La Administración Apostólica de Estonia cumple 100 años. Fue el 1 de noviembre de 1924 cuando esta tierra dejó de ser parte de la archidiócesis letona de Riga y comenzó su andadura. Son cien años, pero en su primera mitad, la presencia de la Iglesia católica en Estonia fue casi inexistente, debido a la ocupación soviética que sufrió el país desde 1940 a 1991. Desde el 26 de septiembre de 2024, la Administración Apostólica de Estonia es la diócesis de Tallin.
El que fuera Administrador Apostólico desde 1996, el francés Philippe Jourdan, es ahora obispo de la nueva diócesis de esta región báltica que, como segundo nombre tiene el de Maarjamaa o Tierra de María, reminiscencia de la presencia católica desde el siglo XIII y que ha vivido no pocas vicisitudes hasta hoy. En un país secularizado por generaciones, la fe se va abriendo paso y, cada año, decenas de bautismos y conversiones lo constatan.
¿Cuál es la realidad de la Iglesia católica en Estonia?
—Según el último censo de 2021, aproximadamente un 0,8 % de la población estonia es católica. Puede parecer poco, pero para nosotros es mucho.
En los años 70 un alemán hizo una tesis de doctorado sobre la historia de la Iglesia en Estonia en el siglo XX. La hizo muy bien, concienzudamente. Entre las cosas que apuntaba destacó cómo, a inicios de los años 70, en Estonia había cinco o seis estonios católicos. No cincuenta o sesenta, sino cinco o seis. Yo pude conocer al menos a dos de estos seis. Eran muy mayores ya cuando llegué; les iba a visitar en la casa de ancianos en la que estaban. No se puede imaginar lo que era una casa de ancianos en una sociedad postsoviética de los años 90 como la nuestra: terrible. Pues bien, desde esos cinco de los años 70 hasta hoy nos hemos multiplicado por más de mil. Ha sido una gran gracia de Dios.
¿Como ha sobrevivido la fe en Estonia a lo largo de su historia?
—Aunque ahora celebramos los cien años de la Administración Apostólica, esto no quiere decir que los católicos llegaran en 1924. Desde el siglo XIII tenemos constancia de presencia católica en Estonia, pero la Iglesia en este país -en otras naciones del norte de Europa- desapareció casi por completo con la reforma luterana, en el siglo XVI. El catolicismo fue desarraigado y prohibido durante tres siglos.
Curiosamente, en Estonia a principios del siglo XIX volvió a celebrarse la Misa católica gracias a un noble español, que servía en el ejército del zar de Rusia (por entonces esta tierra era parte del imperio ruso) y era gobernador militar de Tallin. Este noble pidió al zar autorización para que se pudiera celebrar Misa católica en Tallin para los soldados polacos del ejército.
Los primeros conversos estonios al catolicismo datan de los años 30 del siglo XX; pero poco más tarde, en 1940, llegó la ocupación soviética. Muchos huyeron, y otros fueron asesinados o deportados, como mi predecesor Eduard Profittlich, que murió en la cárcel.
La Iglesia católica sobrevivió, pero con grandes sufrimientos durante más de cuarenta años. En este tiempo había un solo sacerdote, estrictamente vigilado por la policía soviética, para todo el país.
Un hombre que se convirtió en los años ochenta recordaba que, tras bautizarse junto a su madre, cuando el sacerdote iba a inscribirlos ella preguntó si no era arriesgado poner sus nombres en el registro parroquial porque, si los descubrían, por ejemplo, su hijo no podría acceder a los estudios superiores. Este sacerdote les contó que cuando la policía lo llamaba, acudía con un calcetín amarillo y otro rojo y al verle, lo tomaban por loco y lo echaban a la calle. De este modo se protegía a sí mismo y a los católicos.
Realmente, los católicos estonios de aquel tiempo fueron héroes, algunos incluso mártires.
En los años cuarenta del siglo XX, el 20 % de la población estonia fue deportada a Siberia. Hablamos de una de cada cinco personas. No todos murieron, pero muchísimos sí.
No hay familia en Estonia que no haya tenido deportados, y algunos familiares han muerto en la deportación. Eso marca a un pueblo por generaciones. De ahí que la posible beatificación de Profittlich sea tan significativa para la gente de aquí. Delante de Dios es evidente que todos los santos y los beatos están en pie de igualdad, pero la vida de alguno de ellos puede tener un significado especial, por los acontecimientos vividos.
Eduard Profittlich decidió compartir el destino de una gran parte del pueblo estonio. Hubiera podido escapar, pero se quedó y vivió lo que vivieron muchos estonios.
Esta beatificación es una forma de reconocer lo que ha pasado en este país y también de dar un sentido de esperanza. No debemos quedarnos en el hecho de que esa gente ha muerto, sino que, incluso en esos campos de concentración, en las cárceles, sabían vivir con esperanza y fe.
El año pasado se realizaron más de medio centenar de bautizos ¿Es receptiva a la fe la población estonia?
—La sociedad estonia es una sociedad muy pagana. Pero la realidad es que se mantiene igual desde hace decenas de años.
Actualmente, el 25-30 % de la población se considera creyente, seguidora de alguna religión; el resto no tienen religión. Cuando llegué, en 1996, el porcentaje era el mismo. Por desgracia, en Europa, la secularización ha avanzado en estos veinte años, pero nosotros nos hemos quedado al mismo nivel. Hoy muchos países no están muy lejos de nosotros en estas cifras. Por otra parte, la población de aquí es receptiva; en realidad hay pocos ateos.
Hay muchas personas que dicen creer en algo pero que no se reconocen en una Iglesia constituida, sobre todo en la luterana.
Cuando el Papa Francisco estuvo aquí en 2018, el Nuncio me reconoció que había sido la mejor de las etapas de su viaje por los países bálticos. Al Papa le habían dicho que Estonia era la parte dura del viaje, después de Lituania, que es católica, y de Letonia, que es mitad y mitad. Pero la gente acudió entusiasmada a verle, por una parte, porque el “Papa de Roma” como dicen aquí, venía a verlos y, además, por esa habilidad que tiene el Papa para “meterse en el bolsillo” a la gente, especialmente a los no católicos. La presidenta de la nación era conocida por no querer poner un pie en una iglesia de ninguna confesión. El Papa le contó un chascarrillo vaticano, aquello que preguntaron a Juan XXII sobre cuánta gente trabajaba en el Vaticano, y éste contestó que “aproximadamente la mitad”. Cuando escuchó esto la presidenta, que quizás tenia una experiencia similar, se rió mucho y todo fue ya muy distendido. Cuando salieron, la presidenta me dijo: “Lo que me ha dicho el Papa es muy importante para mí, me ayuda mucho”. En otras ocasiones ella misma ha dicho “el único hombre de Dios” [como llaman aqui a los pastores o sacerdotes] que me dice algo es el Papa”. Esa fue la impresión de muchos estonios aquellos días.
Todos los días hay un buen número de personas que se acercan a la fe. En los últimos años, además, hemos notado que cada vez vienen más jóvenes: personas de entre 20-30 años, piden el bautismo o ser recibidas en la Iglesia católica.
¿Cómo son las relaciones con la Iglesia luterana?
—Tenemos muy buenas relaciones. Aquí hay una intensa vida ecuménica. En Estonia existe un Consejo de las Iglesias ecuménico. El presidente es el arzobispo luterano, y yo soy el vicepresidente. Nos vemos y hablamos con frecuencia.
La Iglesia luterana en Estonia tiene posiciones muy cercanas a las de la Iglesia católica en temas de familia, el matrimonio entre un hombre y una mujer, o la defensa de la vida. Procuramos dar testimonio común sobre estas cuestiones de moral. El año pasado fui, junto con el arzobispo luterano, a visitar a los partidos representados en el parlamento. No siempre nos escuchan, claro, pero lo importante es que vayamos juntos a dialogar con ellos y que vean la posición de los cristianos en muchos problemas. Otro ejemplo es que, cuando vino el Papa Francisco, en 2018, como nuestros templos son pequeños, los luteranos nos dejaron sus iglesias para los encuentros.
Estonia fue uno de los primeros países que se consagró a la Virgen ¿Queda algo de esa presencia mariana?
—Lo curioso es que, aunque Estonia es un país de tradición luterana y la mayoría de la población no tenga religión, en el idioma estonio perdura el nombre de “Tierra de María” (Maarjamaa) como segundo nombre de Estonia. Así como en Francia se dice “el hexágono”, para referirse al país, aquí -incluso gente que no tiene fe- dice ese Tierra de María, sin problema. El cardenal de Riga me comentaba asombrado cómo era posible que “para esos paganos estonios, la tierra de María sea tan importante, y los letones lo hayamos perdido”.
Por algún motivo, la Virgen se ha quedado en el idioma, incluso después de la Reforma. Yo he investigado sobre la consagración de Estonia a la Virgen por Inocencio III, y, al parecer, somos el segundo país del mundo consagrado a la Virgen. El primero fue Hungría en el siglo X luego Estonia, en el XIII, y más tarde todos los demás: España, Francia, Italia…
Uno de los acontecimientos anuales es la peregrinación a Viru Nigula. ¿Cómo nació?
—Fue una iniciativa que nació en el último Año Santo, en 2000. Cuando el Papa san Juan Pablo II pidió que en cada región se organizaran peregrinaciones a santuarios de la Virgen nos preguntamos dónde podíamos ir.
En esa búsqueda, encontramos que en la Edad Media hubo una iglesia del siglo XII dedicada a la Virgen, a la que se hacían peregrinaciones en la Edad Media. Se tiene constancia de que la gente seguía yendo, incluso 100 años después de la Reforma, a pesar de que fue incendiada. Los pastores luteranos estaban indignados e incluso mandaron alguaciles a detener a los peregrinos. Les parecía idolátrico, porque llegaban a las ruinas de la iglesia de la Virgen y, de rodillas, daban tres veces la vuelta al templo.
Desde el año 2000 vamos a este lugar. Celebramos la Misa en la iglesia luterana del pueblo y desde allí partimos en procesión, con la imagen de la Virgen, hasta las ruinas del antiguo santuario de Viru Nigula. No se ha podido reconstruir, pero hemos puesto una vidriera de la Virgen, muy bonita. No es un santuario muy grande, pero es un buen lugar para rezar y uno de los puntos marianos más al norte de Europa.