El 3 de junio del 2017 España entera se conmovió ante el atentado yihadista en el Puente de Londres. Entre el caos de noticias que nos llegaban, supimos que un joven español, Ignacio Echeverría, había perdido la vida en aquel acto terrorista.
La angustia que la sociedad española compartió con su familia se tornó en poco tiempo, según llegaban los detalles, en una profunda admiración. Supimos que el joven abogado regresaba con sus amigos de patinar y se encontraron con la dantesca escena. Gente huyendo, gritos de terror, y al fondo un terrorista apuñalando a una joven. Ignacio no lo pensó, no había tiempo para ello, y tomó su monopatín como arma y escudo para luchar contra esos terroristas. Aquella joven, Marie Bondeville, salvó su vida. Los tres terroristas fueron abatidos por la policía. Ignacio murió por una puñalada por la espalda.
Pero su gesto traspasó las fronteras y las conciencias. Y se empezó a conocerle por su gesta como ‘el héroe del monopatín’. Y se sucedieron los homenajes y los reconocimientos. Las pistas de skate por toda España con su nombre. Las más altas condecoraciones en España y Gran Bretaña. Ignacio representaba lo mejor de nuestra tierra. Valentía, generosidad, altruismo en extremo. Y lo mejor de la Humanidad. Ser capaz de dar la vida por un desconocido.
Pronto comprendimos que en Ignacio esa forma de ser no se improvisó. No fue un arranque instintivo lo que le llevó a enfrentarse a los terroristas. Nació de sus profundas convicciones religiosas. Ignacio era un joven católico comprometido en su vida diaria, en su trabajo, en la parroquia. Se podrían contar muchas anécdotas que nos lo muestran. Su gesto de dar la vida era, en verdad, una imagen de ese dar la vida por amor que nos enseñó Jesucristo.
Ahora, cuatro años más tarde, un grupo de jóvenes de la Milicia de Santa María, integrados en el proyecto educativo «Ven y verás Educación» han recogido su legado y han puesto en escena un musical que narra las últimas veinticuatro horas de vida de Ignacio. Hora y media de teatro y música que quieren ser su particular homenaje a este joven madrileño. Creado e interpretado por los mismos jóvenes que han creado con anterioridad otros musicales como ‘Hijos e la libertad’, ‘Contigo’ o ‘De dioses y hombres’, este musical tiene el gran valor de dar la voz a los jóvenes y que sean ellos, los coetáneos de Ignacio, los que tomen el testigo y le rindan homenaje.
El musical
El género musical es sin duda uno de los más ricos y complejos de llevar a la escena. Y por ello ofrece muchas posibilidades para el trabajo educativo con los jóvenes. Sin duda los hijos de Don Bosco, los salesianos, son especialistas en este tipo de representaciones. Y, en general, la Iglesia, siempre ha tenido sensibilidad para transmitir su mensaje a través del arte escénico. No me cabe duda de que merece la pena impulsar este tipo de dinámica educativa y pastoral. En ello encontraríamos un potente medio de comunicación y evangelización también en nuestro tiempo.
Esta ocasión, en este cuarto aniversario del fallecimiento de Ignacio, este musical tiene sin duda un especial significado. Un momento también de acompañar a la familia que estará presente, y de mostrar a todo el mundo que la muerte de Ignacio no fue en vano. Que su ejemplo sigue vivo.
Entradas disponibles a partir del 1 de junio
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