Marsella, ciudad mediterránea, ha vivido dos días excepcionales al acoger al Papa Francisco, primera visita papal desde hace casi 500 años. El Pontífice quiso participar en los “Encuentros del Mediterráneo” por invitación del cardenal Jean-Marc Aveline, arzobispo de la ciudad. También respondía a otra invitación de Francia, ya que el presidente Emmanuel Macron le había dicho previamente: «¡Es importante que vengas a Marsella!». Y así lo hizo.
Mirar con los ojos de Cristo
El mensaje central de la visita papal, el encuentro de los pueblos, se puso desde el primer momento en manos de la Virgen María, que preside el encuentro entre Jesús y los hombres. La «Buena Madre» de los marselleses, Notre-Dame de la Garde, fue venerada por el Papa Francisco a su llegada del aeropuerto el viernes por la tarde.
El Sumo Pontífice puso a los pies de la Virgen el motivo de su viaje apostólico. En la «oración mariana» que realizó con el clero diocesano en la basílica nos presentó el cruce de dos «miradas»: por un lado, «la de Jesús que acaricia al hombre», «de arriba abajo, no para juzgar sino para levantar a los que están abajo»; por otro, «la de los hombres y mujeres que se vuelven hacia Jesús», a imagen de María en las bodas de Caná.
Dirigiéndose a los sacerdotes de la diócesis, el Papa les animó a mirar a cada persona con los ojos de compasión de Jesús, y a presentar a Jesús las súplicas de nuestros hermanos y hermanas: un «intercambio de miradas». El sacerdote es a la vez instrumento de misericordia e instrumento de intercesión. El Papa presentaba así el marco de la reflexión teológica que iría desarrollando en los siguientes encuentros.
La ocasión de su visita fue el encuentro interreligioso que reunió a numerosos representantes de las principales religiones del Mediterráneo. Se reunió con ellos, en particular, delante de la estela erigida en memoria de los marineros y emigrantes desaparecidos en el mar. Recordó que no podemos acostumbrarnos a «considerar los naufragios como noticias de sucesos y las muertes en el mar como cifras: ¡no!, son nombres y apellidos, rostros e historias, vidas destrozadas y sueños rotos».
Tener una mirada humana y cristiana ante estos tristes acontecimientos es un requisito esencial para dar una respuesta política adecuada a la crisis migratoria que estamos viviendo. El Papa Francisco recordó a los cristianos que «Dios nos manda proteger» al huérfano, a la viuda y al extranjero, y que esto lleva necesariamente a la «hospitalidad».
El mar, «espejo del mundo»
El sábado por la mañana, el Papa Francisco se dirigió a los obispos y jóvenes de distintas religiones participantes a los Encuentros Mediterráneos en el Palacio del Faro. Contemplando las orillas francesas del Mediterráneo, entre Niza y Montpellier, dijo que le divertía ver allí «la sonrisa del Mediterráneo». A continuación, centró su intervención en tres símbolos que caracterizan a Marsella, a la que elogió como modelo de «integración» entre los pueblos: el mar, el puerto y el faro.
En su opinión, el mar es un «espejo del mundo», portador de «una vocación mundial de fraternidad, una vocación única y la única manera de prevenir y superar los conflictos». Es también un «laboratorio de paz», pero que, según el Papa, sufre una enfermedad que consiste no en el «aumento de los problemas», sino en la «disminución de los cuidados».
Marsella es también un puerto, y por tanto «una puerta al mar, a Francia y a Europa». A este respecto, recordando las palabras de San Pablo VI, insistió en los «tres deberes» de las naciones desarrolladas: solidaridad, justicia social y caridad universal. Al ver la «opulencia» a un lado del Mediterráneo y la «pobreza» al otro, el Papa concluyó: «la mare nostrum clama justicia».
Superar prejuicios
Por último, en el Palacio del Faro, el Papa Francisco habló de Marsella como de un «faro», animando a los jóvenes a superar «barreras» y «prejuicios», y a buscar en cambio el «enriquecimiento mutuo». En conclusión, el Romano Pontífice ha presentado la «encrucijada» ante la que se encuentran muchas naciones : «encuentro o confrontación».
El ha animado a todos a elegir el camino de «la integración de los pueblos», aunque esta integración, «incluso de los emigrantes», sea «difícil». En su opinión, la vía de la integración es la única posible, mientras que la de la «asimilación» es peligrosa: porque se basa en la ideología y conduce a la hostilidad y la intolerancia. El ha elogiado la ciudad de Marsella calificándola como modelo de integración.
Siguiendo el hilo conductor de su visita a Marsella, a saber, la oración a María, el Papa presidió finalmente una misa en el “templo del deporte” de la ciudad: el estadio Velódromo, sede del Olympique de Marsella y estadio de la Copa del Mundo de Rugby. Allí donde la selección francesa de rugby jugó contra Namibia el pasado jueves, se instaló la Virgen de la Guardia. Y de ella, de la Buena Madre de los marselleses, habló el Papa Francisco durante su homilía.
Retomando las palabras del Evangelio de la Visitación, y del salto de gozo de Juan Bautista en el seno de Isabel con ocasión del encuentro con la Virgen María, embarazada de Jesús, habló de dos «saltos de gozo»: «uno ante la vida» y «el otro ante el prójimo». «Dios es relación, y a menudo nos visita a través de encuentros humanos, cuando sabemos abrirnos a los demás».
En esta ocasión, el Papa condenó la indiferencia y la falta de pasión por los demás. Volvió a condenar «el individualismo, el egoísmo y las cerrazones que producen soledad y sufrimiento», citando como víctimas a las familias, los más débiles, los pobres, «los niños no nacidos», «los ancianos abandonados», etc.
Un viaje bajo el manto de la Virgen
El pueblo marsellés le dispensó una acogida particularmente calurosa y se sintió honrado de recibir la visita del Sumo Pontífice. Sobre todo, la gente se alegró de recibir a un Papa devoto de su “Buena Madre”. Muchos habitantes, incluso los que raramente visitan la basílica de Notre Dame de la Garde, quisieron verle pasar por las calles: al mostrar su cercanía a la Virgen, el Papa mostró su cercanía a los marselleses.
Autoridades políticas locales y nacionales de todo signo quisieron honrar con su presencia al Soberano Pontífice y a toda la Iglesia, al igual que grandes multitudes venidas de toda Francia, en un ambiente muy festivo. Antes de la misa en el Velódromo, un conocido humorista subió al escenario para explicar que, por una vez, ¡todo el estadio apoyaba al mismo equipo!
Francisco quiso claramente que su lucha por la justicia social y la defensa de la vida de los más débiles, especialmente los inmigrantes, se confiara a la intercesión de la Virgen María. Pero el Papa reconoció, sin ser ingenuo, que esta labor «es difícil», consciente de los retos que esperan a todos los que se dedican a ello. Francisco es decididamente de los que quieren conciliar posiciones antagónicas, y antes de partir para Roma, pidió a los marselleses sus oraciones, insistiendo: «¡Este trabajo no es fácil!”.