El drama se mueve ambiguamente entre el noble deseo de justicia y el impulso vengativo de una madre cuya hija fue violada y asesinada por no se sabe quién.
Texto —José María Garrido
Película: Tres anuncios en las afueras
Dirección y guión: Martin McDonagh
Reino Unido-EE. UU., 2017
La cinta ha sido la más recompensada en los premios Globo de Oro de 2018, y tiene siete nominaciones a los Óscar. Martin McDonagh (1970), lleva años triunfando en Estados Unidos como dramaturgo con historias exuberantes de violencia. Su asalto al séptimo arte lo acometió en la década pasada, con rojos y burlas a lo Tarantino y hermanos Cohen. Pero en su último largometraje consolida su propia destreza, y cosecha, entre otros, los Golden Globe de mejor película dramática y mejor guión.
El drama se mueve ambiguamente entre el noble deseo de justicia y el impulso vengativo de una madre (Frances McDormand) cuya hija fue violada y asesinada por no se sabe quién. Meses después del delito, ella pasa en coche por la solitaria carretera secundaria que lleva a su casa, en las afueras de un pequeño pueblo de Misuri, y observa las tres grandes vallas publicitarias abandonadas e inútiles de siempre. De repente, detiene el coche (ha leído algo en una valla), y mete la marcha atrás para ver la anterior. En los despojos del último anuncio encuentra “la oportunidad… de su vida”. Con reflujo del rencor calcula un plan justiciero. Y alquila las tres vallas para estampar sendas frases incendiarias que inquieren al jefe de la policía local por qué no ha atrapado aún a los asesinos.
El relato se retuerce y desvela progresivamente un panorama profundamente trágico con retales de bromas extravagantes y situaciones inverosímiles que subrayan el carácter de cada personaje y agigantan el drama. El tono pasional del conjunto permite que los momentos “increíbles” (trucos del director) se disfruten como si fuesen, precisamente, lo que no podría ser de otra manera.
La abundancia de primeros planos ofrece a Sam Rockwell (Globo de Oro) y a Woody Harrelson la coartada para llenar la pantalla, mientras la protagonista, Frances McDormand (Globo de Oro también), se sale por las cuatro esquinas, con la sobriedad de un vestuario mínimo y tantas miradas en silencio como palabras sin piedad. Por cierto: no sé cómo ha quedado el filme en castellano (me he rendido a la v.o. tan común entre espectadores de Latinoamérica), pero el original de agudos diálogos tampoco escasea en interjecciones básicas de cuatro letras. Son el contrapunto a una esmerada banda sonora, de Carter Burwell, que ha compuesto quince veces para los Cohen.