La semana pasada se celebró en la Pontificia Universidad Gregoriana una conferencia sobre «Nuevos documentos del pontificado de Pío XII y su significado para las relaciones judeocristianas. Un diálogo entre historiadores y teólogos». Tres días intensos, divididos en cinco sesiones con más de veinte ponencias en las que se intentó esbozar un panorama más amplio: el papel de la diplomacia vaticana, el de las otras autoridades, la labor de los nuncios y la de cada una de las comunidades. El objetivo era comprender la acción de Pío XII dentro de la contingencia histórica de la época y de la práctica de la Santa Sede.
Entre los ponentes se encontraba Roberto Regoli, que dirige el Departamento de Historia de la Iglesia y la revista «Archivum Historiae Pontificiae» en la Gregoriana. Omnes le hizo algunas preguntas.
Cuando Eugenio Pacelli fue elegido Papa, la diplomacia papal tenía un importante alcance mundial, en constante crecimiento desde el cambio de siglo. ¿Cómo podemos considerar esta diplomacia, especialmente en relación con los judíos?
Cuando se elegía a un nuevo pontífice, la Secretaría de Estado preparaba un informe sobre los Estados para presentárselo al nuevo Papa. Esto también ocurrió en 1939, cuando el jefe de la diplomacia vaticana, Eugenio Pacelli, fue elegido para ocupar el trono papal. El documento resulta ser una valiosa herramienta para conocer el «estado de la cuestión» de una de las diplomacias más antiguas del mundo en un contexto de crisis internacional, debido a la tensión que en breve desembocaría en un nuevo conflicto mundial. En ese largo informe, los judíos solo se mencionan en un pasaje, fechado el 28 de febrero de 1939, con el título “Medidas adoptadas por la Santa Sede en favor de los judíos”. Este documento es importante porque pone de manifiesto la mentalidad del Vaticano sobre la cuestión, una mentalidad no filtrada, ya que se trata de un documento interno no destinado a la publicación ni en ningún caso a la difusión. En cualquier caso, el horizonte del texto está en el propio título del párrafo, «A favor de los judíos», que revela una apertura de actitud. «La Santa Sede -se lee- no ha permanecido indiferente ante la lucha que recientemente se ha desatado contra los judíos en varias naciones. Pero especialmente a los israelitas convertidos ha dirigido su obra de asistencia y ayuda». Es evidente que el horizonte de acción de la Santa Sede se dirige principalmente a los católicos, aunque no exclusivamente. Sólo en esos años y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia católica y, en particular, el Papado tomarán conciencia de su papel moral internacional, que la convierte en experta en humanidad, como dirá de sí misma la Iglesia en los años sesenta (la Iglesia conciliar).
¿Cómo vive la Iglesia esta toma de conciencia de su papel y cómo se manifiesta concretamente la atención diplomática a los judíos?
La toma de conciencia es gradual. Cuanto más aumenta el drama humano de la guerra y la persecución, más se hace cargo la Iglesia de las necesidades humanitarias. De las formas que considera más apropiadas en cada momento, el silencio prevalece sobre las palabras: más acción, menos proclamas. Ante las peticiones polacas de protestas de la Santa Sede, el Secretario de Estado Maglione consideró en marzo de 1941 que «las protestas hacen a los pobres más mal que bien». El caso polaco precedió al judío y lo anticipó en el planteamiento de la mentalidad diplomática vaticana. En aquel 1939, a raíz de la campaña antisemita en Italia, la Santa Sede ayudó especialmente al «Comité creado entre los católicos irlandeses» para «ayudar a los judíos conversos» italianos pero de origen irlandés. Y trabaja «en favor de los profesionales de origen judío». También interviene en favor de los científicos «de ascendencia judía». El documento de la Secretaría de Estado se centra entonces en el caso italiano, con intervenciones en favor de los judíos conversos, al menos hasta principios de 1939. En realidad, más allá de las afirmaciones del documento, la acción del Santo fue más amplia, incluyendo a los no conversos. Durante la Segunda Guerra Mundial, dos fueron los campos de mayor interés para las nunciaturas y delegaciones pontificias: las intervenciones humanitarias para la huida de los judíos y la recopilación de información para tratar de comprender lo que realmente ocurría en el interior de los territorios bajo la cruz ganchuda y sus satélites.
¿Cómo ayudan las nuevas fuentes, disponibles desde 2020, a aclarar la amplitud y profundidad de las relaciones diplomáticas establecidas por la Santa Sede bajo el pontificado de Pío XII?
En la nueva documentación vaticana se percibe una vasta red mundial de apoyo a los judíos conversos bajo la dirección del Vaticano. Incluso en territorios lejanos, como el Vicariato Apostólico de Shanghai. La Santa Sede siguió en aquellos meses la emigración judía a Estados Unidos, Haití, América Central y del Sur y Turquía. No faltaron las peticiones de ayuda a España para facilitar los visados de tránsito. Junto a esta diplomacia de la caridad, la red de representaciones papales en el mundo funciona también en la recogida de información sobre el terreno, que constituye el primer paso en la dinámica de toma de decisiones. Pensemos en la nunciatura más significativa de aquellos años, la suiza, muy activa entre 1938 y 1939 en la ayuda y asistencia a los refugiados por motivos raciales y religiosos. El nuncio Filippo Bernardini se convierte en 1943 en el cruce de información entre Silberschein, judío de Lviv, presidente del «Comité pour l’assistance à la population juive frappée par la guerre», y la Santa Sede. Silberschein entrega al nuncio un informe redactado por los delegados especiales del Comité sobre la situación «de ce qui reste des Juifs en Pologne», así como de los judíos en Rumanía y Transnistria.
El reportaje va acompañado de fotos con los siguientes pies de foto: «Un homme est enterré vivant», «Photo prise en plein hiver. Des hommes [completely naked] sont forcés d’entrer dans un fleuve, d’où il ne doivent plus sortir’ y ‘Des cadavres sont ramassés après une exécution en masse’. Las fotos se conservan en los archivos de la nunciatura, por lo que no se consideró importante enviarlas a Roma. En su lugar, el resto de la información se envía al Vaticano.