Lo encontraron flotando en el Reservorio de Moscú, atado y con cinco balazos en el cuerpo. Se trataba de un estudiante que pertenecía a una célula terrorista: cinco de sus compañeros lo habían asesinado por temor a que los delatase.
Dostoyevski se enteró de los eventos en Dresde, y juzgó que el caso escondía un problema más profundo: la juventud rusa estaba siendo acechada por la tentación del nihilismo y la pérdida de valores…
En la novela Los demonios (1871) acompañamos a Dostoyevski por un viaje espiritual, es algo así como un tour de voces que producen distintas clases de escalofrío.
Los personajes son hiperbólicos y, a la vez, los podemos reconocer en el interior de nuestro corazón. Por eso, conociendo a unos y otros nos vamos conociendo mejor también a nosotros mismos: redescubrimos que somos capaces de comportarnos como ángeles o como demonios.
La relación entre la extensión y el ritmo de la historia me hacen pensar en un resorte más bien rígido. En las primeras 300 páginas, el autor comprime el espiral para presentarnos a los personajes y el ambiente de provincia en que se mueven.
La paciencia del lector es probada, pero una vez que el resorte se ha aplastado del todo, entonces explota la acción y te das cuenta de que esa inversión inicial valió totalmente la pena. Las páginas fluyen, los crímenes se suceden y, sin darte cuenta, has terminado de leer el libro… y has cambiado para siempre.
¿Cómo consigue este efecto? El siglo XIX fue testigo del desarrollo de la narrativa polifónica en la novela, es decir, las líneas argumentativas que evolucionan simultáneamente.
Los demonios es un ejemplo del uso de este recurso. Si nos fijamos bien, esta novela podría haberse dividido en tres. Según el esquema que hace Milan Kundera, podríamos mencionar: “1) la novela irónica del amor entre la vieja Stavroguin y Stepan Verjovenski; 2) la novela romántica de Stavroguin y sus relaciones amorosas; 3) la novela política de un grupo revolucionario”.
Lo que une estas tres historias son los personajes y las interacciones que tienen entre sí: eso da cohesión a la obra y multiplica su fuerza expresiva.
Dostoyevski creía que los hombres estamos mucho más unidos entre nosotros de lo que pensamos: de algún modo todos los rusos de su época eran culpables del asesinato de Ivanov. Pero ese concepto de solidaridad moral ha perdido entre nosotros mucho de su significado y nos resulta difícil no estimarlo como una exageración.
¿Cómo entenderlo?, ¿será que necesitamos ser más comprometidos con los éxitos y las desgracias de los demás y no nos hemos dado cuenta? Se me ocurre la imagen del atleta que rompe un récord de velocidad; cuando eso ocurre, todos nos alegramos de que nuestra especie haya superado ese límite, ¿por qué? Quizá sentimos que de algún modo también fui yo quien cortó esa cinta. Veamos un caso más sobrecogedor: cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, toda la especie humana subió un nuevo escalón de la historia. De pronto nuestra naturaleza humana tenía acceso a la amistad con Dios.
Ahora bien, por abajo, los escalones que conducen a la zona de lo terrible parecen no tener fondo. Las ideas de unos y las negligencias de otros influyen en los delitos de los de más allá. A la vez, y ésta es la paradoja, cada ser humano es libre y responsable de sus propios actos.
Las ideas de Dostoyevski se encarnan en la literatura y nos invitan a reflexionar sobre cómo plantear la conversación con los ateos de nuestra época. Si Dios no existe, ¿qué autoridad tiene un capitán?, ¿es coherente que el ateo piense en suicidarse?
Por otro lado, si Dios existe, ¿cuánto nos asombra el hecho de que podamos amarlo eternamente? En esta novela los personajes enfrentan preguntas extremas y llevan sus personalidades a límites que colindan con la locura.
Gracias a ese poderoso esfuerzo podemos aprender de psicología y disfrutar del más puro entretenimiento.