Durante tres días ha estado el enviado especial del Papa Francisco, el cardenal Michael Czerny, en Ucrania, devastado por la guerra. «El mío», explicaba el también Prefecto ad interim del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, «es un viaje de oración, profecía y denuncia. Dejo Roma el 8 de marzo para llegar a Budapest y continuaré encontrando refugiados y desplazados, y a aquellos que los acogen y asisten». Regresó a Roma el viernes 11 de marzo, día en el que concede esta entrevista a Omnes para contar sus impresiones.
Usted ha sido enviado en esta «misión especial» en Ucrania encomendada por el Papa durante varios días, ¿cuál ha sido su impresión y cómo ha visto la situación desde allí?
–En estos tres días de misión entré en contacto con diferentes situaciones, pero todas tenían el dolor en común: madres solas con sus hijos sin marido, ancianos obligados a desplazarse aunque les cueste caminar; niños, muchos niños; estudiantes de Asia y África evacuados de un día para otro, obligados a congelar sus estudios. He podido reflexionar sobre lo diferente que es la guerra vivida a través de los medios de comunicación y la guerra transmitida por el sufrimiento de la gente. Este último es un dolor que ataca directamente al estómago y al corazón. Y también cómo este conflicto está causando un enorme daño a un mundo que ya experimentaba condiciones de vulnerabilidad debido a la pandemia y a la crisis medioambiental.
Su intención era, sobre todo, acercar el Papa a los cristianos, ¿cómo ha logrado transmitirlo?
–Lo que el Santo Padre dijo en el Ángelus en el que anunció mi misión y la del cardenal Konrad Krajewski era exactamente el objetivo de la misión: llevar a la gente la atención, las esperanzas, la angustia y el compromiso activo del Papa en la búsqueda de la paz. Intenté alcanzar este objetivo, en primer lugar, a través de lo que yo llamo el «sacramento de la presencia», es decir, estando físicamente en los lugares de dolor, que en Budapest eran estaciones, centros de acogida, parroquias. A veces, las palabras no son necesarias. Por ejemplo, el último día en Hungría me encontré con algunas mujeres de Kiev y de otras ciudades ucranianas: me bastó con escuchar sus historias, asegurarles mis oraciones y darles una bendición para darles un consuelo evidente.
Intenté alcanzar este objetivo a través de lo que yo llamo el «sacramento de la presencia», estando físicamente en los lugares de dolor.
Cardenal Michael CzernyPrefecto ad interim del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral
¿También pudo llevar ayuda material como deseaba?
En Hungría y en mi estancia en Ucrania el pasado miércoles, pude llevar ayuda material y espiritual.
¿Está garantizada la atención espiritual de los cristianos, a pesar de las dificultades?
–Absolutamente, y esta es una de las cosas que más me llamó la atención durante el viaje. Para ver una Iglesia que realmente «sale», como desea el Santo Padre. Los sacerdotes, incluso los de las Iglesias orientales con sus familias, que no abandonan el territorio para estar cerca de la gente. O comunidades como la de Sant’Egidio que, además de crear un refugio en la parroquia, se preocupan por organizar iniciativas de oración junto a los refugiados que acogen. O el Servicio Jesuita a Refugiados, que ofrece formación a los voluntarios para que puedan responder mejor a las necesidades reales de las personas que huyen. Es un trabajo importante y es bueno ver que no sólo lo hace la Iglesia católica sino también todas las demás confesiones.
¿Qué papel juega la religión en el conflicto?
–La religión puede demostrar la unidad que la guerra tiende a destruir. Por ejemplo, durante mi visita a la aldea de Beregove, en el oeste de Ucrania, me impresionó mucho ver a católicos de rito latino, greco-católicos, protestantes, reformados, judíos, uniéndose para compartir la labor de la emergencia de los refugiados. Una enorme emergencia que sólo puede ser abordada en conjunto. «No hay distinciones, todos somos el buen samaritano llamado a ayudar a los demás ahora», dijo un pastor durante este diálogo tan franco y fraternal. Me consoló, es realmente el signo de una Iglesia viva.
¿Cómo ve el futuro de la guerra?
–La guerra no tiene futuro, de hecho es la destrucción de todo el futuro. Debemos aprender otra forma de resolver los conflictos y las tensiones. Espero en el buen Dios que pone el destino del mundo en las pobres manos humanas.