Cultura

Viaje a Tierra Santa (II): El judaísmo en la época de Jesús

Continuación del texto de Gerardo Ferrara, escritor, historiador y experto en historia de Oriente Medio. En esta ocasión se centra en la explicación de los grupos sociales, creencias y fiestas judías de los tiempos de Jesús.

Gerardo Ferrara·17 de octubre de 2022·Tiempo de lectura: 6 minutos
Mar Galilea

Foto: Mar de Galilea. ©Robert Bye

Tierra Santa de Jesús (I)

En la época de Jesús, el judaísmo no formaba un bloque uniforme, sino que estaba dividido en seis escuelas:

  • Los saduceos (en hebreo “saddoqím”, de su progenitor, “Saddóq”), que constituían la clase sacerdotal y la élite de la época. Eran funcionarios religiosos ricos, que servían en el templo, que no creían en la resurrección de los muertos ni en la existencia de ángeles, demonios y espíritus y sostenían que la única ley que había que seguir era la escrita, contenida en la Torá, es decir, los cinco primeros libros de la Biblia (Pentateuco).
  • Los fariseos (en hebreo, “perushím”, que significa “separados”), piadosos observadores de la Ley, solían fijarse incluso en las minucias de la misma, que para ellos no era sólo la Ley escrita (Torá), sino también y sobre todo la oral, la “halajá”, que se extendía a las más variadas acciones de la vida civil y religiosa, desde las complicadas reglas para los sacrificios de culto hasta el lavado de los platos antes de las comidas. Los fariseos eran muy parecidos a los judíos ultraortodoxos de hoy en día, de los que son prácticamente los precursores. Se describían a sí mismos como “separados”, ya que se consideraban contrarios a todo lo que no fuera puramente judío, es decir, a ellos mismos. Baste decir que se les llamaba “am ha-areṣ”, gente de la tierra, en sentido despectivo.
  • Los herodianos, conocidos más por su lealtad al rey Herodes. También debían estar muy cerca de los saduceos, ya que estos últimos eran la élite más proclive al poder tanto de Herodes como de los romanos, empeñados como estaban en mantener los privilegios derivados del “statu quo”.
  • Los Doctores de la Ley, o escribas (en hebreo “ṣofarím”). Progresivamente codificaron todo lo que podían legislar. Por ejemplo, en la época de Jesús el tema más debatido, en las dos principales escuelas rabínicas de los grandes maestros Hillel y Shammai, era si estaba permitido comer un huevo de gallina en sábado).
  • Los zelotes (cuyo nombre en italiano viene del griego “zelotés”, pero en hebreo es “qana’ím”). Los términos “zelotés” y “qana’ īm” significan “seguidores” en ambos idiomas y hacen referencia al celo con el que este grupo se adhería a la doctrina judía, también en un sentido político. Entre los discípulos de Jesús hay uno llamado Simón el Cananeo, donde “cananeo” no se refiere al origen geográfico, sino a la pertenencia al grupo “qana’īm”, es decir, a los zelotes. Estos eran básicamente fariseos intransigentes también desde un punto de vista político, no sólo religioso. Los romanos los llamaban “Sicarii”, por los puñales (“sicæ”) que escondían bajo sus mantos y con los que mataban a todo el que encontraban infringiendo los preceptos de la ley judía.
  • Los esenios, nunca mencionados en las Escrituras judías o cristianas, pero de los que hablan Flavio Josefo, Filón, Plinio y otros, constituían una verdadera hermandad religiosa, extendida por toda la tierra de Israel, pero concentrada en particular alrededor del Mar Muerto, cerca del oasis de En Gedi (Qumrán). Eran muy parecidos a una orden religiosa y rechazaban el culto del Templo y otras sectas judías como impuras. Eran literalmente fanáticos de la pureza ritual y de la estricta separación del resto del mundo, que consideraban impuro, y tenían una rígida aversión a las mujeres. La propiedad privada no existía entre ellos y practicaban, con algunas excepciones, el celibato. Se ha planteado la hipótesis de que tanto Jesús como Juan el Bautista eran esenios, pero esto choca con la universalidad de su mensaje (abierto, entre otras cosas, a las mujeres).

Estos eran, pues, los principales grupos en los que se dividía el judaísmo en la época de Jesús. Tras la gran catástrofe del 70 y el 132 d.C., los únicos que sobrevivieron, desde el punto de vista doctrinal, fueron los fariseos, de los que desciende el judaísmo moderno.

Creencias, costumbres y tradiciones del judaísmo

El judaísmo en la época de Jesús se encontraba en la llamada fase “mishnaica” (10-220 d.C.), de la raíz hebrea “shanah”, la misma que las palabras “Mishnah” y “shanah”, que significa año. La “Mishnah”, de hecho, junto con el Talmud y el Tanaj (término que designa el corpus de la Biblia hebrea) es el texto sagrado de la ley judía. Sin embargo, el Talmud y la Mishnah no son la Biblia, sino textos exegéticos que recogen las enseñanzas de miles de rabinos y eruditos hasta el siglo IV de nuestra era.

Pues bien, el inmenso material de tales textos exegéticos estaba siendo elaborado al principio mismo de la era cristiana, por tanto bajo la ocupación romana, por los Tannaim (“tannà” es el equivalente arameo de “shanah” e indica el acto de repetir), verdaderos “repetidores” y difusores de la doctrina adquirida de los maestros y ellos mismos maestros de la Ley Oral. Un ejemplo de esta fase son los escribas, que codificaron progresivamente todo lo que podían legislar, desde los alimentos prohibidos hasta las normas de pureza.

A través de este proceso de codificación, la Ley judía ya no se extendía a las diez reglas contenidas en el Decálogo, sino que ahora dominaba cada acción del observante piadoso, con 613 mandamientos principales, divididos entre 365 prohibiciones (como los días del año) y 248 obligaciones (el mismo número que los huesos del cuerpo humano).

Cuando Jesús vivía, había dos grandes escuelas de pensamiento judío, la de Hillel y la de Shammai, que representaban dos perspectivas distintas de la ley judía, siendo la primera más rigurosa y la segunda proponiendo una reforma espiritual del judaísmo a partir del concepto “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, expresado en un midrash. Jesús, que desde un punto de vista puramente judío podría considerarse uno de los Tannaim, se situó como una síntesis entre las dos escuelas de Hillel y Shammai, al predicar que no se aboliría ni un ápice de la Ley, sino que el cumplimiento de la propia Ley era el amor a Dios y al prójimo.

Dos eran los pilares fundamentales de la vida de todo judío, además de profesar la unicidad de Dios, y sobre estos pilares, especialmente después de las persecuciones de Antíoco IV Epífanes (167 a.C.), se formó la identidad misma del pueblo de Israel:

La circuncisión, que se realizaba ocho días después del nacimiento de cada varón y se solía practicar en casa, daba nombre al niño. Las tradiciones piadosas contaban que incluso los ángeles del cielo estaban circuncidados y que ningún incircunciso entraría en el paraíso (la no circuncisión era una abominación para los judíos como símbolo de paganismo).

La observancia del sábado, que comenzaba con la puesta de sol del viernes (la parasceve) y terminaba con la puesta de sol siguiente. Esta observancia era tan estricta que dos tratados del Talmud estaban dedicados a su casuística, con toda una serie de prohibiciones (por ejemplo, encender fuego en sábado) y las decenas de minucias que permitían escapar de ella (por ejemplo, estaba prohibido desatar un nudo de cuerda pero, en el caso de un ronzal de buey, caballo o camello, si se podía desatar con una mano, no había violación del sábado; o bien, quien tiene un dolor de muelas puede enjuagarse con vinagre, siempre que lo trague después y no lo escupa, pues en el primer caso sería tomar comida, lo cual es lícito, y en el segundo tomar una medicina, lo cual es ilícito).

El sábado era, y es, para el judaísmo un día de descanso y de fiesta, en el que uno se dedica a comer con su familia los alimentos preparados en la víspera del sábado, a vestirse con ropas y adornos adecuados y a dedicar tiempo a la oración, en el Templo o en la sinagoga.

A los dos pilares mencionados hay que añadir la pureza ritual, a la que se dedican no menos de doce tratados (los “Tohoroth”) en el Talmud, sobre lo que está permitido comer, tocar, beber, etc. Se daba gran importancia, para mantener o recuperar la pureza, al lavado de las manos, de la vajilla y de diversos objetos, hasta el punto de que, en algunas sentencias, se compara a los que no se lavan las manos con los que van en compañía de prostitutas. Entendemos, en este punto, el escándalo causado por los discípulos de Jesús al tomar alimentos con manos impuras (Marcos 7:1-8. 14-15. 21-23).

Las fiestas

Además del sábado, una fiesta semanal, el judaísmo observaba otras fiestas periódicas, siendo las principales la Pascua (“Pesah”, la fiesta que celebra la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto) el 14 del mes de Nisan, seguida de la Fiesta de los Panes sin Levadura; Pentecostés (“Shavu’ot”, que en hebreo significa “semanas” e indica los cincuenta días posteriores a la Pascua) y Tabernáculos (“Sukkòt”, entre septiembre y octubre, que conmemora la estancia de los judíos en Egipto, de hecho era y es costumbre construir tabernáculos o tiendas de campaña y pasar el tiempo allí). Estas tres se llamaban «fiestas de peregrinación» porque todo israelita varón y púber estaba obligado a ir al Templo de Jerusalén.

Otras fiestas eran el Yom Kippur (el Día de la Expiación, un día de ayuno para todo el pueblo y el único en el que el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo del Templo), la Hannukah y el Purìm.

El autorGerardo Ferrara

Escritor, historiador y experto en historia, política y cultura de Oriente Medio.

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