Desde los primeros tiemposSon varios los autores que han detectado la presencia del pensamiento y los textos de Romano Guardini (1885-1968) en la predicación del Papa Francisco y, en concreto, en su reciente encíclica Laudato si’ de mayo de 2015. Se sabe que ya en el noviciado el joven Bergoglio era lector de El Señor de Guardini y que en 1986 estuvo un año en Alemania trabajando en un proyecto doctoral sobre la dinámica del desacuerdo y el encuentro en Guardini.
En cierto sentido, algo de aquel proyecto aflora ahora en esta luminosa encíclica cuando el Papa recuerda que se tiende a creer “que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los valores”, aunque “el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto” (n. 105). Las palabras de El ocaso de la edad moderna de Guardini son citadas al menos en ocho ocasiones (notas 83, 84, 85, 87, 88, 92, 144 y 154): “Cada época tiende a desarrollar una escasa autoconciencia de sus propios límites. Por eso es posible que hoy la humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se presentan, y ‘la posibilidad de que el hombre utilice mal el poder crece constantemente’ cuando no está ‘sometido a norma alguna reguladora de la libertad, sino únicamente a los supuestos imperativos de la utilidad y de la seguridad’” (n. 105). Y un poco más adelante añade: “La técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su férrea lógica, y ‘el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la palabra’” (n. 108). Merece la pena una lectura detenida de El ocaso de la edad moderna (1950) pues da mucha luz para interpretar con hondura la encíclica y el tiempo actual.
Sin embargo, me parece a mí que hay una segunda clave de la encíclica que remite a una fuente muy distinta y que ha sido pasada por alto. Me refiero a la novela futurista de Robert Hugh Benson (1871-1914) Señor del mundo [The Lord of the World], publicada originalmente en 1907 y mencionada al menos dos veces por el Papa Francisco en su predicación de estos últimos años. La figura de Julian Felsenburgh, que en la novela se convierte en el amo efectivo del mundo, parece resonar en el fondo de la denuncia del abuso de poder tecnocrático que formula la Laudato si’: “Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no solo con la política sino también con la libertad y la justicia” (n. 53).
Robert H. Benson, el hijo menor del arzobispo de Canterbury Edward W. Benson (1829-1896), había sido educado en Eton y en el Trinity College de Cambridge. Fue ordenado sacerdote anglicano en 1895 y, tras un largo proceso de reflexión y de oración –del que da noticia en Memorias de un converso–, sería recibido en la Iglesia católica en 1903 y ordenado sacerdote al año siguiente. Benson tenía unas excelentes dotes literarias. Además de Señor del mundo (1907), publicó en su corta vida –murió a los 43 años– otras catorce exitosas novelas, cuatro obras de teatro y muchos otros libros de tipo religioso o apologético.
Señor del mundo da mucho que pensar, como pasa tantas veces con las buenas obras de ciencia ficción. Sin duda, “merece un lugar” –ha escrito Joseph Pearce– “junto a Un mundo feliz (Huxley) y 1984 (Orwell) entre los clásicos de la distopía de ficción”. Es la narración de cómo en torno al año 2000 la peor pesadilla –una distopía es una anti-utopía– se ha adueñado del mundo y se apresta a la eliminación final de la religión.
Para saber más:
Confesiones de un converso, R. H. Benson. Ed. Rialp, 1998. Testimonio personal en el que Benson describe el arduo camino que le llevó a la Iglesia Católica.
Escritores conversos, Joseph Pearce. Ed. Palabra, 2006. Intelectuales y artistas anglosajones que manifiestan la fuerza creadora del cristianismo.
Señor del mundo, R. H. Benson. Ed. Palabra, 2015. Un libro que da mucho que pensar, como pasa tantas veces con las buenas obras de ciencia ficción.
Tal como explicó el jesuita Cyril Martindale, biógrafo de Benson, el americano Felsenburgh, el protagonista de Señor del mundo que representa al Anticristo, no es tanto una encarnación de Satán, sino más bien la quintaesencia de la perfección humana, el político pacificador a escala mundial que encarna al Hombre por excelencia, al Espíritu del Mundo. En contraste, el sacerdote Percy Franklin que representa a la Cristiandad es una persona modesta que, cuando es elegido Papa tras la caída de Roma en manos de Felsenburgh, vive en la pobreza y el anonimato en Nazaret a la espera del terrible final. Para el lector de hoy esta conducta no puede menos que evocar el estilo personal del Papa Francisco.
Dos citas bastan para mostrar la actualidad de este libro. Una, la argumentación de Oliver Brand, funcionario del nuevo orden, a su esposa Mabel, que conserva todavía restos de religiosidad: “En el fondo de tu corazón sabes que los administradores de eutanasia son los auténticos sacerdotes”. Y esta otra: “‘Bajo cada católico hay un asesino’, decía uno de los artículos destacados en Pueblo Nuevo”. Cuando se pretende administrar la eutanasia como si fuera la Unción de los enfermos o cuando defensores del ateísmo como Sam Harris sostienen que una persona religiosa es un terrorista en potencia, se hace del todo patente que esta obra escrita hace más de cien años es plenamente actual.
El propio Benson advirtió del carácter sensacionalista de su novela en una nota introductoria. Con exquisita flema británica señala: “Soy plenamente consciente de que este es un libro tremendamente sensacionalista, abierto por tanto a innumerables críticas por esa razón, así como por muchas otras. Sin embargo no he tenido otra forma de expresar los principios que deseaba transmitir (y en cuya verdad creo de manera apasionada), salvo llevando el argumento hasta un extremo sensacional. Sin embargo, he procurado no desgañitarme de un modo impropio”. Me parece a mí que el Papa en la Laudato si’ hace lo mismo cuando alerta de que “la tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería” (n. 21) y que estamos sumergiéndonos en “una espiral de autodestrucción” (n. 163). Realmente –me parece a mí– hay una sintonía profunda entre el papa Francisco y el Señor del mundo de Robert Benson.
Es un acierto que Ediciones Palabra haya publicado una nueva edición de la traducción que hizo en 1988 Rafael Gómez López-Egea con una hermosa ilustración en la cubierta. El amo del mundo fue traducida al castellano muy pronto por el sacerdote Juan Mateos de Diego y publicada por primera vez en España en 1909 por la editorial Gustavo Gili de Barcelona, y vería hasta seis ediciones sucesivas en esta editorial a lo largo del pasado siglo. No sabemos si el joven Bergoglio leería esta traducción o la que hizo el polémico Leonardo Castellani en Argentina (Itinerarium, 1958). En los últimos años han visto la luz otras traducciones al castellano: la de Miguel Martínez-Lage (Homo Legens, 2006), y las de San Román (2011) y Stella Maris (2015). Se ha reeditado además la de Castellani con un prefacio de Ralph McInerny y una introducción de C. John McCloskey, III (Cristiandad, 2013).