El mes de agosto en El Salvador es un período repleto de eventos festivos, culturales y religiosos únicos. En esta pequeña república, se celebran las fiestas patronales en honor al Divino Salvador del Mundo. El 5 de agosto una procesión con la imagen del patrón parte desde la basílica del Sagrado Corazón de Jesús, recorriendo las principales calles de la capital hasta llegar a la catedral metropolitana de San Salvador. Aquí se realiza, año tras año, una representación de la Transfiguración. Al día siguiente, se celebra una Misa solemne presidida por el arzobispo y concelebrada por la Conferencia Episcopal Salvadoreña, con la participación de sacerdotes y laicos de todo el país.
Según una crónica del siglo XVII, la fiesta del Divino Salvador del Mundo se celebra desde 1526. En aquel entonces, se conmemoraba sólo el 6 de agosto y tenía un carácter principalmente cívico, debido a la fundación de la villa de San Salvador (1525), por don Pedro de Alvarado. El festejo incluía sacar el “real pendón” por las calles principales con un lúcido acompañamiento de caballeros. Sin embargo, en algunas ocasiones, la festividad se trasladó a Navidad. Por ejemplo, el presidente Gerardo Barrios decretó el cambio el 25 de octubre de 1861 debido a que agosto era la época “más rigurosa en la estación de lluvias”.
La procesión
La imagen del Divino Salvador del Mundo, conocida coloquialmente como “El colocho” por su cabello rizado, fue esculpida por el maestro Silvestre García en 1777. A García se le atribuye el carácter cívico y religioso de la celebración, ya que organizó una fiesta anual al santo patrón con novenario y jubileo. Anteriormente, a finales del siglo XVI, el rey Felipe II había obsequiado una imagen del Salvador del Mundo para la procesión.
Desde 1777, el recorrido tradicional de la procesión iba desde la iglesia El Calvario hasta la Plaza de Armas, donde se realizaba la transfiguración. Con la construcción de la nueva catedral en la Plaza Barrios, la imagen se trasladó allí. En 1963, monseñor Luis Chávez y González extendió el recorrido desde la basílica del Sagrado Corazón hasta la catedral metropolitana. Sin embargo, los “calvareños” protestaron por la modificación de su tradición, y el arzobispo prometió que cada 5 de agosto por la mañana, el Divino Salvador del Mundo visitaría la iglesia de El Calvario, una promesa que se mantiene hasta hoy.
La bajada
En 1810, en el atrio de la iglesia parroquial, hoy iglesia El Rosario, se elaboró un “gran volcán” con la imagen de Jesucristo en la cima. Esta tradición originó el monumento metálico de 15 metros de altura que se utiliza para “la bajada”, en cuya cima está el globo terráqueo y sobre él, la imagen del Divino Salvador del Mundo. En un momento determinado, el globo se abre y la imagen baja vestida de rojo para resurgir vestida de blanco.
El sobrenombre “La bajada” tiene dos posibles explicaciones: una de índole religiosa, evocando cómo los discípulos de Jesús bajan su cuerpo de la cruz y lo colocan en el sepulcro, anticipando la Resurrección; y otra topográfica, ya que la iglesia El Calvario se ubicaba en una posición más elevada que la Plaza Libertad, según el antiguo catastro de la ciudad.
Cada año la fiesta patronal tiene un lema distinto. El de 2024 es “500 años evangelizando. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”, en honor a los 500 años de la primera Misa celebrada en Centroamérica, el 12 de mayo de 1524 en Quetzaltenango, Guatemala.
Historia y religión de El Salvador
Cada 6 de agosto, san Óscar Romero solía ofrecer una carta pastoral en la que abordaba los desafíos de la Iglesia salvadoreña de la época y realizaba un análisis profundo de los problemas más graves del país. Por ejemplo, en su última exhortación decía: “llamarnos la República de El Salvador y celebrar la fiesta de la Transfiguración del Señor cada 6 de agosto es un privilegio para los salvadoreños. Este nombre, otorgado por el capitán don Pedro de Alvarado y recordado por el Papa Pío XII en 1942, refleja la providencia divina que asigna a cada pueblo su nombre, lugar y misión. Escuchar cada año en la liturgia que nuestro patrón es el Hijo de Dios y que debemos escucharlo constituye nuestro legado histórico y religioso más preciado y la mayor motivación para nuestras esperanzas como nación”.
El mártir salvadoreño tenía la capacidad de integrar en su interpretación de la historia de El Salvador un sentido religioso profundo. En el marco de la celebración de los 500 años de la primera misa en Centroamérica, esta capacidad es particularmente sugerente. Es innegable que la herencia de la fe está profundamente vinculada al encuentro cultural entre Europa y América.