Vaticano

El Papa rezará un Rosario por la paz y convoca una Jornada de oración

“En esta dramática hora de nuestra historia, mientras los vientos de guerra y la violencia continúan devastando pueblos enteros y naciones”, el Papa Francisco ha revelado esta mañana, en la Misa de apertura de la Asamblea sinodal de octubre, que el domingo pedirá a la Virgen María de modo especial por la paz, rezando el Rosario en Santa María la Mayor, Además, ha convocado una Jornada de oración y ayuno el 7 de octubre.

Francisco Otamendi·2 de octubre de 2024·Tiempo de lectura: 6 minutos
Papa Sínodo Celebración penitencial vïspera

El Papa Francisco preside la liturgia penitencial el 1 de octubre de 2024, previa al inicio del Sínodo @CNS photo/Lola Gomez

Los días y horas dramáticas de guerra y violencia que vive Oriente Medio, junto a las otras guerras existentes, como la Rusia y Ucrania, han impulsado al Papa Francisco a acudir a la intercesión de María Santísima para pedir el don de la paz.

El próximo domingo acudirá a la Basílica de Santa María la Mayor, donde recitará el Santo Rosario, “y dirigiré a la Virgen un pedido”, que no ha especificado. “Y si es posible, les pido también a ustedes, miembros del Sínodo, unirse a mí en esta ocasión”.

“Y al día siguiente (7 de octubre, fiesta de la Virgen del Rosario), “pido a todos vivir una Jornada de Oración y Ayuno por la paz en el mundo. Caminemos juntos, pongámonos a la escucha del Señor, y dejémomos conducir por la brisa del Espíritu”, ha manifestado al concluir en la Plaza de San Pedro la Santa Misa de apertura de la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.

Sínodo: “Discernir juntos la voz de Dios”

Al comenzar la homilía de la Misa este 2 de octubre, el Papa se ha referido a la memoria de hoy, y ha trazado unas líneas maestras para los miembros del Sínodo.

“Celebramos esta Eucaristía en la memoria litúrgica de los santos Ángeles Custodios, en la reapertura de la sesión plenaria del Sínodo de los Obispos. En escucha de lo que nos sugiere la Palabra de Dios, podríamos como punto de partida para nuestra reflexión tomar tres imágenes: la voz, el refugio y el niño”, ha señalado el Papa.

“Primero, la voz. En el camino hacia la Tierra prometida, Dios aconseja al pueblo que escuche la “voz del ángel” que Él ha enviado (cf. Ex 23,20-22)”. 

“Es una imagen que nos toca de cerca, porque el Sínodo es también un viaje en el que el Señor pone en nuestras manos la historia, los sueños y las esperanzas de un gran Pueblo de hermanas y hermanos esparcidos por el mundo, animados por nuestra misma fe, impulsados por el mismo deseo de santidad para que, con ellos y por ellos, tratemos de comprender qué camino seguir para llegar adonde Él quiere llevarnos”. 

“No es una asamblea parlamentaria”

“Se trata, con la ayuda del Espíritu Santo”, ha subrayado el Sucesor de Pedro, de “escuchar y comprender las voces, es decir, las ideas, las expectativas, las propuestas, para discernir juntos la voz de Dios que habla a la Iglesia”. 

“Como hemos recordado repetidamente, la nuestra no es una asamblea parlamentaria, sino un lugar de escucha en la comunión, donde, como dice san Gregorio Magno, lo que alguien tiene en sí parcialmente, lo posee de modo completo otro, y aunque algunos tengan dones particulares, todo pertenece a los hermanos en la “caridad del Espíritu” (cf. Homilías sobre los Evangelios, XXXIV)”.

Sin agendas que imponer 

El Papa ha descalificado “la arrogancia”, y ha alertado para “no convertir nuestras aportaciones en puntos que defender o agendas que imponer, sino ofrezcámoslas como dones para compartir, dispuestos incluso a sacrificar lo que es particular, si ello puede servir para hacer surgir, juntos, algo nuevo según el plan de Dios”.

“De lo contrario, acabaremos encerrándonos en diálogos entre sordos, donde cada uno trata de “llevar agua a su molino” sin escuchar a los demás y, sobre todo, sin escuchar la voz del Señor”. “Las soluciones a los problemas que se nos plantean no las tenemos nosotros, sino Él Escuchemos, pues, la voz de Dios y de su ángel”, ha subrayado.

El Espíritu Santo, maestro de la armonía

En cuanto a la segunda imagen, el refugio, Francisco ha señalado que ”las alas son instrumentos poderosos, capaces de levantar un cuerpo del suelo con sus vigorosos movimientos. Pero, aun siendo tan fuertes, también pueden plegarse y estrecharse, convirtiéndose en escudo y nido acogedor para las crías, necesitadas de calor y protección.

Esta imagen es un símbolo de lo que Dios hace por nosotros, pero también un modelo a seguir, especialmente en este tiempo de asamblea”.

También ha recordado que “el Espíritu Santo es el maestro de  la armonía, que con tantas diferencias, es capaz de crear una sola voz”.

Hacernos pequeños

Respecto a la tercera imagen, la del niño, el Papa ha recordado que “es Jesús mismo, en el Evangelio, quien “lo pone en medio” de los discípulos, se lo muestra, invitándolos a convertirse y a hacerse pequeños como él.  Esta paradoja es fundamental para nosotros”.

El Sínodo, ha dicho, “dada su importancia, en cierto sentido nos pide ser “grandes” ―de mente, de corazón, de mirada―, porque las cuestiones a tratar son “grandes” y delicadas, y los escenarios en que se sitúan son amplios, universales”,

Y citando a Benedicto XVI, ha manifestado: “Recordemos que es haciéndonos pequeños cómo Dios nos ‘demuestra cuál es la verdadera grandeza, más aún, qué quiere decir ser Dios’” (Benedicto XVI, Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor, 11 enero 2009). 

“No es casualidad que Jesús diga que los ángeles de los niños “en el cielo están constantemente en presencia [del] Padre celestial» (Mt 18,10); es decir, que los ángeles son como un “telescopio” del amor del Padre. 

En la conclusión, ha rogado que “pidamos al Señor, en esta Eucaristía, vivir los días venideros bajo el signo de la escucha, de la custodia recíproca y de la humildad, para escuchar la voz del Espíritu, para sentirnos acogidos y acoger con amor, y para no perder nunca de vista los ojos confiados, inocentes y sencillos de los pequeños, de los que queremos ser voz, y a través de los cuales el Señor continúa apelando a nuestra libertad y a nuestra necesidad de conversión”.

Vigilia penitencial en la víspera

Ayer tarde, en la víspera de la Misa de inicio de los trabajos de la Asamblea sinodal, el Pontífice expresó su vergüenza por los pecados de la Iglesia y pidió perdón a Dios y a las víctimas..

El Papa manifestó que el pecado “es siempre una herida en las relaciones: la relación con Dios y la relación con los hermanos», y añadió que «nadie se salva solo, pero es igualmente cierto que el pecado de uno libera efectos sobre muchos: así como todo está conectado en el bien, también lo está en el mal». 

En la Celebración penitencial se escucharon  los testimonios de un superviviente de abusos sexuales, de una voluntaria comprometida en la acogida de migrantes y de una religiosa originaria de Siria, narrando el drama de la guerra. 

Peticiones de perdón leídas por siete cardenales

Al mismo tiempo, varios cardenales leyeron peticiones de perdón, escritas por el mismo Papa. Era necesario llamar por su nombre y apellido a nuestros principales pecados, «y los escondemos o los decimos con palabras demasiado educadas», señaló Francisco.

En efecto, siete conocidos purpurados pidieron perdón por los pecados contra la paz (card. Oswald Gracias, arzobispo de Bombay); la creación, indiferencia ante los necesitados y migrantes, los pueblos indígenas (card. Michael Czerny); el pecado de los abusos (card. Sean Patrick O’Malley); el pecado contra la mujer, la familia, los jóvenes (card. Kevin Farrell); el pecado de la doctrina utilizada como piedra para ser arrojada (card. Victor Manuel Fernández); el pecado contra los pobres, la pobreza (card. Cristóbal López Romero, arzobispo de Rabat): el pecado contra la sinodalidad, entendido como la falta de escucha, comunión y participación de todos (card. Christoph Schönborn).

“Hoy todos somos como el publicano”

El Papa Francisco reconoció que la curación de la herida comienza por la confesión del pecado que hemos cometido y reflexionó sobre el Evangelio de san Lucas que narra la parábola del fariseo y el publicano. 

El fariseo “espera una recompensa por sus méritos, y así se priva de la sorpresa de la gratuidad de la salvación, fabricando un dios que no podría hacer otra cosa que firmar un certificado de presunta perfección. Un hombre cerrado a la sorpresa, cerrado a todas las sorpresas. Está encerrado en sí mismo, cerrado a la gran sorpresa de la misericordia. Su ego no da cabida a nada ni a nadie, ni siquiera a Dios”.

Pero «hoy todos somos como el publicano, con los ojos bajos y avergonzados de nuestros pecados”, manifestó el Sucesor de Pedro. “Como él, nos quedamos atrás, despejando el espacio ocupado por la vanidad, la hipocresía y el orgullo -y también, digámoslo, a nosotros, obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas, despejando el espacio ocupado por la presunción, la hipocresía y el orgullo». Por tanto, añadió, «no podríamos invocar el nombre de Dios sin pedir perdón a nuestros hermanos y hermanas, a la Tierra y a todas las criaturas». 

Restablecer “la confianza rota” en la Iglesia

“¿Cómo podríamos pretender caminar juntos sin recibir y dar el perdón que restablece la comunión en Cristo?”, fue terminando el Papa. La confesión es «la oportunidad para restablecer la confianza en la Iglesia y en ella, confianza rota por nuestros errores y pecados, y para empezar a curar las heridas que no dejan de sangrar, rompiendo las cadenas injustas», expresó, citando al libro de Isaías. En este sentido, el Papa manifestó: “No quisiéramos que este peso frenara el camino del Reino de Dios en la historia”, y admitió que “hemos hecho nuestra parte, incluso de errores”.  

Oración del Papa 

El Papa alentó finalmente a pedir la intercesión de santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones, y pronunció esta oración:

“Oh Padre, estamos aquí reunidos conscientes de que necesitamos tu mirada amorosa. Nuestras manos están vacías, sólo podemos recibir cuanto tú puedas darnos. Te pedimos perdón por todos nuestros pecados, ayúdanos a restaurar tu rostro que hemos desfigurado por nuestra infidelidad. Pedimos perdón, sintiendo vergüenza, a quienes han sido heridos por nuestros pecados. Danos el valor del arrepentimiento sincero para una conversión.  Te lo pedimos invocando al Espíritu Santo para que llene con su Gracia los corazones que has creado, en Cristo Jesús, Señor nuestro. Todos pedimos perdón, todos somos pecadores, pero todos tenemos esperanza en tu amor, Señor. Amén”.

Al finalizar la celebración, el Santo Padre invitó a saludarse con el signo de la paz, que simboliza la reconciliación y el deseo de caminar juntos en la unidad. 

El autorFrancisco Otamendi

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