«Lograr una visión de conjunto que abarque la existencia cristiana en su complejidad». Así explica Romano Guardini el significado de «Libertad, gracia, destino», uno de sus estudios más significativos. Y no es casualidad que Jorge Mario Bergoglio inspire gran parte de su magisterio en el pensador y teólogo italiano, hoy Siervo de Dios, hasta el punto de «atribuirle» el enfoque interpretativo de su primera Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, carta magna de todo su pontificado.
En el documento, el Papa Francisco cita al propio Guardini cuando se pregunta cómo evaluar los procesos que construyen un pueblo: «El único modelo para evaluar con éxito una época es preguntarse en qué medida la plenitud de la existencia humana se desarrolla en ella y alcanza una auténtica razón de ser, de acuerdo con el carácter particular y las posibilidades de la misma época» (EG, 222).
Estas premisas abren el camino a una interpretación clara y comprensible de lo que es la sociedad para el Papa Francisco. Nos lo explica Massimiliano Padula, sociólogo de los procesos culturales y comunicativos del Instituto Pastoral de la Pontificia Universidad Lateranense, entrevistado con motivo del décimo aniversario del pontificado del Papa argentino.
En su opinión, ¿es posible esbozar una especie de «sociología del Papa Francisco» en estos diez años?
–Respondo citando a Romano Guardini y su estudio «El fin de la Edad Moderna» que, en cierto modo, anticipó el debate actual sobre la posmodernidad y la secularización. Aunque no era sociólogo, Guardini esbozó categorías sociohistóricas que desde hace tiempo ocupan el centro de las investigaciones de los sociólogos generales y, en particular, de los de la religión. El Papa Francisco sigue esta línea, guiado (como Guardini) por la luz de la fe. Pero hace más: dirige su mirada a los problemas de hoy, encarnados en la vida colectiva y en las vidas individuales.
¿Puede darnos un ejemplo?
–Basta leer Laudato si’ para comprender hasta qué punto Bergoglio utiliza una «mirada sociológica» para analizar la sociedad (la llama «familia humana»). En la Encíclica destaca el medio ambiente como un hecho social generador de cambios, a menudo poco alentadores para el desarrollo humano integral.
También consigue captar algunas de las instancias más urgentes de nuestro tiempo: entre ellas, la aceleración, que indica con la palabra española «rapidación». Y que remite al estudio de los sociólogos alemanes Hartmut Rosa y William E. Scheuerman titulado «La sociedad de la alta velocidad», una configuración de la sociedad que, por un lado mejora nuestra calidad de vida, y por otro crea nuevas formas de marginación y exclusión.
De hecho, la marginación y la exclusión están en el centro de la reflexión del Pontífice argentino…
–Desde luego. Son dos categorías interpretativas de una existencia cada vez más estratificada, compleja y desigual. Los marginados y excluidos son los pobres, los inmigrantes, los ancianos y los enfermos. Pero no sólo. La marginación y la exclusión afectan a todos los individuos, a todos los grupos sociales, a todas las microorganizaciones y macroorganizaciones. Es la del corazón, o más bien la indiferencia, la que constituye un comportamiento antisocial y perturbador.
Francisco intercepta sus diversas manifestaciones cuando, por ejemplo, habla de una «cultura del descarte». Pero no se limita a un simple diagnóstico: nos ayuda a comprender cómo colmar las lagunas, a actuar y comportarnos con vistas a un bien que sea verdaderamente común.
Los viajes apostólicos a zonas fronterizas y países azotados por la guerra y la miseria, los llamamientos a la paz, el paso de una lógica espacial a otra procesual, el diálogo ecuménico, la propuesta de un pacto educativo global, son algunos de los signos de su terapia social.
Podríamos decir -parafraseando las características de la ciencia sociológica- que el magisterio bergogliano abarca una función descriptiva (proporcionar las claves para acceder al mundo) y otra prescriptiva (compartir objetivos y códigos de conducta).
En su opinión, ¿cómo puede relacionarse la sociología con el catolicismo en el futuro?
–Creo que su relación tendrá que jugarse cada vez más en términos de reciprocidad. La sociología sólo podrá ayudar a la religión si ésta es capaz de replantearse a sí misma a la luz de la sociedad y sus cambios.
Esto no significa abandonarse a un relativismo estéril, sino comprender que la realidad social es «ontológicamente» provisional y debe leerse y vivirse como tal. Cuando Francisco insiste en abandonar la lógica del «siempre se ha hecho así» (lo llama «indietrismo»), demuestra que entiende bien los procesos de morfogenética social.
Entre ellas, dos me parecen especialmente prospectivas para la reflexión e investigación socio-religiosa del presente y del futuro. El primero es el desplazamiento del centro de gravedad del cristianismo, de una Europa «enferma de fatiga» a un sur del mundo que, a pesar de sus muchos problemas, demuestra una espiritualidad fecunda. El otro es el proceso de personalización de la fe que, al tiempo que la aleja de la tradición, ofrece nuevas oportunidades de evangelización y de pastoral vital y creativa.