Entrevista a la Secretaria general de Cáritas Española.
Cáritas Española es, según su denominación oficial, la confederación oficial de las entidades de acción caritativa y social de la Iglesia católica en España, instituida por la Conferencia Episcopal. Pero, más allá de su definición estructural, Cáritas podría llamarse, como la denomina su Secretaria General, “la caricia de Dios”.
En la actualidad, y desde hace tres cuartos de siglo, Cáritas es el brazo caritativo para cientos de miles de personas que encuentran un acompañamiento, una ayuda, una salida o una formación para el empleo a través de las diferentes Cáritas diocesanas, parroquiales, y de los diversos proyectos.
Hace un año, la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, renovó en sus cargos por un nuevo período de tres años a Manuel Bretón como presidente de Cáritas Española y a Natalia Peiro como secretaria general, tarea que ella ejercía desde 2017. Este equipo de Servicios Generales ha vivido la crisis socioeconómica derivada de la pandemia, así como la aparición de nuevas brechas de exclusión social. Un cambio de sociedad que hace imprescindible, más aún si cabe, ese ministerio de la caridad que personifican los voluntarios y trabajadores de Cáritas.
Cáritas se prepara para cumplir 75 años de vida en España. ¿Qué ha cambiado y qué permanece desde su nacimiento?
—Permanece la raíz. Nuestros pies están fundados en el Evangelio, en la comunidad cristiana. Cáritas es una expresión de esa comunidad cristiana y eso sigue siendo así en todos los países del mundo.
¿Qué permanece? El espíritu que nos anima y la experiencia de Dios que se tienen en el trabajo en Cáritas. En Cáritas hay un especial cuidado por la formación del corazón de las personas que formamos parte de ella. Nuestra labor rompe esas disyuntivas entre acción y contemplación, entre justicia y vida espiritual.
Permanece esa razón de ser que nos dice que nuestra tarea es una expresión de nuestra fe. Y permanece, siempre, el servicio a todos, sin excepción, sin preguntar de dónde vienes o cómo son.
Ha cambiado muchísimo la organización y las actividades porque ha cambiado la realidad social. De la leche americana que se repartía cuando nació Cáritas a los proyectos de empleo, de reciclaje… han cambiado muchas cosas. Ha cambiado la vida.
¿Qué es lo que hace a Cáritas diferente de cualquier otra ONG incluso formada por personas católicas?
—La diferencia clave es nuestra organización, indivisible de la Iglesia. En cada diócesis nuestros presidentes son los obispos, y nuestra organización local son las parroquias. Somos la Iglesia. Somos el ministerio de caridad de la Iglesia, uno de los tres ministerios junto al de la Liturgia y a la Palabra.
Esta identificación nos da, aparte del sentido, esa permeabilidad, la posibilidad de llegar a todos los sitios, a todos los rincones. El ser Iglesia nos otorga una universalidad que no tienen otras ONGs, ni siquiera las internacionales. Por el hecho de pertenecer a la Iglesia universal tenemos una capilaridad diferente, una visión del mundo como una sola familia humana.
En estos 75 años, Cáritas ha visto la evolución de la sociedad española y ha evolucionado con ella. ¿Cuáles son los puntos clave de la labor de Cáritas en la actualidad?
—Creo que Cáritas hace un esfuerzo ingente para tratar de apoyar y acompañar a las personas en su camino hacia una vida plena, integrada. Me preguntas cuáles son los puntos clave de la labor de Cáritas: los puntos clave son las personas.
Nosotros no somos una organización que tenga una serie de prioridades marcadas, por ejemplo, en el campo de la salud o de la educación, sino que acompañamos a las personas en todo este camino.
Si tuviera que destacar algunos retos diferentes hoy creo que, en la actualidad, trabajamos con algunas situaciones de marginalidad más extrema: personas víctimas de trata o personas sin hogar. Este trabajo tiene retos muy diferentes si pensamos en la vida que podemos dar a esas personas. Otro gran reto es la soledad y el aislamiento. Especialmente evidente en las personas mayores o, por ejemplo, en personas migrantes. Estamos en una sociedad más individualista y el acompañamiento cambia.
En este sentido, vemos con gran preocupación la transmisión intergeneracional de la pobreza y el peligro de ruptura del Estado de bienestar. Cuando presentamos el informe realizado por FOESSA sobre las consecuencias de la pandemia en España, se hablaba de la ruptura del contrato social con la juventud. Es decir, si no transferimos lo mejor que podamos para las generaciones presentes y futuras, si no ayudamos a los más débiles, nos encaminamos a una sociedad que nada tiene que ver con un Estado de derecho o de cohesión social.
Tenemos que preguntarnos en qué sociedad queremos vivir. ¿En un Estado dónde quien no tenga papeles se vea abocado a vivir e incluso morir en la calle? ¿O en un sitio donde haya una cohesion social y una solidaridad que nos haga vivir en paz y en justicia? Nuestro acompañamiento ha derivado en un trabajo de denuncia profética que nosotros enmarcamos en el Evangelio.
Estos dos años de pandemia han supuesto, sin duda un reto, para toda la organización de Cáritas Española. ¿Cómo han vivido estos momentos desde dentro y en vuestra labor?
—Ha sido un shock muy fuerte para la Iglesia y, especialmente, para una institución como Cáritas, en la que su diferencia radica en el ser y el estar. Estamos acostumbrados a estar muy cerca de las personas y, por lo tanto, esta situación ha violentado nuestra forma de trabajar, la manera de estar de nuestros voluntarios, etc. Un impacto muy grande para toda la sociedad española y especialmente fuerte en esos grupos, comunidades parroquiales o de vecinos… que tienen su raíz en las relaciones humanas del día a día.
La primera transformación que tuvimos que hacer se centró en cómo seguir estando cerca sin poder estar cerca físicamente. Poder seguir abiertos teniendo que cerrar.
Nuestra campaña de estos años señala que “la caridad no cierra”, y así ha sido. Todas las Cáritas, diocesanas y parroquiales, recibieron muchísimas personas derivadas de la administración pública, que no podía hacerse cargo de ellas…
Medio millón de personas nuevas llegaron a Cáritas a través de los teléfonos de atención continua, de la páginas web o las redes sociales.
Al igual que llegaron muchas personas pidiendo ayuda, también tuvimos que transformarnos para tener la capacidad de recibir iniciativas, propuestas, y a mucha gente que quería ayudar.
Atender todo ese tsunami de peticiones y solidaridad tenía que contar con una organización muy férrea. Tuvimos que poner mucho trabajo en juego, desde las Cáritas parroquiales a los Servicios Generales. Todos tuvimos que estar al 150% para poder atender a todo lo que se nos pedía.
Enseguida vimos que el tema digital estaba dejando mucha gente fuera. La administración, colapsada y digitalizada completamente, estaba dejando a mucha gente fuera. La maraña normativa que surgió requería de mucho análisis: qué podían y no podían hacer los voluntarios, cómo se solicitaba el Ingreso Mínimo Vital, qué pasaba con las personas empleadas del hogar, qué podían hacer los comedores sociales y las empresas de inserción, etc.
Hubo que hacer un análisis muy rápido, dentro de una organización que no se dedica a una sola cosa. Ese análisis supuso una oportunidad de interlocución con la administración pidiendo, por ejemplo, ser declarados servicios esenciales, o cómo trasformar de nuestras empresas de inserción para no perder los trabajos.
A medio plazo, hubo que afrontar el acompañamiento a las familias, y los programas de formación que ya tenían que ser muy digitales. Analizamos cuáles eran los puestos de trabajo que podían ser más requeridos para nuestros programas de empleo y, ya en verano de 2020, se programaron muchos cursos para personas especializadas en limpieza y desinfección, fabricación de mascarillas, etc.
Más allá de todo esto, se impulsaron además muchas iniciativas de ayuda a los vecinos, a los cercanos… que solventaran, en cierto modo, la dificultad de la presencia. En este sentido, los jóvenes apoyaron mucho: se volcaron en redes sociales, hicieron vídeos, presencia virtual…
¿Sigue habiendo voluntarios? ¿Hay futuro en el voluntariado de Cáritas?
—Sigue habiendo voluntarios, gracias a Dios. Tenemos un gran reto en este campo, que es el reto de toda la Iglesia. Los voluntarios de Cáritas nacen de la comunidad cristiana y de las parroquias. El voluntariado en Cáritas tiene que ver con nuestro aprendizaje sobre la lógica del don, de la gratuidad, de darnos a los demás. No es igual al resto de voluntariados que conocemos.
El reto, como el de toda la Iglesia, es la transmisión de la fe, esa transmisión de valores. Cáritas tiene que aportar a la Iglesia esa parte.
Vemos, por ejemplo, cómo en entornos rurales, en las parroquias, faltan jóvenes para hacer esa transición. En este punto hay un tema importante. Cáritas es la caricia de la Iglesia. Tiene una salida y una llegada a las personas, y tenemos que aprender a integrar voluntarios que no sean estrictamente “de parroquia”, sino que descubran el rostro de Cristo a través de las personas con las que trabajamos y a las que acompañamos.
El ser Iglesia nos ha dado todo, y nosotros queremos ser un aporte para el futuro de esa trasmisión de la fe.
En Europa, por ejemplo, hay una revolución de la Cáritas joven. Ha costado entender que los jóvenes están en las universidades, en las empresas o en movimientos y tenemos que dejarnos sorprender por ellos e integrarlos. Acoger a estas personas que tienen mucho que dar.
Evidentemente, tenemos que ser muy cuidadosos porque no es lo mismo ser voluntario en Cáritas que en cualquier ONG. Con este reto presente, estamos intentando cambiar formas y modos, para que más personas puedan llegar a formar parte de Cáritas.
Hay unos años en los que es muy difícil ser voluntario; la profesión y el cuidado de la familia no dejan tiempo, etc. Pero, si has sido voluntario de joven en la universidad, es más fácil que, a los 50 años, cuando tus hijos sean ya mayores, te reenganches en esta tarea. Esa semilla la tuvo que poner alguien y ahí tenemos una tarea.
Nuestro plan estratégico tiene un eje clave en la renovación del voluntariado y, dentro de él, un punto muy bonito que es la relación intergeneracional de los voluntarios.
¿Cuáles considera que son las nuevas pobrezas?
—Creo que, en general, hay pocas novedades en cuanto a las dificultades que tiene las personas y que les hacen estar excluidos. Los perfiles son, esencialmente, jóvenes, mujeres con menores a cargo y personas inmigrantes.
Las nuevas pobrezas son las que vienen provocadas por dos cuestiones fundamentales. La primera es el deterioro de las condiciones del mercado de trabajo. Las condiciones laborales que tienen las personas que comenzaron a trabajar antes de 2008 y conservan ese trabajo no tienen nada que ver con las condiciones laborales de los que han empezado a trabajar después de la crisis de 2008. Eso es una realidad que vemos a nuestro alrededor. A esta realidad, se suma la segunda cuestión, que es la tendencia opuesta que se da entre los salarios y el precio de la vivienda. Al final, el empleo y la vivienda siguen siendo las llaves fundamentales para la inclusión social. Si una persona cobra poco y, cuando paga los gastos de vivienda, se queda pobre, es muy difícil todo lo demás: educación, salud, relaciones sociales o que se pueda arreglar un deterioro de la casa. Esos nuevos pobres son personas que trabajan, a lo mejor sólo a tiempo parcial o con contratos temporales, pero la mayoría prefiere trabajar a la “paguita”.
¿Hemos salido “mejores” o peores de esta crisis?
—La verdad es que yo tengo dudas. El Papa nos decía, al principio de esta crisis, que no vamos a salir igual. Es verdad que, en la presión de la necesidad, todas las personas sacan lo mejor de ellos mismos, pero en la salida de una emergencia hay mucha tendencia a no mirar para atrás para salir. Este “no ver” se está reflejando, por ejemplo, en lo datos del informe de FOESSA. Los que tenemos una cierta estabilidad en la vida —una nómina, un trabajo—, tenemos unos problemas diarios, pero hay otros asuntos que están ahí y no los “vemos”. Por ejemplo, ¿qué ha pasado con esos niños que se han quedado solos porque sus padres tenían que salir a trabajar y no cabía el teletrabajo, o con esos hogares en los que sólo trabaja una persona y ha sido despedida?, ¿qué pasa con las personas que no tienen habilidades digitales y que no podían ir al banco o pedir una cita médica?. Nos tenemos que dar cuenta de que la brecha existe, de que estas realidades existen, aunque no las veamos todos los días o no queramos “mirar atrás”.
Y esas realidades no ocurren porque esas personas no se esfuercen. Cuando preguntamos a las personas ¿qué estas haciendo para salir de esta situación? ocho de cada diez están activos: trabajando unas horas, buscando trabajo activamente o participando en un programa de formación. Como sociedad, a veces, vamos cerrando puertas por no conocer la realida. Es necesario conocerla para comprenderla.