“Es la primera vez que, en un Sínodo, una persona con gran discapacidad se puede reunir en la misma mesa con un obispo o un cardenal y, además, participa activamente desde la libertad de los hijos de Dios en unas sesiones de trabajo”, señala a Omnes Enrique Alarcón, en unas amplias declaraciones en las que habla con libertad de sus impresiones de estas semanas de trabajo junto al Papa Francisco.
Para Enrique Alarcón, presidente de CLM Inclusiva Cocemfe, expresidente de Frater, que ha concedido ya alguna amplia entrevista a Omnes, participar en este Sínodo ha sido “un acontecimiento desde el primer día”. En este última semana del Sínodo, lanza mensajes de calado, como que “la Iglesia, que se ve a sí misma desde el Concilio Vaticano II como Pueblo de Dios, está llamada hoy a una profunda conversión personal y estructural”; que “este Sínodo inclusivo supone un cambio de paradigma en la Iglesia”, y que “esto ha venido para quedarse, incluso para ampliarse en mayor presencia del laicado, especialmente de las mujeres”.
Además, Enrique Alarcón traza el camino: “El período hasta octubre de 2024 implica, para todos, un profundo trabajo y discernimiento comunitario·, en el que “el clericalismo es uno de los grandes problemas a afrontar y discernir”. “Urge la presencia activa del laicado pues no basta con criticar o esperar a que todo “nos lo den hecho”. La sinodalidad exige avanzar juntos sembrando y compartiendo experiencias”, señala.
¿Cómo está viviendo este Sínodo? Su experiencia de comunión y diálogo.
– Participar, como miembro de pleno derecho, en la XVI Asamblea del Sínodo, y en calidad de laico se convierte en acontecimiento desde el primer día. Más aún si consideramos que es la primera vez que en un Sínodo una persona con gran discapacidad se puede reunir en la misma mesa con un obispo o un cardenal y, además, participa activamente desde la libertad de los hijos de Dios en unas sesiones de trabajo que tendrán un gran impacto en la vida de la Iglesia universal.
Esto ya supone un punto de vista diferencial a las reuniones de trabajo en cualquier estancia de la Iglesia, donde sólo la jerarquía eclesiástica ejerce la capacidad de decisión. En este singular Sínodo de Obispos, laicos, laicas y vida consagrada también tomamos la palabra y nuestras aportaciones están siendo recogidas.
¿Cuál piensa que ha sido el punto diferencial de este Sínodo?¿ Qué momentos que se le han grabado más?
– Me ha sorprendido el espíritu de concordia y fraternidad que estamos viviendo desde el primer momento. Ni una sola vez he apreciado un gesto de rechazo o distanciamiento por el hecho de ser laico. Tampoco por mi situación de gran discapacidad, donde podría esperarse algún tratamiento de carácter paternalista o dolorista. Pero, también tengo que decir que esta cercanía humana debería hacerse realidad en la vida ordinaria de nuestras parroquias y diócesis, especialmente entre el laicado y los ministros de la Iglesia.
También me ha impactado el modo de trabajar: las “mesas redondas”. Un verdadero espacio de igualdad y respeto en la acogida de lo expresado por los demás. Todos a la misma altura, sin otra distinción que ser miembros, hermanos y hermanas del Pueblo de Dios.
Pero, sobre todo, lo que más me ha conmovido es la metodología de la “escucha en el Espíritu Santo” basada en el silencio, la oración y la escucha mutua para, juntos, intuir, acoger y discernir aquello que suscita el Espíritu.
¿Calará en la Iglesia este nuevo modo de proceder?
– Debería calar. La Iglesia, que se ve a sí misma desde el Concilio Vaticano II como Pueblo de Dios, está llamada hoy a una profunda conversión personal y estructural. Partiendo de un ser y vivir en comunión, podremos revitalizar la misión a la que hemos sido llamados. Y ello, preferencialmente, donde late el corazón del mundo: entre nuestros hermanos y hermanas afectados por la injusticia, la violencia y el sufrimiento.
También dependerá de cómo nos impliquemos y vayamos presentando el proceso sinodal en nuestros particulares contextos a partir de esta primera parte de la XVI asamblea. El período hasta octubre de 2024 implica, para todos, un profundo trabajo y discernimiento comunitario, siendo el clericalismo, individual y estructural, uno de los grandes problemas a afrontar y discernir. Urge la presencia activa del laicado pues no basta con criticar o esperar a que todo “nos lo den hecho”. En todo caso, no nos quedemos tumbados bajo el árbol esperando la caída del fruto maduro. La sinodalidad exige avanzar juntos sembrando y compartiendo experiencias.
Acaba de hablar de un “Sínodo tan especial”. ¿Puede explicarlo algo más?
– La primera gran sorpresa de este Sínodo fue la decisión del papa Francisco en consultar a todo el Pueblo de Dios, insistiendo, además, en querer escuchar la voz de los últimos, de los excluidos. Un ejemplo podemos verlo en la consulta especial para las personas con discapacidad. Aquel hecho que recibimos con inmensa alegría y a la vez perplejidad.
Por otra parte, los “invitados a este nuevo Pentecostés”, hombres y mujeres laicos, vida consagrada y no obispos, incluso un laico con gran discapacidad. Todos juntos compartiendo en sinodalidad y desde una auténtica cercanía fraternal. Confiamos que esta experiencia sinodal vaya dando sus frutos en diócesis y parroquias.
Por último, repito lo que dije anteriormente, la metodología de la “escucha en el Espíritu” y reflejada simbólicamente en las mesas redondas. Desgraciadamente, vivimos en un mundo polarizado y encerrado cada cual en “mis verdades” por las que se separan y se enfrentan. Esta realidad también afecta a la Iglesia. De ahí urge la metodología sinodal que nos impulse a mirar la verdad que Dios Padre revela en Cristo y nos pide centrarnos en las Bienaventuranzas como estilo de vida
¿Alguna intervención que le haya llegado más al fondo?
– Las intervenciones, al partir de realidades concretas, muestran los temores y las esperanzas propias, pero también un profundo deseo de una Iglesia viva, en clave sinodal, que ofrezca una respuesta a los retos y desafíos que la cultura y el mundo actual requieren. Pero, sin duda alguna, lo que me ha llegado hondamente al corazón ha sido el hecho de estar fraternalmente presentes en el Sínodo representantes de Iglesias y pueblos marcados por la guerra, la violencia y la tragedia de tantas personas refugiadas.
Una anécdota del Papa que le haya impactado más.
– Anécdota como tal no sabría decir ahora. Sin embargo, no deja de impresionarme la presencia de un Papa en silla de ruedas. Su visibilidad es una muestra de la fuerza espiritual que se esconde en la debilidad. Su aparente fragilidad también es un signo que interroga a la arrogancia que tantas veces empleamos en el mundo y en la Iglesia. Y así con facilidad olvidamos que nuestra misión es servir desde la humildad y la sencillez y, de una manera especial, a nuestros hermanos y hermanas más vulnerables. Para quienes formamos Frater (Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad) es un motivo de naturalidad inclusiva, somos y nos sentimos “una Iglesia para todos, todos”.
¿Qué están aportando las mujeres y, en general, los laicos? Usted lo es.
– Lo primero: visibilidad. Este sínodo inclusivo supone un cambio de paradigma en la Iglesia. Estoy plenamente convencido de que esto ha venido para quedarse, incluso para ampliarse en mayor presencia del laicado, especialmente de las mujeres. La aportación de las mujeres en la Iglesia, como todos sabemos, es fundamental. Por una parte, reconocer su presencia, dedicación generosa y creatividad, sin ellas muchas iglesias estarían vacías. Por otro lado, decir que ellas son uno de los pilares fundamentales que la sustentan a todos los niveles. Sus reflexiones y aportaciones teológicas abren caminos de sinodalidad y son ejemplo de entereza espiritual.
Los laicos, en general, debemos ahondar en nuestra vocación ministerial fruto del Bautismo y potenciar nuestra función tal y como viene definida en la Doctrina Social de la Iglesia. Si exigimos corresponsabilidad que no sea para clericalizarnos más de lo que muchos laicos ya están. El desarrollo de este Sínodo conlleva la presencia viva del laicado para una Iglesia misionera en el cambiante mundo de hoy.
Sobre la escucha al Espíritu Santo, y entre ustedes. ¿Hay alguna idea que se le ha grabado de modo particular?
– Es demasiado frecuente confrontar las propias ideas con el objetivo de imponerse y lograr poder. Más aún cuando, como ahora, la Iglesia y la sociedad sufren los daños de la polarización. El Señor no se cansa de repetirnos que “no sea así entre vosotros”; sin embargo, en ocasiones carecemos de práctica y herramientas para una escucha vaciada donde acoger a la otra persona y, juntos, discernir desde la Palabra y no desde los propios prejuicios e intereses.
Una de las cosas que más me ha impactado en la metodología de la escucha en el Espíritu Santo es partir de la igualdad y el mismo valor en la palabra. Es decir, no partir desde grandes discursos, sino desde un mismo y breve tiempo de exposición. El escenario circular favorece la dignidad de todos y cada uno, sin distinciones ni jerarquías.
Por otra parte, la inexistencia de debate donde reforzar las ideas y tesis propias, y donde el foco recae en lo expresado por los demás, propicia un vaciamiento que, interiorizado mediante la oración y el silencio, motiva el surgimiento de la humildad que facilita abrirse a la intuición del Espíritu Santo. Es navegar hacia la verdad esquivando aquellos islotes que nos aíslan y refugian en nuestras verdades mediatizadas.
No es un camino fácil, pero es el camino de la comunión. Con participación corresponsable nos abriremos a la misión evangelizadora para dar razón de nuestro ser y pertenecer al Pueblo de Dios. Es el Señor quien nos dice: id y evangelizar.