Ya se conoce la fecha y el tema de la próxima Jornada Mundial de la Juventud que, este año, se celebrará el 24 de noviembre, solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.
El Papa ha centrado su mensaje en la frase contenida en el libro de Isaías: “los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan” (Is 40, 31). Una frase consoladora para unos tiempos que, en palabras del Papa, “están marcados por situaciones dramáticas que generan desesperación e impiden mirar el futuro con serenidad”.
En este sentido, el pontífice ha iniciado su mensaje recordando que “los que pagan el precio más alto son ustedes los jóvenes, que perciben la incertidumbre del futuro y no vislumbran posibilidades claras a sus sueños, corriendo así el riesgo de vivir sin esperanza, prisioneros del hastío y de la tristeza, a veces arrastrados por la ilusión de la delincuencia y las conductas destructivas”. Ante esto, les ha querido trasladar un “mensaje de esperanza”.
Cansancio y hastío
El pontífice ha vuelto a traer a primer plano la búsqueda de la felicidad propia de los jóvenes que, cuando se reducen al aspecto material “no sacian plenamente nuestra alma porque fuimos creados por Aquel que es infinito”. Así, el Papa no ha querido ocultar el cansancio que puede devenir después de haber iniciado un camino con entusiasmo. En esta línea, ha puesto el foco en la sensación compartida por muchos jóvenes de hoy de un “afán de un activismo vacío que nos lleva a llenar el día con miles de cosas y, a pesar de ello, tener la sensación de nunca hacer lo suficiente y nunca estar a la altura”. En esta línea ha advertido del peligro del hastío paralizante que lleva no querer hacer nada y a vivir la vida “viendo y juzgando el mundo detrás de una pantalla”.
El Papa ha querido animar a los jóvenes a caminar con esperanza, que es un regalo de Dios mismo y que “vence todo cansancio, toda crisis y toda ansiedad, dándonos una fuerte motivación para seguir adelante”. Junto a esto, ha impulsado a tener “un objetivo grandioso” porque “si la vida no está dirigida hacia la nada, si nada de cuanto sueño, proyecto y realizo se perderá, entonces vale la pena seguir caminando y sudando, soportando los obstáculos y afrontando los cansancios, porque la recompensa final es maravillosa”.
Tomando la imagen de la travesía por el desierto del pueblo de Israel, el Papa no ha querido esconder las crisis que se suceden a lo largo del camino de la vida para todas las personas: “Incluso para los que han recibido el don de la fe, ha habido momentos felices en los que Dios ha estado presente y lo han sentido cercano, y otros momentos en los que han experimentado la soledad. Puede suceder que al entusiasmo inicial en el estudio o en el trabajo, o ante el impulso de seguir a Cristo —ya sea en el matrimonio, en el sacerdocio o en la vida consagrada— sigan momentos de crisis, que hacen que la vida parezca como una difícil travesía por el desierto”.
En estos momentos duros, Dios permanece cercano y lo hace, especialmente, en el alimento de la Eucaristía, un don que el Papa ha invitado a redescubrir a los más jóvenes siguiendo el ejemplo del beato Carlo Acutis.
Ser peregrinos, no turistas de la vida
Por último, Francisco ha puesto el foco en el próximo Jubileo 2025, en el que la figura de los peregrinos se materializará por las calles de Roma. Tomando este ejemplo, el Papa ha diferenciado la actitud del peregrino de la del turista: este último pasa por la vida sin captar la esencia mientras que “el peregrino, en cambio, se sumerge de lleno en los lugares que encuentra, los hace hablar, los convierte en parte de su búsqueda de la felicidad. La peregrinación jubilar, por lo tanto, ha de ser signo del viaje interior que todos estamos llamados a hacer, para llegar al destino final”.
El Papa ha propuesto tres actitudes para vivir este año jubilar: “el agradecimiento, para que sus corazones se abran a la alabanza por los dones recibidos, ante todo por el don de la vida; la búsqueda, para que el camino exprese el deseo constante de buscar al Señor y de no de apagar la sed del corazón; y, por último, el arrepentimiento, que nos ayuda a mirar dentro de nosotros mismos, a reconocer los pasos y las decisiones equivocadas que a veces tomamos y, así, poder convertirnos al Señor y a la luz de su Evangelio”.
Junto a esto, ha puesto el acento en el camino de reconciliación con Dios y de perdón, propio de los años jubilares, invitando a “experimentar el abrazo del Dios misericordioso, a experimentar su perdón, la remisión de todas nuestras “ofensas interiores”, como era tradición en los jubileos bíblicos. Y así, acogidos por Dios y renacidos en Él, conviértanse también ustedes en brazos abiertos para tantos de sus amigos y coetáneos que necesitan sentir, a través de vuestra acogida, el amor de Dios Padre”.