Vaticano

“Dilexit nos”, volver a Jesucristo frente a las espiritualidades sin una relación personal con Dios

El Papa Francisco publica su cuarta encíclica, "Dilexit nos", sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Javier García·24 de octubre de 2024·Tiempo de lectura: 4 minutos
Sagrado Corazón

@Arturo Rey en Unsplash

“Dilexit nos” es la cuarta Encíclica del Papa Francisco y en ella invita a los creyentes a renovar la devoción al Corazón de Jesús. Las palabras que dan título al texto son de la Carta a los Romanos de san Pablo, cuando señala que “Él nos ha amado” (Rm 8,37), en referencia al amor de Cristo por los hombres.

Aprovechando que se cumplen 350 años de la primera manifestación del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque en 1673, el Papa recoge las reflexiones de anteriores textos magisteriales y la experiencia de varios santos para proponer hoy, a toda la Iglesia, esta devoción. 

La encíclica subraya el amor de Dios por sus hijos y la contrapone a otras formas de religiosidad que se multiplican en nuestros días “sin referencia a una relación personal con un Dios de amor” (87). Frente a estas ideas, el Papa Francisco propone una nueva profundización en el amor de Cristo representado en su santo Corazón.

La importancia del corazón

Una vez descubierto el amor de Cristo tras un encuentro personal con Él, el hombre es capaz “de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de todo ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común», ideas expuestas en las encíclicas sociales Laudato si ‘ y Fratelli tutti. El Papa pide al Señor que tenga compasión y derrame su amor sobre un mundo que anda “sobreviviendo entre guerras, desequilibrios socioeconómicos, consumismo y uso antihumano de la tecnología”

El primer capítulo, aborda el riesgo de “convertirnos en consumistas insaciables y esclavos de los engranajes de un mercado” (2). Exhorta a volver a las preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida, mis opciones y quién soy yo ante Dios (8).

El Papa sostiene que la actual devaluación del corazón proviene del “racionalismo griego y precristiano, del idealismo postcristiano y del materialismo”, que ha enfatizado conceptos como los de “razón, voluntad o  libertad”, en detrimento del de “corazón”. En cambio, para el Pontífice, hay que reconocer que «yo soy mi corazón, porque es lo que me distingue, me configura en mi  identidad espiritual y me pone en comunión con los demás» (14). 

Una reflexión sobre el corazón humano, a la luz del corazón de Jesús y la revelación cristiana, puede hacernos salir del individualismo. La espiritualidad de muchos santos muestra que «ante el Corazón de Jesús, vivo y presente, nuestra mente, iluminada por el Espíritu, comprende las palabras de Jesús» (27). Esta reflexión tiene consecuencias sociales, porque el mundo puede cambiar “a partir del corazón” (28).  

Gestos y palabras de amor

El segundo capítulo analiza diversas escenas evangélicas para sacar conclusiones sobre los gestos y palabras de Cristo, pues están llenos de “compasión y ternura” (35). 

En el tercer capítulo, el Pontífice repasa diversas reflexiones sobre el Corazón de Cristo a lo largo de la historia. Citando la Encíclica “Haurietis aquas”, de Pío XII, explica el sentido que tiene esta devoción, centrada en “el amor del Corazón de Jesucristo, que no sólo incluye la caridad divina, sino que se extiende a los sentimientos del afecto humano” (61). Citando a Benedicto XVI, contiene un triple amor: el amor sensible  de su corazón físico «y su doble amor espiritual, el humano y el divino» (66).  

El Corazón de Jesús, síntesis del Evangelio

Las visiones de algunos santos devotos del Corazón de Cristo “son bellos estímulos que pueden motivar y hacer mucho bien”, pero “no son algo que  los creyentes estén obligados a creer como si fueran la Palabra de Dios”. Ahora bien, como recuerda Pío XII, tampoco puede decirse que este culto “deba su origen a revelaciones privadas”. Al contrario, “la devoción al Corazón de Cristo es esencial a nuestra vida cristiana, en cuanto significa la plena apertura de la fe y de la adoración al misterio del amor divino y humano del Señor, hasta el punto de que podemos afirmar una vez más que el Sagrado Corazón es una síntesis del Evangelio” (83). 

La exposición se estas ideas permite al Papa proponer la devoción al Sagrado Corazón para contrarrestar “las nuevas manifestaciones de una ´espiritualidad sin carne` que se multiplican en la sociedad” (87). Por el contrario, el Papa propone una experiencia espiritual personal unida a un compromiso comunitario y misionero (91), partiendo de la meditación del costado traspasado de Cristo y los enormes frutos espirituales que ha producido. 

La devoción de los santos

La encíclica cita muchos santos que han compartido los frutos espirituales de la devoción al Corazón de Jesús. Además de la citada santa Margarita María Alacoque, por el texto desfilan también Teresa de Lisieux, Ignacio de Loyola, Faustina Kowalska, Claudio de la Colombiere, Francisco de Sales, John Henry Newman, Carlos de Foucauld, Pablo VI y Juan Pablo II. Además, subraya la importancia de la Compañía de Jesús en la expansión de esta devoción.

Del Corazón de Cristo a todos los hombres

El quinto y último capítulo profundiza en la dimensión comunitaria, social  y misionera de la devoción al Corazón de Jesús. Mirando a la historia de la espiritualidad, el Pontífice recuerda  que el compromiso misionero de san Carlos de Foucauld hizo de él un “hermano universal”:  “dejándose modelar por el Corazón de Cristo, quiso acoger en su corazón fraterno a toda la humanidad sufriente” (179). 

La Encíclica recuerda de nuevo con san Juan Pablo II que la consagración al Corazón de Cristo “debe asimilarse a la acción misionera de la Iglesia misma, porque responde al deseo del Corazón de Jesús de propagar en el mundo, a través de los miembros de su Cuerpo, su entrega total  al Reino” (206). También acude a san Pablo VI para alertar del riesgo de que en la misión “se digan muchas cosas y se hagan muchas cosas, pero no se pueda provocar el feliz encuentro con el amor de Cristo” (208). Hacen falta “misioneros en el amor, que aún se dejen conquistar por Cristo” (209).

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