En el año 1996, san Juan Pablo II cumplía 50 años de sacerdocio. Con motivo de ese aniversario, el Papa polaco compartió con nosotros la apasionante historia de su vocación. Lo hizo a través de un libro personal, íntimo y —algo que siempre se agradece— también corto. Se titula “Don y misterio”.
Además de ser ya un clásico del género testimonio espiritual, este libro es para mí muy querido —perdón por el inciso personal—, pues lo he leído en dos momentos clave de mi vida: por primera vez en 2018, mientras terminaba de decidir si aparcar o no el título de abogado que había recibido poco antes y entrar en el Seminario. La segunda vez fue hace pocos meses, mientras discernía la decisión final. Como ven, el testimonio de san Juan Pablo II me ha acompañado en momentos cruciales de mi vida. Este 19 de noviembre, cuando reciba la ordenación diaconal, y en mayo del próximo año, con la ordenación sacerdotal, entre tanta gente que me ha ayudado en mi vida, me acordaré también de dar las gracias a san Juan Pablo II.
¿Qué es el sacerdocio?
El título del libro responde a la pregunta “¿qué es el sacerdocio?” Pues, eso, el sacerdocio es un don y un misterio. Ahora bien, ¿cómo podemos saber si hemos recibido un don, cuando ese don es también un misterio? Esta vez la respuesta exige combinar el pensamiento y la vida, pues las palabras se quedan cortas. Por eso el testimonio de san Juan Pablo II es tan valioso para que podamos acercarnos a la solución de la paradoja.
Acerquémonos al año 1942. Las fuerzas del Tercer Reich ocupan Polonia, los nazi persiguen a judíos y católicos, y un Karol Wojtyła de 22 años está entrando en el Seminario clandestino de Cracovia (es decir, la residencia del Arzobispo) para ir preparando su camino hacia el sacerdocio. Será un tiempo de crecimiento y también de cansancio, pues, en paralelo a los estudios eclesiásticos, Karol se pone a trabajar en una cantera de piedra para evitar que lo trasladen a otro campo de trabajo peor.
La persecución y el miedo conformaban el telón de fondo de la época: en esos años espeluznantes de la Segunda Guerra Mundial murió el 20% de la población polaca y 3.000 sacerdotes polacos fueron asesinados en Dachau. En este escenario tan adverso, ¿cómo fue capaz, este joven polaco de 22 años, de entregar su vida a Dios?
La herida familiar
Poco a poco nos vamos enterando de que Karol padeció una dolorosa preparación. Cuando tenía 9 años perdió a su madre, tiempo después perdió a su hermano mayor y, un año antes de que entrara en el Seminario, perdió también a su padre, a quien tanto quería. Sin embargo, es notable ver cómo el Papa recuerda toda su vida con gratitud, pues es capaz de ver a Dios detrás de su biografía: se fija más en las presencias que en las ausencias y asegura que su familia fue decisiva en su camino de fe. Su padre, por ejemplo, con quien creció en un clima de estrecha confianza y calidez, era militar de profesión y un hombre profundamente religioso.
Juan Pablo II lo recuerda así: “Sucedía a veces que me despertaba de noche y encontraba a mi padre arrodillado, igual que lo veía siempre en la iglesia parroquial. Entre nosotros no se hablaba de vocación al sacerdocio, pero su ejemplo fue para mí, en cierto modo, el primer seminario, una especie de seminario doméstico”.
En medio de la debacle entre los pueblos, Karol tuvo la fuerza interior necesaria para salirse de los moldes de la historia. Mientras fuera reinaba el odio, en el interior de este joven seminarista germinaba una vocación radical al Amor: en sus años de juventud creció en intimidad con Dios, hizo amistades duraderas, ejercitó el teatro e incluso escribió poesía. “Mi sacerdocio, ya desde su nacimiento ha estado inscrito en el gran sacrificio de tantos hombres y mujeres de mi generación”, sostiene. Cuando terminó la guerra, Karol se trasladó a la sede normal del Seminario y el 1 de noviembre de 1946 recibió la ordenación sacerdotal.
Esperanza
En “Don y misterio” disfrutamos de un relato lleno de optimismo sobrenatural, en el que podemos vislumbrar la magnanimidad de un hombre de Dios, la finura de un sacerdote enamorado de Jesucristo; y podemos entender el atractivo que una vida como la suya ejerce en el discernimiento vocacional de una vida corriente como la mía, o en el entusiasmo que sigue despertando en mis compañeros polacos de la Facultad de Teología, o en la renovada esperanza que suscita en tantas personas de mi generación.
La vida y la vocación de san Juan Pablo II están marcadas por los contrastes. Para comprender la convivencia entre felicidad y dolor en una vida, la relación entre don y misterio en una vocación, es necesario leer tranquilamente este libro, cerrarlo de vez en cuando y meditar: efectivamente, nos decimos entonces, la vocación al sacerdocio es sobre todo un regalo maravilloso de Dios, y lo entendemos mejor cuando un santo como Juan Pablo II ha aceptado ese don, lo encarna, lo agradece y luego, generosamente, nos lo comunica, como sigue haciendo a través de estas emocionantes memorias.