Cultura

El pasaje

Un cuento ¡o no tan cuento! para estos días de Navidad que recuerda que, ya en la tierra, recibimos más cuando damos.

Juan Ignacio Izquierdo Hübner·31 de diciembre de 2022·Tiempo de lectura: 2 minutos
pasaje

Esta anécdota tiene sus años, pero es real; el nombre del protagonista también es auténtico (tengo su permiso). Se trata de un suceso breve y simbólico que le ocurrió a un amigo chileno; amigo y compañero de estudios en la Facultad de Derecho.

Recuerdo que estábamos en época de exámenes y que faltaban pocas semanas para que llegara la Navidad. Y con esto creo que ya he dado contexto suficiente.

John salió atrasado de casa para dar un examen oral con un profesor famoso por ser exigente. Corrió con su traje oscuro, corbata azul y zapatos duros hacia la estación de metro Pedro de Valdivia, bajó jadeando las escaleras, cruzó por medio de la multitud, pasó la tarjeta por el validador y ¡pip, pip!, luz roja. ¡No le quedaba saldo disponible! Revisó su billetera con precipitación: ni rastro de efectivo. Acudió a su tarjeta de débito, pero recordó que sus padres aún no le habían depositado la mesada. Salió de la fila con las manos en la cabeza y el rostro pálido, aterrorizado con el pensamiento de que el profesor podría reprobarlo por inasistencia; ¿qué hacer?

De pronto, alguien le tocó el hombro. John giró y se encontró con la señora que suele sentarse en el último peldaño de la escalera para pedir limosna. Sonreía y había abierto la mano. ¿Para pedirle algo? No, al contrario: para ofrecerle una moneda de 500 pesos. “Para que te compres el pasaje”, le dijo. Mi amigo se sorprendió mucho, intentó resistirse a la ayuda, forcejearon un poco: no, sí, no, sí; y era tal su aflicción que terminó aceptando.

Mi compañero llegó al examen a tiempo y consiguió una nota razonable. Al día siguiente, cuando bajó a la estación, se fijó en la señora que lo había ayudado y le devolvió la moneda; junto con un chocolate, por supuesto, y conversaron un rato.

Después de unas semanas, la mendiga dejó de aparecer. Desde entonces han pasado varios años; ahora John es un abogado de prestigio y baja al metro con trajes más elegantes y zapatos más cómodos que los que usaba para dar los exámenes orales en la Facultad, pero siempre, antes de cruzar el torniquete, se detiene un momento para revisar si esa buena mujer que en su día lo ayudó podría estar sentada en algún rincón de la estación, sonriéndole.

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