Para comprender la posición de la Santa Sede sobre la situación en Tierra Santa, y en particular su postura diplomática, hay que partir de un hecho fundamental: la diplomacia de los Estados está al servicio de los Estados, de sus fronteras, de sus intereses; la diplomacia de la Santa Sede está al servicio del hombre. Esta es una clave de interpretación crucial para comprender las acciones, a veces misteriosas, de la diplomacia pontificia, orientada no sólo a la búsqueda de la paz a toda costa (porque la paz debe ser ante todo justa), sino a la búsqueda de una situación que preserve al ser humano y su dignidad.
Sin esta clave interpretativa, no se puede situar en el contexto adecuado la gestión de la Santa Sede de la situación en Tierra Santa. Un breve resumen: el 7 de octubre de 2023, un atentado terrorista perpetrado por Hamás en el corazón de Israel causó más de 273 víctimas militares y más de 859 civiles, según datos del pasado mes de diciembre. Un ataque muy duro, acompañado de la toma de numerosos rehenes, que provocó la reacción de Israel, también muy dura. Israel se centró en la franja de Gaza, desde donde partieron los ataques, considerada un centro neurálgico de las acciones de los terroristas. Desde Gaza parten túneles que ocultan a los terroristas y los introducen en territorio israelí. En Gaza, los terroristas de Hamás tienen su circuito y se esconden detrás de la población civil, estableciendo sus cuarteles generales cerca o dentro de objetivos sensibles como hospitales y casas religiosas.
De ahí la reacción israelí, que continúa hasta hoy, y que pretende erradicar por completo al grupo terrorista Hamás. En el curso de los contraataques israelíes, también han sido alcanzados edificios religiosos, y han muerto civiles que no tenían nada que ver con la guerra, mientras que la situación en Gaza sigue siendo extremadamente complicada, y la Iglesia católica local, al igual que las demás confesiones religiosas, está en primera línea para llevar ayuda a una población exhausta. Según algunas cifras, difundidas también por Hamás, la reacción israelí ha causado 30.000 muertos.
Un peligro existencial para Israel
La reacción de Israel obedece a una motivación profunda: es un Estado en peligro existencial, porque está rodeado de Estados que desearían su destrucción y aniquilación. Y la Santa Sede lo sabe, tanto que poco después del estallido de la guerra se intensificaron los contactos con Irán, considerado por muchos una especie de “convidado de piedra” en el conflicto. Hubo una llamada telefónica del Papa Francisco con el presidente iraní Al-Raisi, el 5 de noviembre de 2023, a petición, entre otros, de Teherán.
Esta llamada telefónica tuvo un precedente el 30 de octubre de 2023, cuando el arzobispo Paul Richard Gallagher, ministro del Vaticano para las Relaciones con los Estados, mantuvo una conversación telefónica con su homólogo iraní Amir Abdollahian. Esta conversación también había sido solicitada por Teherán. La Oficina de Prensa de la Santa Sede se hizo cargo del comunicado en esta ocasión, subrayando que “en la conversación, monseñor Gallagher expresó la grave preocupación de la Santa Sede por lo que está sucediendo en Israel y Palestina, reiterando la absoluta necesidad de evitar la ampliación del conflicto y de alcanzar una solución de dos Estados para una paz estable y duradera en Oriente Medio”.
Se ponderó cada palabra del comunicado. En particular, la referencia a la solución de los dos Estados implicaba que la Santa Sede nunca aceptaría, ni siquiera como posibilidad, la inexistencia del Estado de Israel.
La equidistancia de la Santa Sede
No había, pues, ninguna duda sobre la equidistancia de la Santa Sede. Sobre todo desde que el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano, había visitado primero la embajada de Israel ante la Santa Sede y después la embajada de Palestina ante la Santa Sede, en un gesto de cercanía al sufrimiento de los pueblos, pero también de apoyo tácito a la solución de los dos Estados.
Sin embargo, hubo un momento de crisis cuando, el pasado 13 de febrero, el cardenal Pietro Parolin intervino al margen de la conmemoración de la revisión del concordato entre la Santa Sede e Italia. El secretario de Estado vaticano había condenado, sí, sin peros, el atentado terrorista de Hamás del 7 de octubre, pero también había estigmatizado la desproporcionalidad de la respuesta israelí, que había causado 30.000 muertos en Gaza.
Declaraciones que provocaron una rápida reacción de la embajada de Israel ante la Santa Sede. En una nota, la embajada había respondido que el cardenal estaba utilizando el número de muertos de Hamás y que la respuesta no era desproporcionada, porque se basaba en el derecho internacional.
Al describir las declaraciones del cardenal, el embajador había utilizado el término inglés “regrettable”, que en la traducción italiana se había traducido como deplorable, aunque “regrettable” tiene una connotación más suave que «deplorable».
La embajada israelí aclaró más tarde que se trataba de un error de traducción, que la traducción más correcta sería “desafortunado”, en lo que pareció un acto debido a la equidistancia de la que siempre ha hecho gala la Santa Sede.
Un modelo diferente de diplomacia
Es en situaciones como ésta donde se puede ver la diferencia entre la filosofía diplomática de la Santa Sede y la filosofía diplomática de los Estados. La Santa Sede, en efecto, mira a la gente y, por tanto, no puede permanecer indiferente ante el número de muertos y la difícil situación de la población, incluso cuando los actos de guerra son una reacción e incluso cuando el escenario bélico está profundamente contaminado por terroristas -e incluso por un insospechado apoyo al terrorismo, con células de apoyo identificadas incluso en organismos de las Naciones Unidas-.
Los Estados deben defender su existencia de toda amenaza posible, y su diplomacia tiene este objetivo primordial.
Luego están las Iglesias sobre el terreno, que desde el principio han exigido una reacción proporcionada por parte de Israel, han puesto de relieve las dificultades que experimenta la población de Hamás y han adoptado una postura antiterrorista, pero ciertamente favorable a la población local, sea cual sea la nacionalidad a la que pertenezca.
Las declaraciones de las iglesias también han sido criticadas a menudo por la embajada israelí ante la Santa Sede, que se queja, en general, de una narrativa demasiado desequilibrada a favor de las teorías de Hamás. Sin embargo, si la Iglesia conoce a la población local y sus dificultades, ¿no es lógico que la primera preocupación sea la población?
Al principio del conflicto, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca latino de Jerusalén, comentó que la Iglesia no podía adoptar un lenguaje político.
Ahí radica la gran lucha por el equilibrio en la diplomacia de la Santa Sede. Nadie podrá decir nunca que la Santa Sede apoyó los atentados del 7 de octubre, o que compartió siquiera una fracción de las ideas de quienes niegan a Israel el derecho a existir. Pero nadie podrá decir que la Santa Sede no escuchó el grito de dolor del pueblo de Gaza, y ello a pesar de saber que ese grito de dolor podía ser instrumentalizado.