música pensada para ello. En primer lugar, está al servicio de la Palabra y esto es lo más importante. La música, en una definición no matemática, es una expresión de sentimientos. Cuando tú estás en la Iglesia, la función de la música es ayudar a elevar el alma al Cielo, por tanto, podemos decir que la relación se invierte. No es cuestión de sentimientos, la Palabra de Dios es la Palabra de Dios, no cambia como los sentimientos.
En segundo lugar, en el arte, hasta el siglo XIX, todo se hacía a mayor gloria de Dios. El hombre es capaz de hacer esfuerzos monumentales para mayor gloria de Dios. Eso nos ayuda a acercarnos a Dios. Nos lleva hacia Él.
¿Ponerse al servicio de la Palabra es lo más importante a la hora de componer música sacra?
– Sí, es algo que exige la propia música sacra. En el Directorio General del Misal Romano se dice que la música siempre tiene que reforzar la Palabra y nunca distraer. Por tanto, lo primero que tiene que hacer un compositor cuando escribe música para la liturgia es tener como objetivo que el texto se entienda. La Palabra tiene que ser lo más importante, no puede estar distorsionada por la música. Después, a la hora de hacer la música, hay que dibujar el texto a través de la composición. Un ejemplo muy claro de esto es el Magnificat de Bach. Bach es un músico poeta, el mayor representante de música litúrgica, independientemente de que fuera protestante. Las nociones de la liturgia eran las mismas y es un ejemplo de cómo hay que componer esta música.