Cultura

Simone Weil, poeta antes que filósofa

Calificada como la mayor pensadora del amor y la desgracia del siglo XX, Simone Weil es ampliamente reconocida por su obra ensayística, no así por sus escritos genuinamente literarios, de los que se han dado a conocer una pieza teatral inconclusa y un ramillete de poemas que reafirman su constante búsqueda de la verdad.

Carmelo Guillén·13 de enero de 2025·Tiempo de lectura: 5 minutos
Weil

En 1968 -veinticinco años después de su muerte-, se dio a conocer un conjunto de poemas de Simone Weil, revelando una faceta poco conocida de la autora para muchos de sus seguidores en prosa. Aunque estos poemas no eran inéditos, ya que estaban dispersos en sus cuadernos, la recopilación que la editorial francesa Gallimard presentó en su colección Espoir destacó esta otra dimensión de su obra. Verlos reunidos en un volumen -seguidos de una pieza teatral inacabada al estilo de las tragedias clásicas-, mostró que Weil cultivó también este género literario. No sólo lo ejerció, sino que, por el cruce de correspondencia editada en 1982 entre el poeta experimental Joë Bousquet y ella, constituyó algo preeminente. 

Sin embargo, la prosa lírica que caracteriza su producción literaria acabó eclipsando su escasa producción poética. Precisamente, en una carta a Bousquet, Weil afirmó que prefería ser considerada poeta antes que filósofa, un deseo que, pese a sus incursiones en la poesía, no llegó a materializarse del todo.  Este contraste entre sus aspiraciones y su realidad literaria refleja la complejidad de su relación con la actividad artística y la búsqueda de una identidad creativa. 

De 1937 -contaba entonces veintiocho años- data la misiva al poeta Paul Valéry en la que él responde a su extenso poema de juventud Prometeo, que ella le envía para su evaluación. Valéry, tras elogiar la habilidad estructural del texto, lo analizó minuciosamente, señalando algunas objeciones. No obstante, concluyó su respuesta destacando la firmeza, plenitud y dinamismo del poema: “Muchos de sus versos son realmente afortunados. En fin, y esto es lo esencial, hay en este Prometeo una voluntad de composición, a la cual concedo la mayor importancia, vista la rareza de este esmero en la poesía”.

Sus poemas 

Los cinco poemas conocidos de juventud -el más antiguo de 1920, esto es, cuando Simone Weil tenía apenas once años- anticipan inquietudes que, más tarde, serán fundamentales en su obra ensayística. Los cinco últimos, escritos casi al final de su vida (1941 y 1942), reflejan la evolución de su pensamiento, que ha sido objeto de profundo análisis y la presenta como una mujer con evidentes raíces místicas, cristianas, evangelizadoras, en el sentido más pleno de esas palabras, además de estar firmemente comprometida con el pacifismo. En conjunto, todos muestran un mundo interior cimentado en una serie de ideas por las cuales se le reconoce plenamente.

El concepto de “desgracia”

Entre esas ideas, la más singular es la de desgracia (malheur, como ella la denomina), que se convierte en un componente central tanto en su vida ejemplar como en su discurso filosófico, compartiendo protagonismo con el tema del amor. Precisamente en A una joven rica, el primer texto de su brevísima obra lírica editada, la noción de desgracia se presenta de manera directa.

Tras comenzar con la descripción del personaje Climena, reflejando el tópico del tempus fugit y la inevitable decadencia física y social, Weil plantea la desconexión de ésta con la realidad de los menos afortunados, marcados por la miseria y el sufrimiento: “Para ti las desgracias son fábulas. / Tranquila y lejos de la suerte de tus hermanas miserables, /  No les otorgas siquiera el favor de una mirada”. Y es que, apenas uno se asoma al poema, advierte que no puede ser más que de Simone Weil, quien desde su primera adolescencia mostró una profunda sensibilidad hacia la denuncia de la injusticia y la defensa de los más débiles.

Las contundentes afirmaciones que recorren su vida, como “la desgracia de los otros entró en mi carne”, junto con los aforismos sobre el mismo asunto, recogidos en el ensayo La gravedad y la gracia, ya se vislumbran no sólo en esta composición, sino en algunas secuencias de otros textos líricos, como en el citado Prometeo, que concluye con esa “carne abandonada a la desgracia”. En cada ejemplo concreto, la autora francesa plasma su desacuerdo con una realidad que considera inaceptable: “El pan viene a faltar a veces al ciudadano; / El pueblo, de luchas políticas fatigado, Ya se irrita y tiembla y comienza a rugir. / (…) ¿Qué pueden entonces soñar, en medio de tantas miserias, / Estos jóvenes triunfantes”.

Sus últimos poemas

De sus últimos poemas, destaco en particular El mar. No obstante, podría citar Necesidad, sobre el que también realiza una serie de reflexiones, o cualquiera de los restantes. En todos los casos, el lector habitual de sus escritos reconoce contenidos específicos de la filosofía de esta autora. En el ejemplo entresacado, el mar es una imagen móvil de la belleza, un espejo en el que el espíritu imprime movimiento y forma: “Mar disperso, de olas encadenadas para siempre, / Masa al cielo ofrecida, espejo de obediencia”, donde la belleza es, además, fiel reflejo de la presencia de Dios en el mundo: “Los reflejos de la tarde harán resplandecer súbitamente / El ala suspendida entre el cielo y el agua. / Las olas oscilantes se fijan en la planicie, / Donde cada gota a su vez asciende y desciende, / Para permanecer abajo por la ley soberana”; un destello que, a la vez, es una puerta hacia lo real, o sea, hacia aquello que está libre de la proyección -como expresa también en La gravedad y la gracia— de “la imaginación colmadora de vacíos”. Así, vaciándose el alma de las cosas creadas, se abre a la posibilidad de fusionarse con lo real y de ser atravesada por la luz de la gracia. 

Al igual que el texto citado, los demás dan razón tanto de su filosofía del agua y la eternidad como del paso del tiempo -dos de sus grandes motivaciones filosóficas-, representado en los astros, los cuales conducen a la humanidad hacia un futuro desconocido, cuya resistencia humana se expresa en llantos y gritos.

Su poética

Con razón anheló ser reconocida ante todo como poeta. De hecho, lo fue plenamente, aunque sus escasos textos poéticos no lograron el reconocimiento que hubiera deseado. En conjunto, sus poemas no aportan nada nuevo a sus papeles, cuadernos, correspondencia y escritos de carácter histórico o político. Es más, si sólo hubiera compuesto los poemas que se conocen, habría caído en el olvido como tantos otros autores. Su verdadera grandeza reside en su prosa, que constituye su poesía más alta e intensa.

La tensión lírica a que está sometido cada uno de sus pensamientos, el desarrollo deslumbrador del contenido de sus razonamientos, su enorme expresividad, la riqueza de sus imágenes y metáforas e, incluso, el mismo ritmo de sus secuencias prosísticas son los rasgos que la distinguen y la convierten en una exquisita poeta. Ahí es donde experimenta lo que ella concibe como Poesía: “dolor y gozo imposibles (…). Un gozo que, a fuerza de ser puro y sin mezcla, duele. Un dolor que, a fuerza de ser puro y sin mezcla, sosiega”. Y eso es su prosa: una experiencia de contrastes irreconciliables; una puerta que le permite un contacto directo con la realidad, constituyendo una manifestación palpable de la belleza del mundo. O tal cual ella expresa: “El poeta produce lo bello con la atención fija en lo real. De igual modo que un acto de amor”. Así hay que leerla, como una reveladora de lo bello, escriba lo que escriba. Sus poemas lo proclaman; sus poemas, pero, sobre todo, es su prosa la que lo consigue.

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