Cultura

Benjamín Franzani: «Necesitamos heroísmo, porque todos tenemos batallas que librar»

Benjamín Franzani es un medievalista chileno que está realizando su doctorado en la Universidad de Poitiers. Ha escrito una saga de fantasía, Crónicas de una espada, en la que recupera una imagen de la Edad Media partiendo de las fuentes y no del imaginario colectivo.

Bernard García Larraín·15 de mayo de 2023·Tiempo de lectura: 13 minutos
Benjamín Franzani

Benjamín Franzani

Se dice que los estudios de las humanidades están en crisis, que el nivel de reflexión, de comprensión lectora, de escritura y de la capacidad de construir un mundo interior está constantemente amenazado por las pantallas, especialmente entre los más jóvenes, que pasan la mayor parte del día con los ojos clavados en el móvil. De estos temas y bastantes otros, conversamos con Benjamín Franzani en Francia, donde se encuentra realizando su doctorado con el destacado medievalista francés, de origen hispano, Martin Aurell, en la Universidad de Poitiers. Para este abogado y profesor chileno de 33 años, de temprana vocación artística, la literatura épica es mucho más que un objeto de estudio académico: es, o debiera ser, una fuente de inspiración para la vida moderna. Mucho antes de que comenzara a interesarse por estudiarla, Benjamín ya tenía su propia historia como lector, y como escritor. Hoy acaba de publicar su propia saga de fantasía —cinco libros, recopilados hace poco en un único tomo— en la que trabajó desde su infancia. Crónicas de una espada, disponible en Amazon, trae, en pleno siglo XXI, una historia muy humana inspirada en la Edad Media.

¿Qué nos puede aportar la literatura medieval, y las canciones de gesta en particular?

-Lo que hoy llamamos Edad Media es un largo periodo de nuestra historia, que tiene una importancia fundamental para entender nuestras sociedades en Occidente. Uno no queda indiferente ante ella, y lo testimonia el renovado interés por temas de inspiración medieval. Su literatura nos da una ventana privilegiada, si no necesariamente a la realidad histórica de esos siglos, sí a la manera en cómo sus protagonistas sintieron e interpretaron los acontecimientos de su época: cómo recordaron su pasado y la herencia clásica, cómo se cuestionaron su mundo y cómo soñaron su futuro. Todo eso es propio de la literatura en general, es cierto, pero la Edad Media nos ofrece un portal a nuestras raíces, que tienen mucho que enseñarnos sobre nuestros propios desafíos del siglo XXI: desde los temas artísticos a políticos, pasando por debates filosóficos y teológicos, de relación con el medio ambiente y de memoria histórica, los hombres y mujeres de la Edad Media enfrentaron muchos desafíos que hoy estamos reviviendo. El lamentable olvido de ese periodo, por culpa de la etiqueta de oscurantismo que pesó sobre él durante siglos, nos hizo incapaces de recurrir a esa experiencia.

Dicho esto ¿las canciones de gesta? Son el género heroico por excelencia en la Edad Media, y vienen en muchas formas y colores: desde las más antiguas y ancladas en la literatura oral difundida por el canto de los juglares hasta las más “sabias” de eruditos que quisieron dejar a la posteridad el relato de grandes hechos de sus tiempos. La literatura épica ha tenido siempre una función cohesionadora en la sociedad: ella nos muestra modelos heroicos, o, lo que es lo mismo, cómo superar los momentos de crisis y salvar la unidad social. Ya sea que el peligro venga de las fuerzas del caos representadas por los monstruos del Beowulf, o por la invasión de enemigos externos como en la Chanson de Guillaume, el héroe es un restaurador, a menudo a sacrificio de su propia vida. Otras veces ellos encarnan la lucha por un objetivo común, en el que consiguen aunar los esfuerzos de toda la comunidad. E incluso hay canciones que podríamos llamar de “anti-héroes”, como las de los rebeldes Raoul de Cambrai o Gormond et Isembard, en las que el protagonista es todo lo contrario a lo que esperaríamos de un héroe: en su historia, a veces trágica o simplemente terrible, el juglar por contraste recuerda cuáles son los valores que el público debiera compartir.

Hoy vivimos en una sociedad en que se exalta más bien lo individual, y que cualquier llamado al heroísmo parece fuera de contexto. Y, sin embargo, necesitamos heroísmo: primero en nuestro día a día, porque todos tenemos batallas grandes o pequeñas que dar y cada uno de hecho está viviendo su propia “canción de gesta”, y, segundo, porque, a pesar de estar más interconectados, da la impresión de que nuestra cultura ha olvidado lo que es ser comunidad. Y nada mejor que una buena canción de gesta para recordarnos que estamos todos metidos en un esfuerzo colectivo.

¿Qué relación tiene la literatura medieval con tu saga de fantasía épica?

-La literatura fantasy (en principio en español debiéramos llamar al género «maravilloso», porque la literatura «fantástica» es en realidad la que deriva de cuentos de fantasmas o de lo sobrenatural… pero como la mayor parte se ha escrito en inglés y allá el nombre genérico es fantasy, al final la etiqueta ha cambiado) nació como movimiento literario en el mundo anglosajón muy ligada a los cuentos de hadas y al ambiente romántico que rescataba, a su manera particular, el valor de la Edad Media. Nació ligada al folklore, y por él a lo céltico. Yo pienso que la madurez del género llegó de la mano de J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis y hoy la mayor parte de los autores de fantasy vivimos a su sombra.

Dicho esto, pese a que nació de una valorización del medioevo y que la mayoría de las veces se trata de historias ambientadas en esa época, hoy en realidad tiene muy poco de verdadera Edad Media y mucho de la idea que nos hemos hecho de esa época, sin haber pasado por las fuentes. No lo digo como crítica negativa: sagas muy exitosas como Dragonlance están más basadas en juegos de rol que en el mundo medieval, que funciona vagamente como referencia. Eso no es malo en sí mismo: lo que hace es revelarnos la naturaleza de la fantasía, que no se trata de novela histórica, sino de pensar mundos posibles.

La fantasía siempre nos ha acompañado, y la prueba son el folklore y los cuentos de hadas: es un espacio que nos permite separarnos un momento de la realidad, y mirarla desde otro ángulo. Algunos piensan la literatura como evasión: yo no. La buena literatura, bajo la apariencia de la ficción, te está mostrando la realidad, hace un filtro que permite concentrarse en un punto concreto de la experiencia humana, para contemplarla mejor. Así como en las películas uno puede quedarse encandilado por los efectos especiales, así también en la literatura fantástica el elemento maravilloso —la magia, las razas distintas, la geografía de mundos que no existen— pueden distraernos de lo que en verdad la historia está haciendo, que es presentarnos un relato, que puede ser el nuestro.

De ahí la relación entre fantasía y ciencia ficción, que suelen correr muy juntas: las dos proponen escenarios, hacia el pasado o hacia el futuro: memoria y sueño, o herencia y proyecto, podríamos decir. No es para nada raro el hecho de que Star Wars sea, por ejemplo, más un drama medieval en el espacio que una verdadera película de tema científico. Y eso es porque la saga de George Lukas se centra en lo mismo que fue el objeto de los romans de caballería (otro género medieval): el arco del héroe. Por eso nos llama la atención la literatura, sea fantasy o épica medieval: porque pone en escena un drama humano que apela a la acción, a tomar las riendas de la vida, a asumir un comportamiento de protagonista: una misión, un propósito. En mi saga Crónicas de una espada, por ejemplo, este aspecto está encarnado en los dos protagonistas, Damián y Julián. Uno descubre su misión más o menos en el inicio, el otro la tiene siempre por descubrir. Para el primero, la historia es la historia de la fidelidad a su propósito. Para el segundo, la de la perseverancia en la búsqueda. Aunque Crónicas se desarrolle en un contexto imaginario que parece muy distante del siglo XXI, en el fondo los problemas humanos son los mismos. La verdad es que no hay tanta distancia como la que parece entre los protagonistas de un buen libro de fantasía y el lector de hoy.

Otro ejemplo: para Tolkien, la Tierra Media no es un universo paralelo: es el pasado mítico de nuestro planeta Tierra. Su mundo es así de denso porque comparte la densidad de nuestra realidad. Él, como filólogo y medievalista, bebía directamente de las fuentes antiguas y medievales. Por lo tanto, el pasado de Elfos y Hombres es nuestro pasado, nos dice algo sobre quienes somos. Aunque sea inventado, no importa: también los cuentos de hadas son inventados y nos hablan de cosas bien reales para quien sepa escuchar. En cambio, hoy los autores de fantasía frecuentemente beben de fuentes más cercanas: los padres del género fantasy y otros autores también de fantasía. La consecuencia es un empobrecimiento de las referencias, de los mundos posibles, y un incremento de los “efectos especiales”, a veces en detrimento de la historia a contar.

Mientras escribía Crónicas de una espada fui paulatinamente haciéndome más consciente de esto. Como todos, comencé muy anclado en la sombra de Tolkien, y en cierto modo aún sigo ahí. Pero al mismo tiempo, en la medida en que me fui interesando y conociendo más del mundo medieval “directo”, me di cuenta de que estábamos perdiendo una herencia inmensa. El mismo Tolkien con su obra pretendía dotar de un pasado mítico a su Inglaterra natal, de su propia gesta, porque le parecía que había un vacío ahí, en comparación con lo que veía en el continente: de hecho, la literatura medieval de la isla y sus leyendas más conocidas —el rey Arturo— fueron escritas en francés, que era la lengua literaria de la Inglaterra del medioevo. Entonces, si el gran padre de la literatura fantasy comenzó su obra en parte para rellenar un vacío de su propia herencia medieval ¿qué pasa con nosotros, que venimos de ese continente —España, Francia, Italia— que es tan rico en sus propias historias medievales? ¿Por qué seguimos anclados en lo céltico, en lo sajón, y ahora último en lo vikingo, si tenemos nuestra propia tradición romana, mediterránea, también medieval? Y ahí es donde entran los cantares de gesta. Con Crónicas de una espada he tratado de rescatar un poco esa tradición continental, modelándola según el modelo de la fantasía, de los mundos posibles, del pasado heroico.

¿Qué te hizo interesarte por este periodo de la historia que tu país de origen, Chile, no conoció?

-En primer lugar, hay que hacer una aclaración: es cierto que el descubrimiento de América marca, se supone, el fin de la Edad Media. Pero esas son etiquetas que hemos inventado siglos después, la realidad es más compleja. Los conquistadores españoles que fundaron Santiago de Chile ciertamente tenían una mentalidad medieval, que no perdieron mágicamente al cruzar el Atlántico. Nosotros heredamos esa cultura, tanto como a través de ella heredamos las fuentes de la Antigüedad Clásica y la fe católica. Yo me siento tan heredero de la cultura occidental como cualquier europeo: para mí no es una historia “ajena”, como si me hubiera interesado por el mundo asiático.

Dicho esto, mi interés por la Edad Media fue, al principio, simplemente un gusto indirecto: como la mayoría de la gente, sobre todo de países en los que no se conservan monumentos o arquitectura medieval, mi acercamiento al medioevo fue a través de la literatura y el cine. Yo empecé a escribir mucho antes de entrar a la Universidad, así que no tenía idea todavía de medievalismo. Pero había leído a Tolkien, a Lewis, a Walter Scott, algunos libros (modernizados, claro) en los que se recogían leyendas del rey Arturo… todo eso me hizo encantarme por ese periodo histórico, por las historias de caballeros, de batallas, de magia. Al mismo tiempo, no era raro en mi casa escuchar de boca de mi padre referencias a la Reconquista española, a monjes-guerreros, a paladines como Roldán. No era un tema frecuente, pero por algún motivo las pocas veces que él o mi abuelo hablaron del tema, quedó profundamente grabado en mí. Luego vino un momento fundamental: como familia tuvimos la oportunidad de vivir un año y medio en Roma, por trabajo de mi padre. Allá fui al colegio, y coincidió ser los años en que se estudiaba a Dante y la Divina Comedia, y a Ariosto y su Orlando furioso. La suerte estaba echada: yo ya era un lector de fantasía, y ahora estaba descubriendo la fuente de la que bebía esa fantasía, no de manera indirecta, sino deslumbrándome in situ.

¿Qué es lo que te anima a escribir?

-Por un lado, compartir historias. Eso nos ayuda a revalorizar lo que nos hace humanos, a descubrirnos. Trato de poner énfasis en los personajes y en su psicología, en las esperanzas o miedos que los mueven: guiados por las primeras, superando los segundos, se va tejiendo la historia y proponiendo un modelo que entra literalmente por los ojos. Además, es un proceso realmente placentero, tanto el escribir como el leer. Así que la respuesta corta es: por gusto.

Pero hay también otro objetivo: re-iluminar la Edad Media. Lamentablemente, el mundo de las historias —cine, series, literatura— es hoy probablemente el último reducto del oscurantismo. Digo lamentablemente porque, a pesar de que hoy ningún historiador medianamente serio afirmaría sin más que la Edad Media fue “la Edad Oscura”, lo que la mayoría de la población recibe es la interpretación de las pantallas y de las novelas. Dije hace un rato que la Edad Media es nuestro pasado, y nos ayuda a comprender quiénes somos. Bueno, vivir como si todo lo que nos precedió, especialmente la Edad Media, fuese simplemente un error y una barbarie realmente hace que no nos entendamos. Lewis decía que hay gente para la que pareciera que en el medioevo no hubo domingos soleados en el río: todo fue invierno, peste y violencia política y religiosa. Y lo curioso es que, sin negar que haya habido esas cosas, nos olvidamos de que todas ellas son una constante lamentable de nuestra humanidad: si las relegamos a la Edad Media cerramos los ojos a su presencia hoy, y no las combatimos. En cambio, el medioevo fue también una época de florecimiento intelectual y cultural, de arte y de una conciencia de espiritualidad de la que el mundo de hoy está sediento y no sabe dónde encontrar. Hace poco en una exposición sobre literatura fantasy aquí en París se proponía como elemento fundamental del género la crítica a la religión. Lo curioso es que al mismo tiempo se proponía como padres del género a Lewis y Tolkien, ambos profundamente cristianos. Rescatar el lado luminoso de la Edad Media es rescatar también la esperanza para las oscuridades de nuestro mundo. Recordar que el medioevo fue la época de los colores vivos y las emociones intensas, descubrir el porqué de esa alegría a pesar de las dificultades, nos puede dar la clave para los grises e inviernos de nuestras propias vidas.

¿Cómo ayudar a los jóvenes a interesarse por la literatura?

-Esta pregunta puede dar para largo. Digamos simplemente que la literatura los ayuda a enfrentarse a sí mismos y al mundo. Nuestra vida es en gran parte la construcción de una historia, y leer nos ayuda a vivir muchas vidas, a darnos experiencias que de otro modo necesitaríamos siglos para poder adquirir. Esa es la gracia y la magia de la escritura: que nos permite sentarnos a conversar una tarde con Dante Alighieri, con Ovidio o con Jane Austen, si se quiere.

¿Cuáles son los autores o profesores que te han influido?

-Mi entrada a la lectura fue a través de los libros de Julio Verne y sus relatos de aventuras. Me gusta leer un poco de todo, y de hecho en los últimos años he leído poco de fantasía propiamente tal. Verne y Walter Scott (Ivanhoe, La Flecha Negra) fueron muy importantes en el comienzo. Luego conocí las Crónicas de Narnia y también La historia sin fin de Michael Ende: quedé asombrado con su propuesta de un mundo interior, del mundo de la imaginación, pues era algo de lo que tenía experiencia propia, cuando inventaba juegos o historias que contaba a mi hermano y a mis primos en el campo. Luego me pasé a Tolkien, que me encantó. También debiera incluir en esta lista a Tad William y su saga Añoranzas y pesares y a Terry Brooks con la Espada de Shannara. Pero lo que sin duda más me influyó fue mi “experiencia italiana”: allá, en las clases de literatura que daba en mi colegio el hoy famoso Alessandro D’Avenia, conocí a Dante y a Ariosto, dos autores que me marcaron para siempre y que me abrieron la puerta a la literatura de los siglos pasados: desde ahí pude después saltar sin miedo a clásicos como la Eneida, la Ilíada, la Odisea, el Beowulf y el Cantar de mio Cid.

¿Qué distingue a Crónicas de una espada como saga de fantasía?

-Esa es probablemente una pregunta que respondería mejor un lector que yo como autor. Pero si tengo que resaltar algo, creo que sería su punto de vista. Con cierta frecuencia vemos en la literatura fantástica de hoy un simple calco de nuestras coordenadas mentales, en un paisaje que es medieval. Ya lo evoqué hace un rato con lo de la exposición en París: son muchos los libros de fantasía que hoy se podrían poner bajo coordenadas de agnosticismo o de un cierto misticismo inmanente, de culto a la naturaleza, que son ajenos a la mentalidad medieval. Sin minimizar el hecho de que en el medioevo también hay influencias precristianas, que podrían identificarse con lo del culto a la naturaleza, a mí me parece que plantear una obra como “medieval” y luego obviar un aspecto tan central para el medioevo como la trascendencia es no comprender la fuerza del medioevo, que está precisamente en ese juego aparentemente contradictorio, pero bien logrado, de conjugar lo eterno con lo pasajero. Me salí del tema y ahora vuelvo: lo que quiero decir es que en Crónicas de una espada traté de tomar el punto de vista que pudiese haber tenido un héroe medieval. Así, por ejemplo, el Imperio no es una fuerza tiránica y opresora —antidemocrática, diríamos hoy— sino al contrario, la realización del sueño de la unidad de la humanidad. El mundo espiritual no es algo esotérico y distante, sino algo muy presente en el día a día, concreto incluso, y del que los protagonistas en principio no dudan. Las categorías abstractas son claras, los matices se dan en los personajes, que no siempre consiguen adecuarse bien a lo que dicen creer. Creo que este punto de mira de la novela puede refrescar al género, empujándolo a descubrir sus fuentes, y al mismo tiempo impulsa a los lectores a salir un poco de las corrientes de pensamiento dominantes para enjuiciar nuestra propia cultura.

¿Cómo llegaste a publicar?

Crónicas de una espada es mi “historia de juventud”: lo empecé a escribir más o menos a los 15 años y lo terminé cuando estaba por graduarme de la Facultad de Derecho. Entre el punto final y la publicación pasaron otros casi siete años… De hecho, me decidí a publicar cuando buscaba editorial para mi tesis de magister en literatura, sobre El Cid y el Poema de Fernán González. Fue el año en que comenzaron los disturbios sociales en mi país, Chile, y yo trabajaba en una oficina que la universidad tiene en pleno centro, para otorgar ayuda jurídica a quienes no cuentan con medios para financiar un abogado, al mismo tiempo que se forma a los alumnos en la práctica jurídica. En consecuencia, yo estaba en contacto con todas las caras del problema: las necesidades de la gente que pedía nuestra ayuda, la juventud con ganas de ayudar que veía en mis alumnos y, al mismo tiempo, la misma juventud con ganas de cambiar las cosas pero que en la calle se transformaba, muchas veces, en turba detrás de barricadas incendiadas. Me daba cuenta de que faltaba, y sigue faltando, unidad: un ideal por el que valiera la pena luchar sin que en el proceso desgarrásemos todo el tejido social. Como acababa de terminar mi tesis sobre épica tenía muy vivo el hecho de que esa es la función de las narraciones heroicas. Y entonces pensé: “Yo tengo escrita una historia heroica, que propone un ideal humano que hoy parece estar descartado por el oscurantismo imperante… quizás no cambie las cosas, pero puede que publicándolo aporte mi granito de arena”. Y así, al mismo tiempo que buscaba publicar mi tesis, empezaba la aventura editorial de Crónicas de una espada, aventura que recién concluyó el año pasado, con el “tomo único” de los cinco cantos, y gracias a la ayuda de Vuelo Ártico, la agencia editorial que asumió el proyecto.

¿Hay próximos proyectos en mente?

-El proyecto más importante ahora para mí es terminar bien mi doctorado, la escritura creativa la tengo en pausa por el momento. Sin embargo, no dejo de tomar notas de lo que pueden ser nuevas historias.

Dicho eso, ya hay una editorial francesa que está interesada en publicar la saga. Sin embargo, no he logrado superar el escollo de encontrar financiamiento para el traductor: sin eso no se puede avanzar. El otro sueño es, obviamente, la traducción al inglés, para entrar en “las grandes ligas” del fantasy.

Tengo también otros relatos en torno al universo de Crónicas de una espada que hoy están en mi blog, El Juglar Errante, y que quizás un día vean la luz como libros: Orencio y Eloísa y El Caballero Verde. El primero está terminado, el segundo es un proyecto todavía en marcha de tres o cuatro libros del que solo está escrito el primero. Pero como digo, por ahora está todo en pausa.

El autorBernard García Larraín

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