Es una casa sencilla en el madrileño barrio de Carabanchel. La hermana Myriam Yeshua me da la bienvenida y, tras cruzar un pequeño jardín, me invita al interior de la casa de su congregación, donde vive desde hace casi un año. Me siento en una butaca de la sala de estar. Ella se sienta frente a mí a la espera de que comience la entrevista. Saco la grabadora y le pido permiso para grabar la conversación. “Es sólo para que no se me escape nada al transcribirla”. Sonríe y me da su autorización. Myriam Yeshua (nombre que adoptó al hacer los votos) ha vivido cuatro años y medio en Siria. Allí ha sido testigo del sufrimiento del pueblo sirio en Alepo, una de las ciudades más duramente golpeadas por la guerra.
“Tengo nueve hermanos y las cuatro más pequeñas somos religiosas”, señala cuando le pregunto por su vocación. Myriam Yeshua quiso entrar en el “aspirantado” cuando tenía 11 años. Entonces tenía dos hermanas religiosas. “A mi padre le parecía que era muy chica y me dijo que primero terminara el bachillerato y que, si realmente el llamado era de Dios, entrara en el convento después. Pero justo llegué a esa edad tan difícil de la adolescencia, empecé a conocer gente, a tener amistades…, y la idea se me fue”. Cuando terminó el bachillerato empezó a estudiar Historia. “Entonces mi hermana, la que es justo mayor que yo, me dijo que también se iba al convento. Para mí fue un impacto tremendo”. Explica que a partir de ese momento comenzó a replantearse lo que había sentido de pequeña. Como es lógico fue una decisión difícil, “pero así con todo me animé a darle ese sí a Dios”.
Tras el noviciado y los años de formación la destinaron a Egipto. Vivió dos años en Alejandría donde estudió árabe. Luego “el obispo de rito latino de Alepo nos pidió que fuéramos a fundar a Siria”. Así, en el año 2008, con 24 años, se trasladó a Alepo junto con otras dos hermanas egipcias. Allí comenzaron su apostolado. Las tres religiosas se hicieron cargo de la catedral y de una residencia de universitarias “algunas de las cuales tenían mi edad”. Las chicas eran todas cristianas (la mayoría ortodoxas), pues la idea del obispo era empezar a hacer la caridad primero por “casa”. “El apostolado con ellas era bellísimo. Hacíamos excursiones, las invitábamos a misa dominical y, aunque eran ortodoxas, muchas de ellas acudían; todas las noches quien quería rezaba el rosario con nosotras, conversábamos con ellas… Había que ayudarles en esos primeros años difíciles lejos de sus familias”.
En 2011 comenzó la guerra. Yeshua nunca pensó que algo así pudiera ocurrir en Siria. “Siria era un país muy tranquilo. Los musulmanes respetaban mucho a los cristianos. Había un respeto que muchas veces no encuentro en Europa”, asegura. Cuando la violencia empezó a generalizarse, los superiores de la orden les preguntaron si querían permanecer en el lugar: “Todos decidimos quedarnos”.
En medio de esas dificultades, las religiosas trataban de seguir con el apostolado. “Antes de comenzar la guerra lo normal es que a misa diaria fueran dos personas, a veces alguna más. Cinco como mucho. Pero cuando empezaron los enfrentamientos fue increíble cómo empezó a crecer el número de fieles que iba a misa diaria, a rezar el rosario, a la adoración al Santísimo…”. Cuenta la hermana Yeshua que la gente sufría muchísimo, “pero también vi una confianza en Dios impresionante”.
Yeshua lamenta la precariedad de la situación que se vive en Alepo: alimentos prácticamente inaccesibles, cortes en el suministro de electricidad, dificultades para conseguir gas… “Ahora que es invierno y no hay calefacción porque no hay gas, la gente hace fuego dentro de sus casas con lo que encuentran. En las plazas ya no hay árboles porque la gente los ha cortado para poder hacer fuego para calentarse o para cocinar. Incluso de los bancos de los parques han quedado sólo las estructuras de hierro, porque la gente también ha arrancado las tablas de madera para utilizarlas de leña”.
Pero lo que más llama la atención a Yeshua es cómo, a pesar de las dificultades, los jóvenes luchan por terminar sus carreras o por asistir a Misa, “a veces en situaciones muy difíciles, pues los bombardeos y los tiroteos son continuos. Muchas veces ponen su vida en peligro. No tienen miedo. Más bien al contrario. Porque saben que están en un riesgo permanente, y que en cualquier momento pueden llegar a morir, están continuamente preparados: van a misa a diaria, se confiesa con frecuencia, rezan el rosario…”.