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Diego Sarrió: «Los musulmanes se marchan agradecidos del esfuerzo de la Iglesia por un diálogo auténtico»

Diego Sarrió es el rector del Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos. En esta entrevista con Omnes, nos habla del origen de esta institución y las relaciones entre musulmanes y cristianos.

Hernan Sergio Mora·30 de noviembre de 2023·Tiempo de lectura: 9 minutos

Diego Sarrió

Después del 11 de septiembre de 2001, parte del mundo islámico sintió la necesidad de distanciarse del yihadismo y de la ideología fundamentalista que lo sostiene. Surgieron así varias declaraciones como el Mensaje de Amán de 2004, al que siguieron otros hasta llegar al «Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común«, firmado el 4 de febrero de 2019 en Abu Dabi por el Papa Francisco y el jeque Ahmad Al-Tayyeb, gran imán de Al-Azhar, y que fue una de las fuentes de inspiración de la encíclica «Fratelli tutti«.

Así lo indicó durante una entrevista concedida a Omnes el actual rector del “Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos» (PISAI), el padre Diego Sarrió Cucarella, de 52 años, español de Gandía (Valencia) de carácter amable y jovial, quien estudió en el PISAI y después trabajó allí como docente, hasta llegar a ocuparse de su dirección. “El Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos, con sede en Roma desde 1964, nace en 1926 en Túnez por una intuición de la Sociedad de los Misioneros de África, más conocidos como ‘Padres Blancos’ por el color de su hábito”, explica el padre Sarrió.

Y añade que “el primer objetivo fue formar a los misioneros que se preparaban para trabajar en el norte de África, en contacto directo con la población musulmana. A este objetivo se añadió más tarde la promoción de un nuevo tipo de relaciones entre los cristianos y los seguidores de la segunda religión más numerosa del mundo, superando prejuicios mutuos y estereotipos de diversa índole a través del estudio de la tradición religiosa del otro”.

¿Cómo surgió el PISAI?

Nace por una necesidad muy práctica, misionera de los Padres Blancos. Es una de las tantas congregaciones que nacen en un momento de mucho fervor misionero, en la segunda mitad del siglo XIX, como los Combonianos, la Consolata, los Espiritanos, etc., todos con el carisma misionero tal como se entendía en ese momento, o sea anunciar a Cristo e implantar la Iglesia en territorios donde todavía no estaba presente.

¿Quién fundó a los Padres Blancos?

El fundador fue el cardenal francés Charles Martial Lavigerie, un joven brillante que en 1867 fue nombrado arzobispo de Argel. Estamos en plena expansión colonial de Europa y Francia consideraba Argelia parte integrante de su territorio. Era también la época de la exploración del interior del continente africano (baste recordar a Livingston)

En este contexto histórico, el fundador de los Padres Blancos tiene la inspiración de crear una congregación masculina y otra femenina destinadas a la evangelización del continente africano. Es así que los Padres Blancos nacimos en un país de tradición islámica. Nuestro primer país de misión fue Argelia y después Túnez, que en 1881 se convirtió en protectorado francés y donde Lavigerie fue nombrado arzobispo de Cartago en 1884.

¿Cuándo nace el PISAI?

Nace más tarde, en 1926, en Túnez, porque con la experiencia de la misión se empiezan a ver las dificultades: no era el apostolado “triunfal” que algunos se esperaban, como estaba sucediendo en otras partes de África. En cambio, en el Magreb se encontraron mucha resistencia cuando anunciaban el Evangelio. Entre otros motivos, porque el islam había desarrollado a lo largo de los siglos su propia argumentación contra el cristianismo. Poco a poco, se dieron cuenta de que para trabajar en ambiente musulmán no bastaban los estudios clásicos de filosofía y teología que recibían los sacerdotes, sino que era necesario además un conocimiento sólido de la cultura y de la religión islámica.

¿Solamente para los Padres Blancos?

En 1926 los Padres Blancos abrieron en Túnez una casa de estudios destinada inicialmente a la formación de los que se preparaban para trabajar en el norte de África, iniciándolos en el estudio del idioma y de la cultura religiosa local. La casa funcionaba con régimen de internado y los estudios duraban dos o tres años. El cuerpo docente lo formaban los Padres Blancos y profesores externos, tunecinos y europeos residentes en Túnez. La casa no tardó en abrir sus puertas a otras congregaciones religiosas presentes en el norte de África y al clero diocesano interesado.

O sea, formación para quienes se preparaban para el apostolado…

Sí, pero no olvidemos que la teología de la misión estaba evolucionando. Ya al inicio de los años 30, el equipo de Padres Blancos que trabaja en la casa de formación desarrolló un nuevo tipo de actividad al mismo tiempo que continuaba el programa de estudios. Recuérdese que era el tiempo de la llamada “burbuja colonial”, una sociedad europea que vivía a menudo al margen de la sociedad tunecina, cada una por su lado. Los responsables de la casa de formación, que por entonces había pasado a llamarse “Institut des belles lettres arabes, IBLA”, buscaron acercar a estas dos comunidades creando el Círculo de Amistades Tunecinas (Cercle des amitiés tunisiennes, 1934-1964), con programas culturales, conferencias, excursiones, etc. Abrieron también la biblioteca del IBLA a los tunecinos y comenzar a editar desde 1937 la revista IBLA, que existe hasta hoy.

¿Qué sucede al ampliar el ámbito de la misión?

Con el paso de los años, la casa se quedó pequeña para la doble actividad del Instituto (por un lado, centro de estudios árabes e islámicos y, por otro, lugar de contacto cultural con la sociedad tunecina), por lo que a finales de los años 40 se decidió trasladar la sección de estudios en régimen de internado a La Manouba, entonces un suburbio de Túnez. Con la distancia física y la actividad específica de cada casa, se acabó trabajando por separado. El centro de estudios de La Manouba continuó desarrollándose hasta convertirse en el actual PISAI. Un momento importante fue su reconocimiento por parte de la Santa Sede en 1960 como Pontificio Instituto Superior de Estudios Orientales. “Orientales” y no “islámicos” por razones de discreción. Se buscaba evitar que alguno se preguntase: ¿qué hacen estos católicos europeos aquí, en un país de mayoría musulmana, independiente desde 1956, ocupándose del islam? En 1964, la nacionalización de tierras agrícolas en manos de extranjeros que decretó el gobierno tunecino afectó al terreno en La Manouba donde estaba situado el Instituto.

¿La expropiación les obliga a emigrar?

Así es. Se barajó la posibilidad de trasladar el Instituto a Argel o Francia. Sin embargo, estas opciones fueron descartadas en favor de Roma, donde estaba teniendo lugar el Concilio Vaticano II. El 17 de mayo de 1964, domingo de Pentecostés, Pablo VI había instituido un departamento especial de la Curia Romana para las relaciones con las personas de otras religiones, conocido al principio como «Secretariado para los No Cristianos», que pasó a llamarse más tarde Pontificio Consejo (hoy Dicasterio) para el Diálogo Interreligioso. La Santa Sede pidió a los Padres Blancos que trajesen el Instituto a Roma. En la Ciudad Eterna había profesores de la Gregoriana o de otras instituciones que conocían el islam, pero no existía un programa de estudios de islamología como tal.

El traslado del Instituto a Roma supuso también un cambio de nombre para evitar confusiones con el ya existente Pontificio Instituto Oriental, dedicado al estudio del oriente cristiano. Así, en octubre de 1964, el Instituto pasó oficialmente a llamarse Pontificio Instituto de Estudios Árabes. Habría que esperar hasta la promulgación de la Constitución apostólica Sapientia Christiana, en abril de 1979, para que el Instituto recibiese su denominación actual de Pontificio Instituto de Estudios Árabes e Islámicos.

¿Qué significó para el PISAI tener su sede en Roma?

Venir a Roma supuso para el PISAI ante todo un alargamiento de horizontes, la necesidad de ponerse al servicio de la Iglesia universal y no solo de la Iglesia del norte de África. La presencia en Roma también supuso integrar progresivamente a estudiantes laicos.

¿Qué imagen se ha construido en el mundo cristiano sobre el islam a lo largo de la historia?

Durante los últimos años, personalmente me he interesado bastante por cómo cristianos y musulmanes han escrito unos acerca de los otros y en la imagen del otro que esta tradición ha transmitido a los cristianos y musulmanes de hoy. Se puede decir que la mayor parte de lo que cristianos y musulmanes han escrito unos sobre otros ha sido de carácter polémico. Aunque en raras ocasiones se ha descrito la religión del otro sin prejuicios, la actitud “por defecto” ha sido la sospecha y el antagonismo. Quienes trataron de superar las caracterizaciones estereotipadas del otro fueron excepciones en ambos bandos. Polémica es la palabra justa para describir este tipo de literatura. Procede del sustantivo griego «pólemos», que significa “guerra”. En efecto, se trataba de una “guerra de palabras”. Los autores de estos escritos se veían a sí mismos participando en una gran batalla que libraban tanto eruditos como príncipes. No eran capaces de disociar sus escritos sobre el otro de la competición más amplia por la hegemonía política y cultural, por no hablar del control de la riqueza del mundo y de sus recursos económicos. Uno de los grandes problemas de hoy es que tanto cristianos como musulmanes somos herederos de una imagen muy negativa del otro.

¿Cómo desarrollar el diálogo entonces?

Cuando hablamos del diálogo islamo-cristiano debemos recordar ante todo que no son las religiones las que dialogan, sino personas reales, de carne y hueso, que viven en situaciones concretas, muy diversas de todos los puntos de vista imaginables. Pensemos que cristianos y musulmanes juntos representan hoy más de la mitad de la población mundial. Así como el mundo cristiano es muy diverso internamente, lo mismo sucede en el mundo musulmán. Ello hace que sea muy difícil hablar del diálogo islamo-cristiano en abstracto. Las relaciones islamo-cristianas no avanzan con el mismo ritmo en todas partes del mundo. Lo que es posible aquí y ahora, no es posible en otro lugar, por ello es importante no generalizar. El fundamentalismo yihadista es una deriva que la gran mayoría de los musulmanes rechaza. En los últimos años hemos visto sucederse declaraciones islámicas en favor del diálogo y de la convivencia pacífica, comenzando con el Mensaje de Amán en 2004. Es interesante señalar que estas declaraciones representan un ejercicio de “ecumenismo” islámico, en cuando que han sido firmadas por líderes musulmanes de diversas tradiciones y corrientes.

¿Es posible superar el pasado de polémicas y guerras?

La declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la iglesia con las religiones no cristianas, promulgada en 1965, que reconocía que en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, exhortaba a todos a que “olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres” (Nostra Aetate, 3).

Algunos comentaristas han considerado esta invitación a “olvidar lo pasado” un tanto ingenua. Es verdad que es difícil olvidar el pasado, pero por otro lado no podemos permitir que el pasado determine el presente y condicione el futuro. No se trata de olvidar sino de superar. Como sucede a menudo en los conflictos interpersonales, tanto una parte como la otra relata la historia a partir del momento en que se sintieron víctimas. Lo mismo ocurre entre musulmanes y cristianos. Si uno quiere encontrar una justificación para rechazar los esfuerzos de diálogo islamo-cristiano, ciertamente siempre podrá encontrar un ejemplo histórico o actual, situaciones reales, en la que los cristianos o los musulmanes son víctimas de discriminación o de violencia. Si hay que esperar a que todo sea perfecto para dialogar, ¿entonces para qué dialogar? No hay una receta mágica de diálogo islamo-cristiano, un modelo que se pueda aplicar en todas las situaciones. No hay que olvidar que cristianos y musulmanes somos seres humanos, sujetos de identidades múltiples, entre las cuales el componente religioso es uno de tantos otros elementos: culturales, políticos, geográficos, etc. Todo entra en juego cuando un cristiano se encuentra con un musulmán.

¿Qué relaciones tiene el PISAI con las embajadas de países de mayoría islámica ante la Santa Sede y otras instituciones islámicas?

El PISAI recibe frecuentemente visitas de diplomáticos de países de tradición islámica acreditados ante la Santa Sede. Se suelen sorprender al descubrir que en el corazón del mundo católico existe un Instituto, dependiente de la Santa Sede, expresamente dedicado a la cultura y a la religión islámica; un instituto que se interesa no únicamente por el islam desde el punto de vista geopolítico, estratégico o de seguridad, como ocurre en otras universidades y centros de estudio, sino en el patrimonio propiamente religioso de la tradición islámica. Este interés lo refleja maravillosamente nuestra biblioteca, de poco más de 40.000 volúmenes, especializada en las diversas ramas de las ciencias islámicas (teología, filosofía, jurisprudencia, exégesis coránica, sufismo, etc.). Estos diplomáticos, igual que otros musulmanes que nos visitan, sobre todo profesores universitarios, se marchan agradecidos de constatar el esfuerzo de la iglesia católica para preparar personas para un diálogo auténtico y profundo con los musulmanes, que no puede basarse únicamente en la buena voluntad, sino en un conocimiento científico y objetivo de la tradición del otro.

¿Cuántos alumnos estudian actualmente en el PISAI?

Es un Instituto muy especializado, por lo que el número es relativamente pequeño. Ofrecemos únicamente el programa de licenciatura y de doctorado. Esto significa que para estudiar en el PISAI uno tiene que haber hecho ya un primer ciclo universitario o trienal, que puede ser en teología, filosofía, misionología, en ciencias políticas, historia, lengua y literatura, etc. Algunos se forman para ser docentes o investigadores; otros vienen con la motivación, madurada en un contexto eclesial, de prepararse para trabajar en el ámbito de las relaciones islamo-cristianas.

En estos últimos años, el número medio de estudiantes en el programa de licenciatura es de unos 30, a los que hay que añadir alrededor de 8 doctorandos. Desgraciadamente el Instituto no puede aceptar un número mayor de doctorandos debido al carácter especializado de los estudios y a la dificultad de encontrar profesores cualificados para dirigir las tesis doctorales. Los grados académicos que confiere actualmente el Instituto son la licenciatura y el doctorado “en estudios árabes e islámicos”, es decir, que el árabe es un elemento esencial en nuestro campo de estudio, como ocurre con el conocimiento de las lenguas bíblicas para los especialistas de la Sagrada Escritura. Un especialista en el islam no puede prescindir del árabe, que es la lengua de los textos fundacionales del islam: el Corán y la Sunna.

Actualmente, los dos años de la licenciatura del PISAI son precedidos por un año preparatorio que inicia a los estudiantes en el estudio del árabe clásico sobre bases sólidas. Uno podría pasar toda su vida estudiando árabe clásico, sin hablar de los muchos y muy diversos árabes coloquiales. El estudiante que completa nuestro programa de licenciatura adquiere una buena visión panorámica de la tradición islámica, pero no se puede decir que sea un “experto” en islam. El doctorado, en cambio, permite profundizar en el conocimiento de un área particular de los estudios islámicos, abriendo importantes perspectivas en todos los sectores.

El autorHernan Sergio Mora

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