La Bienal de Venecia de Arquitectura es un potente escaparate para presentar las últimas tendencias del panorama de esta disciplina a nivel mundial. Durante las últimas décadas, los temas más candentes se convierten en los enunciados para diseñar provocadoras e innovadoras propuestas que aúnan dimensiones sociales, políticas y, en muchos casos, ideológicas.
En esta muestra, la arquitectura se presenta desde su faceta más propositiva, haciendo que los aspectos más operativos pasen a un segundo plano. Lo que importa en definitiva no es tanto la respuesta, sino la manera en que los comisarios de las bienales y cada uno de los comisarios locales son capaces de conectar con cuestiones de fondo de nuestra sociedad y cultura.
En 2018, la Santa Sede tuvo la oportunidad de participar en la XVI edición de la bienal de la mano del cardenal Gianfranco Ravasi y el comisariado de Francesco Dal Co y Micol Forti. Su propuesta, inserta en la exuberante isla de San Giorgio Maggiore, se materializó con 10 pequeños artefactos diseñados por prestigiosos arquitectos que indagaron sobre los lugares de culto. Norman Foster, Eduardo Souto de Moura y Smiljan Radic, entre otros, se encargaron de levantar diferentes construcciones denominadas capillas, aunque sin pretender, a priori, ser espacios para la liturgia. Estas instalaciones están todavía disponibles para visitar.
Desde un punto de vista puramente estético, el resultado fue algo inquietante. Las premisas dadas por Dal Co eran realizar una intervención de pequeña escala con la presencia de un elemento de altar y otro de ambón para un culto que, como señaló el comisario, debía ser completamente abierto, ya que “la libertad total es la representación de cualquier espiritualidad”.
Este conjunto de intervenciones, más allá de lo sugerente de los espacios construidos, delata una serie de problemas que cuestionan el sentido último del propósito del pabellón, que, en última instancia, debiera representar las inquietudes de la Santa Sede y, por ende, del mundo católico. En la mayoría de los casos, una suerte de cruces abstractas y espacios asamblearios vacíos recuerda, como si de una ruina se tratase, a un espacio litúrgico.
La iconografía brilla por su ausencia, como si el recubrimiento figurativo hubiera desaparecido accidentalmente, dejando en manos de la arquitectura la responsabilidad de mantener el vestigio de algo que fue (o que quiso ser) pero que ya no es.
2023, nueva participación
En 2023, la Santa Sede vuelve a ser invitada para incorporar su propuesta al concepto fundante de la XVIII bienal, que ha sido comisariada por la arquitecta ghanesa Lesley Lokko, cuyo lema es “El laboratorio del futuro” y cuyos temas conectan con las urgencias que afligen el planeta, destacando entre otros la descarbonización y la descolonización.
El Dicasterio para la Cultura y la Educación, de la mano del cardenal José Tolentino de Mendonça, ha sido el patrocinador del pabellón vaticano. Roberto Cremascoli ha sido el comisario que ha llevado a cabo la ideación del complejo expositivo inserto en la abadía de San Giorgio Maggiore. La muestra ha contado con la participación de Alvaro Siza y el Studio Albori.
La propuesta, a priori, parece sugerente. Todas las palabras empleadas en describir las intenciones en los discursos inaugurales, las entrevistas y las descripciones del proyecto están cargadas de una ilusión apremiante por manifestar la importancia de la casa común.
El cardenal Tolentino habla del jardín como un acto cultural, de la practicidad de la ecología integral enunciada en Laudato Si, y de la acogida y la fraternidad universal -Fratelli Tutti- como motores del proyecto. Un manifiesto político y poético impecable.
El pabellón de la Santa Sede
La visita a la intervención desarrollada en el jardín del complejo abacial es algo decepcionante. Si bien la maqueta realizada por el Studio Albori sugiere levemente una ordenación del prado como si tratase de representar un territorio cultivado, la realidad es un espacio vegetal bastante anodino, salvaje y sin mucho interés.
El ordenar la naturaleza conforme a un propósito mayor pudiera ser un leit motiv para manifestar la inevitable intervención del hombre en el mundo, a la vez que se respeta el entorno natural, que no deja de ser otra cosa que agradecer un regalo que, desde antiguo, nos viene dado.
Las piezas que acompañan el trazado de jardinería tampoco despiertan interés. Diversos tenderetes construidos de forma precaria con maderos y cañas desconectan al visitante con el promotor del pabellón y su mensaje, o quizás, lo confunde en una suerte de espacio de descanso.
El culmen es un gallinero que, pudiendo ser una referencia petrina, encierra con vallas y redes un conjunto de aves, que son la única referencia a la vida animal, además del propio visitante.
La oportunidad de utilizar el jardín como un desencadenante de un proyecto sublime para la Santa Sede podría haber sido aparentemente evidente.
Entender el mundo como un segundo edén para tomar conciencia de la importancia de la Creación, así como los cristianos medievales entendían el Hortus Coclusus, que no era otra cosa que la representación de un jardín cerrado que hacía referencia a la virginidad de María y a la representación de la intimidad de la Virgen y su hijo.
Parece que de estos temas ya no se puede hablar porque ya no son un problema de la Iglesia. Parece también, que conectar los aspectos fundantes del cristianismo con los problemas cotidianos del hombre tampoco interesa en estos momentos.
La falta de un mensaje claro y unívoco a través del arte se ve compensada por la intervención del maestro arquitecto Alvaro Siza. Dentro del complejo abacial, un conjunto de cuerpos de madera diseñados por el arquitecto portugués representa, como si de una coreografía se tratase, el acontecimiento del encuentro y del abrazo.
No sabemos cómo será la próxima intervención de la Santa Sede en la Bienal de Venecia de Arquitectura. Lo que sí sabemos es que vivimos en un mundo en el que la arquitectura tiene mucho que decir. Quizás sea apropiado recuperar las palabras de Leon Battista Alberti: la arquitectura perfecciona el mundo creado cuando es capaz de hacer mejor a las personas.
Arquitecto