El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). En el monasterio de Guadalupe, la acción de Dios se ha hecho pincelada suelta, imagen atrapada, verso libre, huella en el barro, expresión viva, melodía liberadora… El Observatorio de lo Invisible ha conseguido en su primera edición hacer visible lo invisible gracias a la participación de casi un centenar de universitarios y artistas, jóvenes y no tan jóvenes. Un centenar de personas en búsqueda, que se congregaron en este enclave, para observar donde, a priori, nada se ve y expresar lo que se revelaba ante sus ojos.
La iniciativa impulsada por la Fundación Vía del Arte (compuesta por un Patronato con reconocida trayectoria en diferentes disciplinas artísticas) ha organizado en este lugar de peregrinación, entre el 26 y el 31 de julio, un curso de verano con diversos talleres de fotografía, escritura, pintura, música, escultura y cerámica donde sumergirse en un proyecto artístico en el que arte y espiritualidad se daban la mano. Han sido cinco horas diarias en las que los participantes han creado, guiados por el profesorado, un proyecto artístico, ya fuera encontrar a Dios entre los versos, atraparlo en una imagen, en la escultura de un joven con los brazos extendidos, el ensayo de un réquiem, la pintura sobre lienzos, la confección de piezas de barro o el aprendizaje de la conexión entre el cuerpo y las palabras.
Los talleres han sido dirigidos por la actriz Yolanda Ulloa, el escultor Javier Viver, el músico Ignacio Yepes, el pintor Santiago Idáñez, el ceramista Juan Mazuchelli, la fotógrafa Lupe de la Vallina y el filólogo Antonio Barnés. Las clases magistrales se impartieron en el marco incomparable del Monasterio-fortaleza de Guadalupe con su venerada imagen de la Virgen, sus cuadros de Zurbarán o El Greco, su colección de códices miniados y cantorales iluminados, libros litúrgicos y ornamentos sagrados que hacían más inspiradoras las tareas que se acometían.
En tiempos de pandemia y virtualidad era fantástico comprobar que cien vidas con distintos intereses, inquietudes y experiencias se mezclaban con el arte usando sus palabras, sus manos, sus brazos y sus pies sin mediación de pantallas ni móviles para crear y dar frutos: el resultado de su búsqueda de lo invisible. La iniciativa ha contado con el apoyo de varias universidades como San Pablo CEU, Internacional de la Rioja, Francisco de Vitoria, Navarra, Comillas y Nebrija (además de la Fundación Ángel Herrera Oria, la Asociación Nártex, la Asociación Arte y Fe y la Asociación Raíces de Europa), que han becado a un nutrido grupo de su alumnado y ha ofrecido a los asistentes encuentros con personalidades de la Iglesia como el arzobispo de Toledo, Francisco Cerro, a cuya diócesis pertenece el Monasterio; o el afamado pintor y escultor Antonio López.
Los frailes franciscanos han sido unos anfitriones excepcionales para el Observatorio. Han abierto su casa a los alumnos y a la organización. Su padre guardián les ha guiado en distintas visitas por todo el recinto para enseñarles las riquezas artísticas que atesoran. Pusieron incluso el órgano y el coro a disposición del Observatorio, un privilegio bien aprovechado por Celia Sáiz, una alumna que ofreció al grupo, sentado en el coro de la basílica, un concierto inolvidable.
Los participantes se han alojado en la Hospedería del Monasterio, construida alrededor de un hermoso y bien preservado claustro gótico inspirador y acogedor a un tiempo, donde la piedra era símbolo de esa fusión entre arte y espiritualidad. Un claustro que ha sido a la vez lugar de encuentro, de cafés y de animadas conversaciones y también escenario para mostrar el trabajo de los talleres. También han podido asistir a misa en la basílica cada mañana, atravesando para ello el claustro mudéjar, un recinto bellísimo donde el aroma de las rosas y las lilas era todo un regalo para los sentidos. Además, han contado con un rincón de oración y recogimiento para rezar cada tarde junto a una hermosa talla de la Virgen, de Javier Viver, a través de cánticos polifónicos.
Según se iban sucediendo los días, maestros y discípulos fueron poniéndose en relación de manera natural en los diversos espacios, tanto formales como informales: foros para compartir proyectos y en los que se buscaban también nuevas colaboraciones para los mismos, a través de ir conociendo a las personas con quien se compartía la mesa o en el propio claustro de la Hospedería: allí podía palparse el ambiente distendido y afable donde se generaban nuevas sinergias, donde se ponían en común visiones sobre la creación artística, donde compartir dones. Y en este caldo de cultivo, surgieron las colaboraciones, también interdisciplinares, que se mostraban cada noche en las veladas literarias, musicales, fotográficas… En esos espacios todo se ponía en común y se entretejía el legado de este primer Observatorio de lo Invisible.
Como muestra de lo que allí ha ocurrido, trascribimos un poema que nació en el taller de escritura, que contiene la esencia de lo allí vivido, porque lo que no se ve… será lo que perdure.
Para observar lo invisible
cinco sentidos no bastan
necesitamos que vibre
el cuerpo pegado al alma.
Necesitamos la lente
que cambia nuestra mirada.
…y esa luz nos atraviesa,
nos sacude,
nos empapa,
con un silencio muy tibio
que nos redime
y nos salva.
Que pone patas arriba
los cánones, las medidas
las brújulas y los mapas.
…y esa luz queda prendida
en nuevas y viejas palabras
en ese Aleluya vivo,
en acordes de piano
destilados de la nada,
en manos manchadas
de barro,
en esa vida atrapada
en el instante preciso,
en la piedra que nos habla,
en este tu enorme lienzo
que por un costado sangra.
Y esa luz se nos desborda
en brillos de otras miradas
que tiemblan, vibran o vuelan
y lo invisible se encarna.
Fue bonito que, aunque el poema lo escribió Sonia Losada, fue recitado por todos los del taller, lo que mostraba muy bien el espíritu de equipo que empapó todas esas jornadas.
Yolanda Ulloa dirigió el taller de teatro. Para ella, Observatorio de lo Invisible, “tal y como su nombre indica, es una iniciativa extraordinaria donde se genera un espacio para que cada uno de nosotros podamos darnos esa calidad de tiempo necesaria para hacer una inmersión en «lo profundo» y, a través de diferentes artes, logremos hacer visible lo invisible”.
El testimonio de Luisa Ripoll, estudiante de ingeniería y apasionada de la literatura, puede servir para terminar esta crónica: «Estoy muy agradecida con la experiencia que he vivido en el Observatorio. De todos los cursos y campamentos a los que he asistido, allí se respiraba un aire especial: la calidad humana de todos los participantes era increíble, y siempre había quien estuviera dispuesto a conversar tranquilamente sobre cualquier tema. Había inquietud por la búsqueda de uno mismo, de Otro y de los otros. Partíamos de un marco común: para todos nosotros el Arte es algo importante. De ese modo, a través de esa experiencia artística personal que se hacía compartida, éramos capaces de tender lazos más estrechos. En todo el monasterio se respiraba fraternidad».