“En unión con los obispos y los fieles del mundo, deseo solemnemente llevar al Corazón Inmaculado de María todo lo que estamos viviendo; renovar a ella la consagración de la Iglesia y de la humanidad entera y consagrarle, de modo particular, el pueblo ucraniano y el pueblo ruso, que con afecto filial la veneran como Madre”, ha manifestado el Papa en la basílica de San Pedro ante unos tres mil fieles, y más de dos mil en la plaza de San Pedro.
“Es el gesto de la plena confianza de los hijos que, en la tribulación de esta guerra cruel e insensata que amenaza al mundo, recurren a la Madre, depositando en su Corazón el miedo y el dolor, y entregándose totalmente a ella.”, añadió.
Se trata de “colocar en ese Corazón limpio, inmaculado, donde Dios se refleja, los bienes preciosos de la fraternidad y de la paz, todo lo que tenemos y todo lo que somos, para que sea ella, la Madre que nos ha dado el Señor, la que nos proteja y nos cuide”, manifestó el Santo Padre en la solemnidad de la Anunciación del Señor, tras la lectura del evangelio del anuncio del ángel Gabriel a la Virgen Santísima.
“Obtener el perdón de Dios”
“En estos días siguen entrando en nuestras casas noticias e imágenes de muerte, mientras las bombas destruyen las casas de tantos de nuestros hermanos y hermanas ucranianos indefensos”, recordó el Papa en su homilía. “La guerra atroz que se ha abatido sobre muchos y hace sufrir a todos, provoca en cada uno miedo y aflicción. Experimentamos en nuestro interior un sentido de impotencia y de incapacidad. Necesitamos escuchar que nos digan ‘no temas’, como dijo el ángel a la Virgen María, añadió el Pontífice.
“Las seguridades humanas no son suficientes, es necesaria la presencia de Dios, la certeza del perdón divino, el único que elimina el mal, desarma el rencor y devuelve la paz al corazón”. Por eso “es necesario obtener del perdón de Dios la fuerza del amor, ese mismo Espíritu que descendió sobre María”.
“Porque, si queremos que el mundo cambie, primero debe cambiar nuestro corazón. Para que esto suceda, dejemos hoy que la Virgen nos tome de la mano. Contemplemos su Corazón inmaculado, donde Dios se reclinó, el único Corazón de criatura humana sin sombras”, alentó el Papa, apelando a la conversión del corazón.
“Que María guíe nuestro camino”
“Ella es la ‘llena de gracia’, y, por tanto, vacía de pecado; en ella no hay rastro del mal y por eso Dios pudo iniciar con ella una nueva historia de salvación y de paz. Fue allí donde la historia dio un giro. Dios cambió la historia llamando a la puerta del Corazón de María. Y hoy también nosotros, renovados por el perdón de Dios, llamemos a la puerta de ese Corazón”, dijo el Santo Padre.
Los labios de María pronunciaron la frase más bella que el ángel pudiera llevar a Dios: ‘Que se haga en mí lo que tú dices’”, había dicho el Papa. “La aceptación de María no es pasiva ni resignada, sino el vivo deseo de adherir a Dios, que tiene ‘planes de paz y no de desgracia’. Es la participación más íntima en su proyecto de paz para el mundo”.
“Nos consagramos a María para entrar en este plan, para ponernos a la plena disposición de los proyectos de Dios”, subrayó el Papa. “La Madre de Dios, después de haber pronunciado el sí, afrontó un largo y tortuoso viaje hacia una región montañosa para visitar a su prima encinta. Que Ella tome hoy nuestro camino en sus manos; que lo guíe, a través de los senderos escarpados y fatigosos de la fraternidad y el diálogo, por el camino de la paz”.
Redescubrir el Sacramento de la alegría
Al comienzo de sus palabras, el Papa Francisco había recordado que “en el Evangelio de la solemnidad que hoy celebramos, el ángel Gabriel toma la palabra tres veces y se dirige a la Virgen María. La primera vez, al saludarla, le dice: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo’ (Lc 1,28). El motivo de esta alegría, la causa de este júbilo, se revela en pocas palabras: el Señor está contigo. Hermano, hermana, hoy puedes oír estas mismas palabras dirigidas a ti; puedes hacerlas tuyas cada vez que te acercas al perdón de Dios, porque allí el Señor te dice: “Yo estoy contigo”.
“Con demasiada frecuencia pensamos que la Confesión consiste en presentarnos a Dios cabizbajos. Pero, para empezar, no somos nosotros los que volvemos al Señor; es Él quien viene a visitarnos, a colmarnos con su gracia, a llenarnos de su alegría. Confesarse es dar al Padre la alegría de volver a levantarnos, de levantarse. En el centro de lo que experimentaremos no están nuestros pecados sino su perdón”, señaló el Papa.
“Imaginemos que en el centro del Sacramento estuvieran nuestros pecados: casi todo dependería de nosotros, de nuestro arrepentimiento, de nuestros esfuerzos, de nuestros afanes”, explicó el Papa Francisco. “Pero no, en el centro está Él, que nos libera y vuelve a ponernos en pie. Restituyamos el primado a la gracia y pidamos el don de comprender que la reconciliación no es principalmente un paso que nosotros damos hacia Dios, sino su abrazo que nos envuelve, nos asombra y nos conmueve. Es el Señor que, como con María en Nazaret, entra en nuestra casa y nos trae un asombro y una alegría que antes eran desconocidos. Pongamos en primer plano la perspectiva de Dios: volveremos a descubrir la importancia de la Confesión”.
El Santo Padre animó en la homilía a descubrir el perdón de Dios. “No descuidemos la Reconciliación, sino redescubrámosla como el Sacramento de la alegría. Sí, de la alegría, donde el mal que nos hace avergonzarnos se convierte en ocasión para experimentar el cálido abrazo del Padre, la dulce fuerza de Jesús que nos cura y la “ternura materna” del Espíritu Santo. Esta es la esencia de la Confesión”.
De igual modo, exhortó a los sacerdotes “Ninguna rigidez, ningún obstáculo, ninguna incomodidad; ¡puertas abiertas a la misericordia! En la Confesión estamos especialmente llamados a encarnar al Buen Pastor que toma en brazos a sus ovejas y las acaricia; a ser canales de la gracia, que vierten el agua viva de la misericordia del Padre en la aridez del corazón”.
Consagración de la Iglesia y de la humanidad
Al final de la Celebración penitencial, en la que más de cien sacerdotes administraron el sacramento de la Penitencia en San Pedro, el Papa realizó la consagración al Corazón Inmaculado de María, y le encomendó “nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera”. “Haz que cese la guerra la guerra y provee al mundo de paz”, pidió el Pontífice ante una imagen de la Virgen de Fátima, mirándola fijamente en varias ocasiones, y con ojos llorosos, o al menos eso pareció por momentos. Pueden ver el texto íntegro aqui.
“Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania”.Con estas palabras se dirigió el Papa a la Madre de Dios. Y prosiguió:“El “sí” que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de tu Corazón, la paz llegará. A ti, pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo”.
El Papa se refirió a las tragedias del siglo pasado y a los millones de muertos: “Nosotros hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes”.
Desatar los enredos y los nudos
Y recurrió a nuestra Madre, a la Madre de Dios, mirando el milagro de las bodas de Caná y el ‘no tienen vino’ de María: “Recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión. En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: ‘¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?’. Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio”.
“Así lo hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza le dijiste: ‘No tienen vino’ (Jn 2,3). Repíteselo otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna”, suplicó Francisco.
Finalmente, el Papa invocó a la Virgen María como “Reina del Rosario”, “Reina de la familia humana”, “Reina de la Paz”, y “Mujer del sí”, para pedirle: “obtén para el mundo la paz”, “guíanos por sendas de paz”.
A la misma hora, en Fátima
Como informó Omnes, “el mismo acto, el mismo día, será realizado en Fátima por el cardenal Konrad Krajewski, limosnero pontificio, como enviado del Santo Padre”, señaló el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni.
Esta consagración parte de la petición de la Virgen durante su aparición del 13 de julio de 1917 en Fátima, en la que pidió la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón, afirmando que, si no se concedía esta petición, Rusia extendería ‘sus errores por todo el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia’.
Después de las apariciones de Fátima hubo varios actos de consagración al Corazón Inmaculado de María, por parte de Pío XII, san Pablo VI y san Juan Pablo II, de modo especialmente solemne los dos últimos.