La pintura de iconos no es sólo una maravillosa forma de arte, sino también una dimensión en la que podemos vivir nuestra fe con mayor intensidad. Hay iconos conservados en museos rusos, el más famoso de los cuales es el Museo Tretiakov de Moscú, pero también en monasterios de Grecia, el Sinaí, Siria…, explica Anna Peiretti (Turín, Italia, 1968) en esta entrevista.
Su libro recién publicado es en cierto modo autobiográfico, porque “la experiencia con los iconos ha guiado mi oración desde mis años de juventud. La imagen siempre ha sido importante como apoyo, como ayuda”, y “he incluido los iconos que me son más queridos, los de mi día a día”.
Son “iconos de origen ortodoxo, considerando algunas obras de la tradición de Europa del Este, pero también de la tradición griega”, explica Anna Peiretti, para quien “los iconos que se presentan a nuestra mirada nos invitan a entrar en la escena del Evangelio”.
Spiritualità della bellezza. Viaggio nella divina arte delle icone
¿Cómo surgió la idea de este libro?
– La experiencia con los iconos ha guiado mi oración desde mis años de juventud. La imagen siempre ha sido importante como apoyo, como ayuda. Sentí la necesidad de compartir con quienes lean y recen con este libro una experiencia espiritual agotadora, la difícil fidelidad a la oración diaria, el intento de huir de las preocupaciones materiales, la falta de atención en la escucha de la Palabra. Pues bien, el icono ha sido ‘el bastón de apoyo’ al saber que, mientras se escapa, al mismo tiempo lo Invisible se acerca visiblemente y se entrega a la percepción humana.
El icono es una ventana que se abre a Dios. Es como una vidriera en la que podemos contemplar el sol sin peligro para la retina. Gracias al icono, se crea un espacio en el que nos es posible el encuentro con Dios. Y como todo encuentro, también éste se compone de miradas, de diálogo, de silencio, de alegría. Así nació…
La gran mayoría de los iconos son de origen ortodoxo, ¿o no es así?
– Icono, del griego ‘eikôn’, que significa imagen; es el término técnico que utilizamos para referirnos a las imágenes sagradas en el arte bizantino, considerando pintura sobre tabla, por oposición a pintura sobre pared. Hay que pensar en una imagen sagrada portátil, en mosaico, pintada sobre madera o lienzo y ejecutada en temple, encáustica o incluso esmalte, plata y oro.
En este proyecto elegí iconos de origen ortodoxo, considerando algunas obras de la tradición de Europa del Este, pero también de la tradición griega. Por icono nos referimos a la expresión religiosa ortodoxa… pero esto no significa que con este término podamos considerar también obras de arte de carácter religioso pertenecientes a otras tradiciones y orígenes geográficos.
¿Dónde se pueden admirar los iconos más significativos del mundo?
– La pintura de iconos no es sólo una maravillosa forma de arte, sino también la dimensión en la que podemos vivir nuestra fe con mayor intensidad. Hay iconos conservados en museos rusos, el más famoso de los cuales es el Museo Tretiakov de Moscú, pero también en monasterios de Grecia, el Sinaí, Siria..
También hay iconos en Italia, por ejemplo en el museo de iconos de Venecia, en el Instituto Helénico. La catedral de Monreale tiene iconos impresionantes en sus paredes. En mi libro, sin embargo, considero el valor del modelo iconográfico que representa el icono. No hace falta ir a un museo para contemplarlo. Quiero suscitar una experiencia de belleza cotidiana, entre las paredes de la propia casa. En mi libro he incluido los iconos que me son más queridos, los de mi día a día.
La espiritualidad de la belleza. Usted dice que la función del icono es ‘la oración hecha arte’.
– Los colores simbólicos y los cánones pictóricos transfiguran el arte en oración. El azul es el cielo, el rojo es la vida, el blanco es lo divino… También podríamos decir lo contrario: la oración se transfigura en arte. Si pienso en la forma en que se compone un icono, entonces hay arte, pero también hay oración al mismo tiempo; el monje siempre precede en la contemplación al misterio que quiere representar. Nadie puede firmar el icono; el iconógrafo se pone al servicio del Espíritu. Considero que el icono es fruto de la oración, pero al mismo tiempo esta imagen, para quien la contempla, da frutos de oración.
“Estar delante de un icono no es, por tanto, un acto puramente estético, sino que accedes a un mensaje, a una dimensión que huele a Infinito”, afirma.
– Creo que existe esta misma disposición de las cosas en el corazón: la palabra y el icono. ‘Lo que el Evangelio dice con la palabra’ –se afirma en un Concilio de Oriente– “el icono, imagen densa de una Presencia, lo anuncia con colores y lo hace presente”. El relato es uno, el mensaje uno, la meditación una. El icono y la Palabra (el Libro) están hechos de la misma sustancia: la narración que Dios hace de sí mismo.
Pienso que es un argumento común a todos: en la experiencia espiritual, la Biblia no puede faltar. La imagen, a través de la percepción visual, da fuerza al mensaje de la Palabra. El icono es la oración hecha arte, en el sentido de que introduce en la dinámica del diálogo al Libro que habla y a mí que escucho. Es toda la Iglesia la que escucha. No creo, pues, que el icono pida sólo admirar los colores y las formas, sino que se presenta como epifanía de un mensaje teológico. En el libro, propongo la lectura y meditación de algunos pasajes bíblicos, de los que el icono revela algún significado, entre muchos otros.
Los iconos que se presentan a nuestra mirada nos invitan a entrar en la escena del Evangelio, a deslizar los ojos entre los detalles, a detener nuestra atención en un elemento. El pintor de iconos es un director que ha dispuesto los objetos representados según una intención precisa. El icono nos invita a entrar en la imagen, al mismo tiempo que a entrar en el sentido de un pasaje del Evangelio, a buscar el nuestro.
Una última cosa. Durante el Jubileo 2025 en Roma habrá una exposición de iconos de los Museos Vaticanos. ¿Conoce el proyecto?
– No conozco este proyecto, pero confío en tener la oportunidad de visitar esta exposición. Creo que hablar de la espiritualidad de la belleza es un gran signo de esperanza. Los ojos estimulados por la belleza empujan más allá del corazón; la belleza arrastra continuamente más allá, alimenta la esperanza. Pienso que nuestra fe, con respecto al misterio inagotable de Dios, debe alimentarse del deseo de ir siempre más allá, hacia lo que aún permanece oculto para descubrirlo sin cesar.
Los iconos son siempre «imágenes de esperanza». Buscar la belleza es la tarea del cristiano que quiere reconocer la imagen de Dios en el mundo y en sí mismo. Lo invisible se nos ofrece en los rostros de nuestros hermanos, en los signos sacramentales, pero también en la belleza de los iconos en los que es posible contemplarlo.