El papa Francisco ha inaugurado esta mañana en Roma un importante congreso sobre el sacerdocio ministerial, organizado por la Congregación de Obispos, que se celebra estos días en Roma. El simposio congrega a más de 700 expertos en el Aula Pablo VI, entre los que se encuentran cardenales, obispos, sacerdotes, teólogos, laicos y religiosos de todo el mundo, para reflexionar sobre la vocación sacerdotal, la formación de los seminaristas, el celibato sacerdotal y su espiritualidad.
El Santo Padre, en efecto, ha querido partir, en su discurso de apertura, de lo que han sido sus más de cincuenta años de vida sacerdotal, encontrando en ellos el paso de Dios por su vida y la luz para iluminar el sentido último del ministerio ordenado. De este modo, sus palabras se alejan de cualquier atisbo de academicismo y señalan aquellos elementos esenciales que permiten al sacerdote aspirar gozoso a la santidad, aun en medio de sus debilidades propias e incomprensiones ajenas. Me parece que estos elementos esenciales señalados por el Papa pueden sintetizarse en tres:
A la vanguardia de la misión
En primer lugar, “Mar adentro” (cf. Lc 5,4), como horizonte propio de la misión sacerdotal. En la mente del Papa, los presbíteros no están en la retaguardia sino, junto con el resto de los bautizados, en la vanguardia de la misión de la Iglesia. El miedo a las dificultades se conjura anclándose en la “sabia Tradición viva y viviente de la Iglesia”.
Responder al amor de Dios
En segundo lugar, saberse un bautizado llamado a la santidad, implica buscar responder cada día al amor de Dios, que siempre nos precede: “aun en medio de la crisis, el Señor no deja de amar y, por tanto, de llamar”.
Cuatro «cercanías»
Y el tercer elemento, queda envuelto en cuatro “cercanías” que dan a su vida gozo y fecundidad: la cercanía de Dios, que “nos permite confrontar nuestra vida con la suya”; la cercanía del Obispo, presentando la obediencia como “la opción fundamental por acoger a quien ha sido puesto ante nosotros como signo concreto de ese sacramento universal de salvación que es la Iglesia”; la cercanía con los sacerdotes, pues “la fraternidad es escoger deliberadamente ser santos con los demás y no en soledad”; y la cercanía a pueblo, gracia antes que deber y que invita a un estilo de vida a imagen de Jesús, Buen Samaritano.
En definitiva, unas palabras que nacen de un corazón agradecido por el don del sacerdocio y de una mente convencida de la importancia tanto de la misión de los presbíteros como de su necesidad de buscar seriamente la santidad en el seno de la Iglesia a la que sirven. Un pórtico magistral para un Congreso en el que, ciertamente, se tendrá ocasión de escuchar muchas cosas y muy buenas.
Universidad Eclesiástica San Dámaso (Madrid) - [email protected]