El altar de la Cátedra de San Pedro ha sido el escenario de la Misa del Domingo de Ramos, en la que se conmemora la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén pero también se proclama el Evangelio de la Pasión del Señor. Esa combinación suscita siempre un “sentimiento de asombro”, que ha servido al Papa Francisco como hilo conductor de su homilía.
En esta ocasión no ha habido la procesión solemne con las Palmas o Ramos antes de la Misa que suele hacerse en la plaza partiendo del obsleisco central, sino que la entrada del Señor en la ciudad santa se ha conmemorado más brevemente en el interior, al pie del altar de la Confesión; y el número de participantes ha sido reducido.
Pasar de la admiración al asombro
En el contexto de la Pascua, Jesús nos sorprende de varias maneras, ha explicado el Santo Padre. Ante todo, porque la victoria que los suyos esperan no llega por medio de la espada, sino de la cruz, y esa diferencia muestra que “el asombro es distinto de la simple admiración”, y sus partidarios “admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él”.
Admirar a Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro
Papa FranciscoDomingo de Ramos
Hoy, como en todas las épocas, hay muchos que admiran a Jesús por diversos motivos -sus obras, su ejemplo, su enseñanza- sin que por eso cambie su vida; sin embargo, “admirar a Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro”.
En cada herida
La cruz equivale para nosotros a humillación. Ahora bien, en palabras de san Pablo en la carta a los Filipenses, que afirman que Jesús “se despojó de sí mismo, […] se humilló a sí mismo” (Flp 2, 7.8). Francisco las ha recordado, y ha calificado la cruz de Jesús de “cátedra” en la que el redentor “nos enseña en silencio” con su misma humillación, asumida voluntariamente. No era necesario, pero deseaba “descender a nuestro sufrimiento” para así recuperarnos. Probó todo lo nuestro, hasta lo más doloroso o vergonzoso, transformándolo. “Ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra”.
Dejarnos sorprender por el amor de Dios
En definitiva, para experimentar la alegría de ser cristiano hemos de dejarnos “sorprender cada día por su amor admirable, que nos perdona y nos hace comenzar de nuevo”, sentir “la maravilla de la gracia” y percibir “la belleza de los hermanos y el don de la creación”.
Miremos al Crucificado y digámosle: ‘Señor, ¡cuánto me amas, qué valioso soy para Ti!’
Papa FranciscoDomingo de Ramos
Por eso el Papa ha invitado, al final de su homilía en este Domingo de Ramos, a “comenzar desde el asombro”: “Miremos al Crucificado y digámosle: ‘Señor, ¡cuánto me amas, qué valioso soy para Ti!’”. En eso está la grandeza de la vida, en “descubrirse amados. Y en la belleza de amar”.
De este estupor, ha dicho el Papa Francisco, hay un primer ejemplo en el Evangelio. Se trata del centurión que al verlo “morir así” exclamó: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!” (Mc 15, 39). Se trata del asombro porque “lo había visto morir amando. Sufría, estaba agotado, pero seguía amando”. En la cruz, “Dios se ha revelado y reina sólo con la fuerza desarmada y desarmante del amor”.
Por segunda vez
Al finalizar la Santa Misa del Domingo de Ramos, que marca el inicio de la Semana Santa, el Papa Francisco rezó el Angelus. Precisamente, hizo referencia a la situación que vivimos en el contexto de la pandemia, que por segunda vez nos lleva a vivir una Semana Santa particular: «Hemos entrado en la Semana Santa. Por segunda vez la vivimos en el contexto de la pandemia. El año pasado estábamos más conmocionados, este año estamos más probados. Y la crisis económica se ha hecho más pesada».
Jesús toma la cruz, es decir, asume el peso del mal que implica dicha realidad, el mal físico, el psicológico y sobre todo el mal espiritual
Papa FranciscoAngelus del Domingo de Ramos
«En esta situación histórica y social, ¿qué hace Dios?», se pregunta el Santo Padre, y la respuesta es clara: «Toma la cruz. Jesús toma la cruz, es decir, asume el peso del mal que implica dicha realidad, el mal físico, el psicológico y sobre todo el mal espiritual, porque el Maligno aprovecha las crisis para sembrar la desconfianza, la desesperación y la cizaña».
Responder como la Virgen
Esto tiene que llevarnos a nosotros a responder a ese amor de Dios. «¿Y nosotros? ¿Qué debemos hacer?» exclama Francisco. El modelo «nos lo muestra la Virgen María, la Madre de Jesús, que es también su primera discípula». Ella siguió a su Hijo. Ella asumió su propia cuota de sufrimiento, de oscuridad, de desconcierto, y recorrió el camino de la pasión, manteniendo la lámpara de la fe encendida en su corazón.
Un don inmerecido
Con la gracia de Dios, «nosotros también podemos hacer este camino. Y, a lo largo del Vía Crucis cotidiano, nos encontramos con los rostros de tantos hermanos y hermanas en dificultad»: El Papa Francisco nos anima a no pasar de largo, a dejar que nuestro corazón se mueva a compasión y a acercarse. «En este momento, como el Cireneo, podemos pensar: «¿Por qué justamente yo?». Pero luego descubriremos el don que, sin merecerlo, se nos ha concedido».
El Santo Padre ha hecho una conmemoración especial antes de rezar la oración del Angelus a las víctimas de la violencia, en particular a las del atentado acaecido esta mañana en Indonesia.