Oscar Wilde nació el 16 de octubre de 1854 y dedicó su vida a la literatura, a la poesía y, en particular, al teatro. Sus obras –La importancia de llamarse Ernesto, El abanico de Lady Windermere, El retrato de Dorian Gray y tantas otras- tuvieron un enorme éxito en la sociedad inglesa de su tiempo y siguen leyéndose o representándose hoy en día.
Sin embargo, es mucho menos conocida la larga carta dirigida a Lord Alfred Douglas, apodado “Bosie”, el joven con quien mantuvo una destructiva relación amorosa y por la que sería acusado de sodomía y condenado a dos años de prisión (1895-1897). Los sentimientos de Wilde quedaron reflejados en esta carta fechada en la cárcel de Reading en enero-marzo de 1897. El título De Profundis se debe a su amigo Robert Ross quien la publicó parcialmente en 1905.
Al salir de la prisión Wilde se traslada al continente y fallecerá de meningitis en París el 30 de noviembre de 1900, a los 46 años, después de ser bautizado sub conditione en la Iglesia católica por el pasionista Cuthbert Dunne, también de Dublín como Wilde.
El valor del dolor
Copio lo que escribe una joven graduada impactada por el texto de Wilde: “No hay vida que pueda ser ajena al dolor. Sin embargo, una vida guiada por una mirada hacia lo sobrenatural es capaz de tornar ese dolor en objeto valioso. En otras palabras, cuando el dolor es capaz de transformarse en amor, el sufrimiento es visto desde una nueva y mejor luz. Ese amor posee la capacidad de teñir todo -sin ocultar su realidad- y nos obliga a enfocarnos en la belleza, en ocasiones escondida, que nos da el mundo. Como la luz que se deja ver por debajo de una puerta cerrada, hace de campana triunfal anunciando la llegada de tiempos mejores.
Cuando leí por primera vez este texto, esperaba encontrarme una actitud de queja y lamentación ante las injusticias cometidas contra él. Sin embargo, me llevé una gran sorpresa al descubrir que de la pluma de Wilde lo que brotaba era esperanza y deseo de quedarse con lo bueno. Hoy en día resulta alarmante la idea de que se condene a alguien con pena de prisión por su inclinación sexual; sin embargo, este no era el caso en el pasado. Me ha llamado la atención el hecho de que, incluso en medio del dolor, Wilde fuese capaz de ver y seguir viendo con una mirada de amor a quienes le habían lastimado tanto”.
Ausencia de rencor
“Con respecto a su relación con Bosie, -prosigue- Wilde reconoce que fue muy perjudicial para ambos. Como ocurre muchas veces en las relaciones que hoy en día llamamos ‘tóxicas’, las personas viven una sensación de descontrol por culpa de esa relación que les lleva a la mutua destrucción. A pesar de haber salido muy perjudicado por Bosie, Wilde no duda en echar la culpa sobre sus propios hombros: ‘Ni tú ni tu padre multiplicados mil veces podrían arruinar a un hombre como yo; que me arruiné a mí mismo y que nadie grande o pequeño puede ser arruinado sino por su propia mano.
Estoy absolutamente dispuesto a decirlo. Estoy tratando de decirlo, aunque no me creas en este momento. Si lanzo está implacable acusación en contra tuya, piensa qué acusación lanzo sin piedad en contra mía. Terrible como fue lo que me hiciste, fue mucho más terrible lo que me hice a mí mismo’ (p. 105).
Este pasaje me resulta especialmente iluminador porque ilustra la completa ausencia de rencor por parte de Wilde. Una lectura rápida de la obra podría situarla bajo la categoría de literatura de desamor o de despecho. Sin embargo, el dolor que efectivamente se evidencia en las bellísimas palabras de Wilde, no es equivalente al odio. Le dolió lo ocurrido porque no fue hasta que llegó a prisión cuando cayó en la cuenta de su triste realidad. Se dio cuenta del dolor que estaba causando a su familia y de cómo se había dejado llevar por las vanidades y los placeres momentáneos.
Ese es el dolor que se palpa palabra a palabra. Pero no debe ser confundido con el dolor de un hombre herido por la traición y que amargamente espera el momento de devolver el daño. Entre las lamentaciones por sus actuaciones equivocadas, se evidencia también el deseo de Wilde de ser un hombre mejor, de amar a su mujer y de recuperar el tiempo perdido en la atención de sus dos hijos pequeños”.
Reflexión cristológica de Wilde
“En su carta Wilde afirma también haberse sentido reconfortado por la figura de Cristo. En su reflexión cristológica argumenta que el Hijo de Dios comprende el dolor y el pecado como un camino hacia el perfeccionamiento humano. Por esta razón Cristo no desprecia jamás a los pecadores, pues ve más allá de los pecados que ensucian sus almas y se enfoca con una mirada amorosa y compasiva en la mejora que pueden experimentar gracias a ese pecado (pp. 125-148).
El dolor a lo largo de la vida es una experiencia inevitable y transformadora. Si es vivido en clave de esperanza, puede convertirse en punto de encuentro con lo más sagrado de lo que podemos ser partícipes: el amor”.
Hasta aquí lo que me escribe Maris Stella Fernández, que muestra bien que merece la pena leer De Profundis 125 años después de que Wilde escribiera esa carta, pues nos invita a pensar sobre el dolor y el amor. “Era” -cita a Pearce (p. 379)- “el mensaje de su alma a las almas de los hombres”.