En la mañana del domingo, el Papa Francisco viajó desde Atenas a Mitilene, Lesbos, donde llegó alrededor de las 10.10 horas para dirigirse al «Centro de Acogida e Identificación», para el encuentro y su discurso a los refugiados allí acogidos. En este campo de refugiados viven alrededor de 3000 personas, la mayoría procedentes de Afghanistan.
En Lesbos, cinco años después
Durante su visita al campo de refugiados Kara Tepe, el Papa escuchó los testimonios de algunos voluntarios y refugiados como Tango Mukalya, de la República Democrática del Congo. Llegó a Lesbos el 28 de noviembre de 2020. Tiene 30 años y tres hijos. «Me dirijo a usted» dijo al Papa Francisco, «en primer lugar, para agradecerle la paternal preocupación y el espíritu de humanidad que muestra hacia nosotros, sus hijos emigrantes y refugiados, actualmente en Lesbos, Grecia, y en todo el mundo. Que Dios le recompense cien veces más. Al mismo tiempo, agradezco al gobierno y al pueblo de Grecia el espíritu humanitario con el que me han acogido, dándome paz, cobijo y las necesidades de la vida, a pesar de algunas dificultades. No puedo olvidar la parroquia de la Iglesia católica, mi actual parroquia de Mitilene en Lesbos, que me apoyó con cariño cuando era niño y en la que rezo a Dios nuestro Señor. Confié nuestros momentos difíciles a Dios. Con la fuerza de la oración y la intercesión de la Virgen María, nuestra Madre y Madre de la Iglesia, pude superar las dificultades que encontré en mi vida de refugiado».
«Abordar las causas de fondo»
El Papa Francisco, tras agradecer los testimonios escuchados, dirigió a la humanidad unas palabras de considerable dureza. En concreto, hizo un llamamiento para que se deje de hablar del problema de la migración y se hable más del problema del tráfico de armas que las fomenta. Además, también criticó con dureza los nacionalismos y pidió a la comunidad internacional que busquen soluciones coordinadas porque problemas globales como la pandemia o las migraciones exigen respuestas globales.
«No hablan de la explotación de los pobres, de las guerras olvidadas y a menudo abundantemente financiadas, de los acuerdos económicos realizados a costa de los pueblos, de las maniobras encubiertas para traficar con armas y hacer proliferar su comercio. ¿Por qué no hablamos de esto? Hay que abordar las causas de fondo, no los pobres que pagan las consecuencias, ¡incluso siendo utilizados para la propaganda política!». «Cerrarse», dijo, «y los nacionalismos – la historia lo enseña – llevan a consecuencias desastrosas. Es triste escuchar que se propone como solución el empleo de fondos comunitarios para construir muros o alambradas de espino. Estamos en la época de los muros y de las alambradas de espino». «El Mediterráneo, que durante milenios ha unido a pueblos distintos y tierras distantes, se está convirtiendo en un frío cementerio sin lápidas. Este gran espacio de agua, cuna de muchas civilizaciones, parece ahora un espejo de muerte. No dejemos que el ‘mare nostrum’ se transforme en un desolador ‘mare mortuum'».
En Atenas, «la vida está llamada a la conversión»
Al final del encuentro, regresó a Atenas. Allí, por la tarde, a las 16.45, tuvo lugar la celebración eucarística en la «Megaron Concert Hall», donde pudieron participar unas 1000 personas. Durante la homilía, el Papa Francisco reflexionó sobre la figura de Juan el Bautista. Además, recordó que la Iglesia está en el período de preparación de la Navidad y por eso habló de la conversión personal y de cómo llevarla a cabo.
«Pedimos la gracia de creer que con Dios las cosas cambian, que Él sana nuestros miedos, cura nuestras heridas, convierte los lugares secos en manantiales de agua. Pedimos la gracia de la esperanza. Porque es la esperanza la que reaviva la fe y reaviva la caridad. Porque es la esperanza lo que los desiertos del mundo están sedientos hoy».
«Y mientras este encuentro nuestro», continuó, «nos renueva en la esperanza y en la alegría de Jesús, y me alegro al estar con vosotros, pidamos a nuestra Madre, la Toda Santa, que nos ayude a ser, como Ella, testigos de la esperanza, sembradores de alegría a nuestro alrededor -la esperanza, hermanos, nunca defrauda, nunca decepciona-, no sólo cuando somos felices y estamos juntos, sino cada día, en los desiertos que habitamos. Porque es ahí donde, con la gracia de Dios, nuestra vida está llamada a la conversión. Allí, en los muchos desiertos que hay en nuestro interior o en nuestro entorno, la vida está llamada a florecer. Que el Señor nos dé la gracia y el valor de aceptar esta verdad».
Al terminar, regresó a la nunciatura donde recibió la visita de cortesía de Su Beatitud Ieronymus II.