“No teorizo: observo. No imagino: describo. No elijo: escucho”, este enfoque constituye el punto de partida de la poesía de Tolentino Mendonça, quien aborda, según sus propias palabras, “las condiciones de la existencia”. Reivindico así su lírica que, con una base culta, asombra por el estilo elocuente y preciso, el empleo de imágenes visuales y la capacidad para integrar en sus composiciones elementos de muy diversas fuentes, además de incorporar aspectos de su propia trayectoria vital, sin que apenas el nombre de Dios -es lo que muchas veces se espera cuando se conoce su biografía- aparezca ni dé pie a que se le pueda considerar un poeta manifiestamente religioso y, mucho menos, con fines moralizantes.
Es más, cuando se le ha preguntado por qué apenas hay referencias explícitas en sus versos a la divinidad -que haberlas, las hay-, él ha respondido: “Creo que Dios está en todas partes. Cuanto más material, más espiritual. Siempre prefiero un lenguaje abierto, aun asumiendo el riesgo de la ambigüedad, a un lenguaje estrecho, incapaz de expresar la complejidad. Confieso que, a veces, mi mayor dificultad es encontrar un rastro de Dios en los discursos espirituales tipificados. Todo lo que intenta domesticar a Dios se aleja de él”. Por tanto, si tuviera que definir su poesía, diría que es la expresión humanística de un credo poético singular, iluminado con la lectura de sus ensayos, en el que, a modo de palimpsesto, se superponen múltiples capas culturales con las que dialoga constantemente, de ahí, por cierto, que resulte tan sugerente en posibilidades interpretativas.
Como una sola llama
Ese mundo intertextual es una herramienta retórica sobre la que elabora una poética asentada en el fragor del acontecer diario, con especial “atención a la realidad, una atención implacable, sensible a lo visible y a lo invisible, a lo audible y a lo innombrable”, siendo, en resumen, su quehacer lírico una mirada profunda a los enigmas, cicatrices y esperanzas de la intrincada existencia del hombre. Por eso, cuando se leen sus poemas, se sabe que hablan de temas cruciales relacionados con la condición humana y que abarcan lo material y lo espiritual en completa interrelación, haciendo ver de este modo que la poesía es un espacio donde no existen lindes y en la que cabe conjuntamente lo sublime y lo rastrero, lo natural y lo artificioso, lo que fue y lo que es: “El poema puede contener: cosas ciertas, cosas incorrectas, venenos para mantener fuera del alcance / excursiones campestres […] / una guerra civil / un disco de los Smiths / corrientes marinas en vez de corrientes literarias”, escribe en Grafito, un ejemplo, entre otros muchos, donde Tolentino Mendonça da visibilidad a su manera de proceder cuando acomete un poema.
El mismo título de su poesía reunida, La noche abre mis ojos, refiere esa amplitud de miras que ofrece la creación poética; título que, como el mismo poeta ha afirmado, constata su “dialecto transfronterizo, porque mezcla una referencia a una canción de The Smiths [Tolentino Mendonça se refiere sin duda a la canción There is a light that never goes, “Hay una luz que nunca se apaga”] con una clara evocación de la teología de la ‘Noche oscura’ de san Juan de la Cruz. Lo profano y lo sagrado se alzan como una sola llama”.
Un viajero inmóvil
Para esa incursión literaria, el poeta madeirense se presenta como un viajero inmóvil: “Quietos hacemos los grandes viajes”. No obstante, pese a que escribe su poesía desde la quietud, demuestra una aguda capacidad para discernir lo que acaba desvaneciéndose con el tiempo: “Dejamos de percibir repentinamente / la profundidad de los campos / los grandes misterios / las verdades que juramos conservar” de aquello otro que deja una huella imborrable en el alma: “Pero hacen falta años / para olvidar a alguien / que nos acaba de mirar”, haciendo posible así que su actividad poética se perciba como una búsqueda de sí mismo enriquecida decididamente por la interacción con los demás en la construcción de la propia identidad.
Esta interacción implica la mirada del otro, que no sólo mira sino que también es otro. En este sentido, se manifiesta como un medio para compartir, confrontar y entender la experiencia humana a la vez que contribuye a la cocreación del universo de sus poemas, añadiendo estratos de oscuridad y belleza. Es una idea, sin duda, capital, que da luz a bastantes composiciones suyas, muy pareja a aquella otra del difunto Papa Benedicto XVI cuando afirmaba que: “Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos [el resaltado es del autor del artículo] a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama”, aunque Tolentino Mendonça la presente de manera más sutil, entretejida en la retórica de los versos y poniendo de sujeto de la oración gramatical a “la noche”.
Vivir el cuerpo
En cualquier caso, si la poesía es para él una búsqueda que requiere quietud -y doy, aunque sea muy brevemente, un paso más en el desarrollo de su poética-, esta búsqueda es sólo posible desde el cuerpo. O dicho con otras palabras: el cuerpo es el lugar o situación en la que cada persona está más cerca de sí misma. Aunque no somos sólo cuerpo, Tolentino Mendonça opina que en él y a través de él “vivimos, nos movemos y existimos”, es más: “Los sentidos de nuestro cuerpo nos abren a la experiencia de Dios en este mundo”, o como anuncia en el poema Lo que puede un cuerpo: “Vivimos el cuerpo, coincidimos / en cada uno de sus poderes: movemos las manos / sentimos frío, vemos el blanco de los abedules / que escuchamos en la otra orilla / o por encima de los avellanos / el graznido de los cuervos”. Desde esa conciencia corporal se enfatiza, pues, la importancia de estar plenamente conectados con las sensaciones y experiencias somáticas, ya sea a través de la respiración o simplemente siendo conscientes de las sensaciones internas. Son muchas las composiciones que abundan en esto mismo, sobre todo en su poemario Teoría de la frontera (2017), donde afirma: “El cuerpo sabe leer lo que no ha sido escrito” o “El cuerpo es el estado donde cada uno / respira más cerca de sí”.
Escuela de silencio
Pero no acaba aquí su universo lírico. Igual que el cuerpo, el silencio es otro de sus grandes temas. De hecho, en el poemario La amapola y el monje (2013) le dedica incluso una serie de textos breves que titula Escuela del silencio. En él enuncia: “Hacer callar para hacer decir” o “Que tu silencio sea tal / que ni el pensamiento lo piense”, demostrando de esta manera que hay más mundos que el de la dictadura de los ruidos, y que el silencio es una forma de resistencia al trasiego de la vida, “un lugar de lucha, de búsqueda y espera” –expresa en uno de sus ensayos-. “Poco a poco nos sumamos a la posibilidad de dar espacio, de abrir nuestra vida al otro, dejándome habitar por la revelación de la alteridad”. Y es ahí, en la otredad, a donde converge toda su obra lírica, bien sea desde el silencio, bien sea desde el cuerpo, bien sea desde la quietud o desde la intertextualidad cultural en la que se mueve esta poesía tan necesitada de una pronta traducción al español.