El Papa Francisco, en este domingo, Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María al Cielo, se ha detenido en el Magnificat, que destaca el pasaje del Evangelio de la Misa. «Este canto de alabanza», comenzó tras el rezo del Angelus asomado a la ventana en la Plaza de san Pedro, «es como una ‘fotografía’ de la Madre de Dios. María ‘se alegra en Dios, porque ha mirado la humildad de su sierva’ (cf. Lc 1,47-48)».
«La humildad es el secreto de María», ha querido destacar el Papa. «Es la humildad la que atrajo la mirada de Dios hacia ella. El ojo humano busca la grandeza y se deslumbra por lo que es ostentoso. Dios, en cambio, no mira las apariencias, sino el corazón (cf. 1 Sam 16,7) y le encanta la humildad. Hoy, mirando a María Asunta, podemos decir que la humildad es el camino que conduce al Cielo. La palabra «humildad» viene del latín humus, que significa «tierra». Es paradójico: para llegar a lo alto, al Cielo, es necesario permanecer bajos, como la tierra. Jesús enseña: «El que se humilla será exaltado» (Lc 14,11). Dios no nos exalta por nuestros dones, riquezas o habilidades, sino por la humildad. Dios levanta a quien se abaja, a quien sirve. En efecto, María no se atribuye más que el «título» de sierva: es «la esclava del Señor» (Lc 1,38). No dice nada más de sí misma, no busca nada más para sí misma».
«Entonces», ha seguido, «hoy podemos preguntarnos: ¿cómo está mi humildad? ¿Busco ser reconocido por los demás, reafirmarme y ser alabado, o pienso en servir? ¿Sé escuchar, como María, o solo quiero hablar y recibir atención? ¿Sé guardar silencio, como María, o siempre estoy parloteando? ¿Sé cómo dar un paso atrás, apaciguar las peleas y las discusiones, o solo trato de sobresalir?».
«María, en su pequeñez, conquista primero los cielos. El secreto de su éxito reside precisamente en reconocerse pequeña, necesitada. Con Dios, solo quien se reconoce como nada es capaz de recibirlo todo. Solo quien se vacía es llenado por Él. Y María es la «llena de gracia» (v. 28) precisamente por su humildad. También para nosotros, la humildad es el punto de partida, el comienzo de nuestra fe. Es esencial ser pobre de espíritu, es decir, necesitado de Dios. El que está lleno de sí mismo no da espacio a Dios, pero el que permanece humilde permite al Señor realizar grandes cosas (cf. v. 49)».
Haciendo alusión a la literatura clásica italiana, el Papa ha comentado que «el poeta Dante se refiere a la Virgen María como «humilde y más elevada que una criatura» (Paraíso XXXIII, 2). Es hermoso pensar que la criatura más humilde y elevada de la historia, la primera en conquistar los cielos con todo su ser, cuerpo y alma, pasó su vida mayormente dentro del hogar, en lo ordinario. Los días de la Llena de gracia no tuvieron mucho de impresionantes. A menudo se sucedieron iguales, en silencio: por fuera, nada extraordinario. Pero la mirada de Dios permaneció siempre sobre ella, admirando su humildad, su disponibilidad, la belleza de su corazón, nunca tocado por el pecado».
«Este es un gran mensaje de esperanza para nosotros; para ti, que vives las mismas jornadas, agotadoras y a menudo difíciles. María te recuerda hoy que Dios también te llama a este destino de gloria. No son palabras bonitas. No es un final feliz artificioso, una ilusión piadosa o un falso consuelo. No, es la pura realidad, viva y verdadera como la Virgen Asunta al Cielo. Celebrémosla hoy con amor de hijos, animados por la esperanza de estar un día con ella en el Cielo».
Finalmente, Francisco ha concluido diciendo que ahora «recemos a ella, para que nos acompañe en el camino que conduce de la Tierra al Cielo. Que ella nos recuerde que el secreto del recorrido está contenido en la palabra humildad. Y que la pequeñez y el servicio son los secretos para alcanzar la meta».