—TEXTO Carlos de la Mata Gorostizaga
Abogado, Secr. Gral. de la Fundación Madrid Vivo
Son muchos los momentos en los que, en la historia se ha tratado de quitar, incluso erradicar, el papel de la religión en la vida pública. Ejemplos hay desde la revolución francesa, hasta su persecución durante todo tipo de conflictos bélicos, pasando por el régimen comunista de la antigua URSS, la Alemania nazi o la China de Mao Tse Tung. En todos ellos son numerosos los casos en los que las religiones han sido perseguidas y condendas al ostracismo, o incluso su desaparición. Pero en pleno siglo XXI, no debe tener cabida la falta de diálogo con las distintas religiones en un marco de convivencia y fraternidad. Tal y como expresó el Papa Francisco en su reciente discurso ante el Cuerpo Diplomático en Roma, “las particularidades [de las distintas religiones] no son obstáculo para el diálogo, sino la savia que lo alimenta con el deseo común de conocer la verdad y la justicia”. Ambas cuestiones, verdad y justicia, son intrínsecas en la persona humana, y han sido tratadas y analizadas a lo largo de la historia por filósofos desde Platón, con “su idea de lo bueno” a Hegel. Pero si bien estas ideas de verdad y justicia pueden tener un cierto carácter de idealismo, la experiencia a lo largo de la historia nos ha demostrado que es en la democracia donde mejor se ha plasmado los conceptos de verdad y justicia, porque es en este sistema político, tal y como lo entendemos, el lugar en el que los hombres pueden expresarse con libertad.
Es el diálogo, y la comprensión mutua, el mejor camino para trabajar las diferencias.En un Estado democrático debe tener cabida todas las religiones, y por lo tanto, se debe trabajar con ellas. España es un ejemplo claro de cómo tras un conflicto tan doloroso como una guerra civil y 40 años de dictadura, se ha podido establecer una democracia con- solidada, bajo el amparo de una constitución que garantiza la plena libertad del ejercicio religioso, tal y como indica su artículo 16, “se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”. Numerosos Organismos Internacionales que promueven los valores democráticos, contemplan la libertad religiosa como uno de sus pilares. Desde la Convención Europea de Derechos Humanos del Consejo de Europa, en su artículo 9, al Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de Naciones Unidas, en los apartados 1 y 2 de su artículo 18.
Vivimos en una sociedad en la que la “modernidad líquida” acuñada por Zygmunt Bauman cada vez se impone más. Una sociedad individualista, hedonista, en la que no tienen cabida los valores comunitarios y por lo tanto, se pretende hacer que prevalezca el egoísmo individual, sobre el bien común de la sociedad, y en la que la falta de convicciones morales y la ausencia de valores parece tener más éxito que el darse a los demás. El siglo XXI teme y abjura del concepto del prójimo. El mismo presidente Macron destacaba que en sociedades como la francesa “pesan” no sólo los efectos de la crisis económica, sino el relativismo y el nihilismo, coincidiendo en esto con el papa Benedicto XVI.
La cuestión de la Democracia y la Religión, en no pocas ocasiones, sobre todo en Europa, se ha expresado como algo contrapuesto; y esto ha sido históricamente visto de forma muy distinta en sociedades como la norteamericana, que ha venido considerando siempre el hecho religioso como algo positivo. Allí la libertad religiosa ha sido siempre la primera libertad. Y sigue siendo la primera libertad recogida por la primera enmienda de la Constitución americana. Sin duda otro ejemplo de cómo democracia y religión pueden y deben ser compatibles.
Sin duda en una sociedad hiperconectada como la actual, en la que la inmediatez de las redes sociales nos llevan a acceder a todo tipo de noticias en cuestión de minutos, se ha logrado que la mentira de toda la vida, la llamada “posverdad”, se convierta en realidad y en creencia para no pocas personas a golpe de clic.
Por eso son tan necesarios en la sociedad moderna una democracia y una constitución que garanticen no sólo el derecho de las personas, sino que garanticen el cumplimiento de unos deberes que supongan un marco de convivencia para todos.
Como recordó recientemente el presidente Macron, “la Iglesia [extrapolémoslo a todas las religiones], que intentara desentenderse de las cuestiones temporales no respondería al fin de su vocación”. Porque el bien común de la sociedad pasa también por el compromiso de todas las religiones con esta. Sea cual sea la creencia del individuo.
El papel de las confesiones y su compromiso con la democracia en España está fuera de toda duda. La solución a muchos de nuestros problemas actuales está en los hombres y las mujeres y en su compromiso, en tanto personas, con la sociedad y la democracia que nos ampara. En no pocas ocasiones se ha enmascarado el ataque a las distintas religiones y su papel en la sociedad con la defensa de la secularidad, y por ende, la discriminación de no pocas personas por el mero hecho de ser católicos, musulmanes, judíos, etc.
Si entendiéramos que la defensa de la laicidad pasa porque los hombres y las mujeres que practiquen una confesión religiosa no pueden participar en la vida pública estaríamos cayendo, y por lo tanto justificando, los numerosos casos de dictaduras que en nombre del “pueblo”, han perseguido, encarcelado y asesinada a millones de personas a lo largo de la historia.
Tal y como dijo Macron, cuando habló de la muerte del coronel Beltrame durante un ataque terrorista, “el ejemplo del coronel Bel- trame […] algunos vieron en este gesto la aceptación del sacrificio arraigado en su vocación militar […] y otros, especialmente su esposa, interpretaron este acto como la traducción de su ardiente fe católica preparada para la prueba suprema de la muerte. […] Algunos podrán considerar propósitos entran enconflicto con el laicismo. […] La laicidad no tiene como función negar lo espiritual en nombre de lo temporal, ni desarraigar de nuestras sociedades la parte sagrada que nutre a tantos de nuestros conciudadanos”.
Sin duda este espacio de diálogo que pretende dar la Fundación Madrid Vivo, durante el Congreso Mundial del Derecho, consideramos que es el ideal para demostrar, que la unión entre democracia y religión, no sólo es intrínseca de la persona humana, sino que cada vez es más necesaria para dotar de va- lores a una sociedad cada vez más carente de ellos.