Vaticano

Los Jubileos a través de la historia

Desde que fueran instituidos por el Papa Bonifacio VIII, los jubileos en la Iglesia católica han sido años de gracia, perdón y renovación espiritual. Cada Jubileo vuelve, de un modo u otro, su mirada a la misericordia de Dios y fomentan la reconciliación personal y comunitaria.

José Carlos Martín de la Hoz·4 de enero de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
Jubileos

Desde que el Papa Francisco convocó el Jubileo para el Año Santo de 2025 han sido diversas las interpretaciones que se han hecho.  Hay quien apunta que este Jubileo tiene “sabor de despedida” quizás porque el intenso programa de actos e intervenciones que el Papa Francisco ha concretado para todas las semanas del año jubilar requiere un hombre joven, fuerte y con una salud de hierro. También se puede interpretar al revés: después de la clausura del Sínodo de los sínodos, el Santo Padre ha querido convocar a toda la humanidad a venir a Roma para vivir un tiempo intenso de conversión y recibir las gracias del Sínodo.

Jubileo 2025

El lema escogido por el Papa Francisco para este año jubilar de la Iglesia universal del 24 de diciembre de 2024 a 6 de enero de 2026, viene caracterizado por la expresión latina y paulina “Peregrinantes in spem”.

Comencemos por recordar que el primer año jubilar de la Iglesia universal fue convocado en el año 1300 y desde entonces hasta nuestros días, se han celebrado muchos jubileos universales, con lo que eso implica de abundancia de la gracia de Dios derramada sobre el pueblo cristiano.

Los carteles que llenan las calles de Roma desde hace meses, y la expectativa de más de 45 millones de peregrinos a Roma por este motivo, recuerdan los grandes jubileos de otros tiempos: esos grandes momentos de gracia y de conversión que han marcado la vida de la Iglesia y de millones de fieles de todos los tiempos.

Origen de los jubileos

El origen del jubileo romano se encuentra en 1208 cuando el Santo Padre Inocencio III, uno de los canonistas más importantes de la cristiandad, estableció la procesión de la imagen de la Verónica desde la basílica mayor de San Pedro al Santo Espíritu el domingo después de la octava de Epifanía.

Recordemos que el siglo XIII es el siglo de las universidades. Una época en la que se establecen las primeras corporaciones de estudiantes y maestros para estudiar la revelación cristiana y las demás ciencias. Un momento de fiel reflejo de la armonía de fe y razón para el estudio de la teología y las ciencias sagradas y profanas. Es también la era de la multiplicación de devociones populares, que acercaron al pueblo a la humanidad santísima de Jesucristo y abrieron los tesoros de la gracia para llevar a los cristianos a la identificación con Cristo y por caminos de salvación.

Precisamente, el Santo Padre para el jubileo de este año nos anima a la esperanza de la santidad, puesto que la santidad brota del enamoramiento de Jesucristo del cristiano y del ansia de identificación con él y de la peculiar relación de Dios con el hombre, por la que Jesucristo se encarnó y murió en la cruz y permanece resucitado en nuestros sagrarios.

La imagen de la Verónica recordaba la importancia de la redención del género humano, (¡Oh feliz culpa!) y, a la vez, el año jubilar por el que un alma después de realizar las condiciones requeridas: confesarse, rezar ante la tumba de san Pedro un Credo alcanza la remisión de la pena debida por sus pecados y un deseo de fidelidad en adelante a Cristo y su doctrina salvadora.

Establecimiento de los jubileos

El 22 de febrero de 1300, fiesta de la Cátedra de san Pedro, en el sexto año de su pontificado, Bonifacio VIII promulgaba la bula “Antiquorum habet fidem” que establecía que cada 100 años se celebraría un jubileo universal, durante el cual a los fieles “poenitentibus et confessis” se les concederían las gracias de la indulgencia por la que se perdonaría las culpas debidas por los pecados y las penas unidas a las culpas.  

Inmediatamente, se establecían las condiciones requeridas: treinta visitas de peregrinación a las basílicas de san Pedro y san Pablo (quince visitas para los foráneos). Asimismo, añadía la bula: “en virtud de la plenitud de nuestra Autoridad Apostólica, concedemos una entera y plenísima remisión de sus pecados a todos los que, verdaderamente, arrepentidos y confesados, visitaren estas basílicas durante este año de 1300, que ha comenzado el día de la navidad de Nuestro Señor Jesucristo, y lo mismo cada año centésimo en el porvenir, declarando que los que quisieren ganar esta indulgencia, deberán visitar estas basílicas durante treinta días, seguidos o interrumpidos, al menos una vez cada día; y si fueran peregrinos o extranjeros, las deberán visitar de la misma manera durante quince días”.

Es interesante destacar que los años santos han contribuido a la unidad del pueblo cristiano con Roma y a incrementar la devoción y el amor al Romano Pontífice en la cristiandad y a rezar por su persona e intenciones.

Los peregrinos

Desde el primer año jubilar de la historia de la Iglesia católica las cifras de peregrinos han ido siempre en aumento. Desde los 30.000 peregrinos diarios que atravesaban la puerta santa en aquel primer jubileo, a las cifras de peregrinos que se manejan actualmente para el jubileo del año 2025: unos 45 millones de peregrinos.

Periodicidad de los jubileos

Respecto a la periodicidad, como hemos visto, los Jubileos se anunciaron, en un primer momento, con una cadencia de 100 años. No hubo de pasar mucho tiempo para que este período se acortase y quedara en 50 años en tiempos de Clemente VI (1342). Urbano VI  estableció un año jubilar cada 33 años (1389) y, finalmente, se quedó en 25 años, como ha perdurado hasta el día de hoy, aunque también se añadieron otros especiales como el del jubileo de la Redención de 1983 de san Juan Pablo II.

No podemos terminar estas breves líneas sin recordar que los años jubilares son un acontecimiento de conversión personal, vividos también en las Iglesias particulares, por lo que se abren centros jubilares en las diócesis para que, quienes no puedan viajar a Roma, alcancen la indulgencia con la oración y la penitencia unidos al Santo Padre.

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